ALICANTE. El profesor Santiago García Tirado le ha dedicado a la enseñanza en educación secundaria los últimos 25 años, pero también ha escrito varias novelas y libros de relatos. Sin embargo, en esta ocasión ha querido reflejar un problema cada vez más acuciante en las aulas. Hay una crisis de la transmisión de conocimientos y, en su opinión, las normas promueven que el individuo del futuro sea "un kamikaze guiado solo por el empeño de salvaguardar los intereses de su empresa". Así lo explica en su último libro, Profesor(x)s. Un emoji, donde desarrolla todo un manifiesto en favor de los que enseñan. "Profesoras y profesores, debemos volver a exigir el control de nuestro trabajo", interpela el autor.
— Todos los índices que evalúan el rendimiento académico de los estudiantes marcan datos cada vez más preocupantes en lectura, matemáticas o ciencias ¿Cuál es su opinión al respecto?
— La respuesta es tautológica: los índices indican que hay un mal. La sensación más extendida entre la opinión pública es que los centros educativos ya no son lugares donde poder enseñar, y bien. Las estadísticas corroboran esa impresión.
Pero pensemos en una empresa que, después de haber contratado a un gestor muy reputado, se hunde económicamente. Ante los malos resultados, la respuesta de la empresa será la previsible: echará a ese gestor y lo conminará a que no vuelva. En la enseñanza los gurús y jaleadores de la pedagogía innovadora nos han traído a esta debacle, solo que aquí nuestros gobernantes insisten en que el método siga aplicándose, año tras año, contra la evidencia. Un error que raya en lo criminal.
— ¿El intento de modernizar los programas de estudio está dejando de lado a propósito valores tradicionales como la meritocracia y la recompensa al esfuerzo?
— Los valores como el esfuerzo y los aprendizajes de calidad hace décadas que cotizan a la baja. Se insiste en que un alumno, una alumna, pueden aprender sin esfuerzo, lo que es una tomadura de pelo. Sin embargo, la normativa actual le da la razón a esta forma de estafa y obliga a los docentes a aprobar a quienes ni aprenden ni se esfuerzan. Y es evidente que esta práctica tiene consecuencias: contra las y los que deben aprender y convertirse en ciudadanos libres e inteligentes, y contra la sociedad democrática, que requiere de ciudadanos libres e inteligentes.
— Pues se sigue ahondando en ello...
— Plantear que las escuelas e institutos son lugares adonde ir a pasarlo bien y ser felices es algo que solo puede caber en mentes infantilizadas. A una niña, a un niño, hay que darles lo que necesitan: herramientas para entender el mundo y para desarrollar su potencial humano. Lo otro es estafarlos, hacerles creer que el mundo es un lugar amoral donde nunca pasa nada, actúes como actúes, y luego lanzarlos sin protección a un entorno nada sencillo, como es el mundo actual.

- Santiago García Tirado
— ¿Vivimos una crisis de transmisión del conocimiento?
— Quieren que vivamos esa crisis, que haya una ruptura en esa transmisión del mundo. Así lo plantean nuestras normas educativas (son las mismas desde 1992, gobiernen unos u otros). Las normas especifican que hay que preparar a los alumnos “para que sepan decidir en entornos sin referentes”. Traducido al lenguaje común significa que un individuo ya no debe saber qué pasó en la historia, cómo se enfrentaron los filósofos a tal o cual reto, qué hizo el mundo en el pasado y cómo actuar para no repetir errores.
El individuo del futuro debe ser un kamikaze guiado sólo por el empeño de salvaguardar los intereses de su empresa. Y, para eso, valores como la solidaridad, la búsqueda del bien común, el respeto por las minorías o la crítica al consumismo desbocado son una rémora. Sin valores, los empleados del futuro serán más eficientes (para los intereses económicos, claro). Miren a la cuadrilla que rodea al presidente del país más rico del mundo en 2025 y entenderán a qué me refiero.
— Desde la experiencia en las aulas catalanas, ¿qué papel cree que ha podido influir en esto la inmersión lingüística?
— Pues como castellano-parlante puedo decir que la inmersión es el problema que menos incidencia tiene en la debacle educativa de Cataluña (que es alarmante, y mucho). Lo terrible es que los sucesivos gobiernos de la Generalitat han hecho bandera de los planteamientos de la supuesta vanguardia educativa, que allí ha colonizado el establishment, y los resultados provocan escalofríos.
El último informe PISA coloca a Cataluña por debajo del resto de España y de Europa. Y el fenómeno es preocupante: desde fuera se considera que el perjuicio viene de la inmersión lingüística, mientras que los diversos consellers se han empeñado en señalar que la causa de esa situación son los extranjeros que han venido a trabajar aquí. Unos y otros se engañan, probablemente de manera interesada.
Lo que sí sabemos los docentes en Cataluña es que dar clase, intentar explicar algo, tratar de que los alumnos se eleven con una formación adecuada al mundo en que vivimos es misión de riesgo. Toda la presión empuja a no enseñar, a satisfacer egos de niños y sus familias, a no exigir y, por supuesto, a aprobar con las máximas calificaciones. El nivel de abandono de la profesión y las bolsas de trabajo vacías son testigos de esa catástrofe.
— ¿Por qué compara a los profesores con un emoji en el título del libro?
— Un emoji es un dibujito simple y manejable. Carece de lo peculiar, de matices. Se deja usar por unos y por otros con complacencia, no discrepa. En eso han querido convertirnos a las y los que enseñamos, en empleaditos aplicados y sumisos. Cualquiera puede opinar sobre nosotros y decretar qué y qué no debemos hacer: pedagogos, políticos, madres y padres con o sin formación, tiktokers y gurús diversos. Pues bien, es hora de recuperar el prestigio.
Profesoras y profesores, debemos volver a exigir el control de nuestro trabajo. No somos coachs, ni monitores de tiempo libre, ni asistentes al capricho de las familias. Somos quienes enseñamos, quienes peleamos por sacar lo mejor de cada alumno. Hay que recuperar el nombre con orgullo: somos profesores.