En 1962 el cineasta Marcel Hanoun, en uno de sus primeros ejercicios vanguardistas, en aquel caso en una serie sobre fiestas, tradiciones y símbolos españoles para la cadena ORTF, utilizó una película para exponer la imposibilidad de la propia imagen de captar la representación del Misteri d’Elx. Consiguió que la película (solo 38 minutos) se convirtiera en imagen de la música, apoyo para la grabación que realizó Óscar Esplá el año anterior, la auténtica protagonista, interpretada por unos hombres y niños que cantaban pero que no tenían el mismo protagonismo que la partitura. El cineasta comprendió que estaban a su servicio, desde hacia siglos, pasando de un rostro a otro, de una voz a otra, sin más importancia que la celebración, y utilizó en los títulos de crédito unas imagénes de los personajes sin rostro, acentuando la complicada perpetuidad de una representación que se hace única cada vez que se representa y las limitaciones de la cámara ante cada momento efímero.

Algo parecido tuvo que pensar Maximilià Thous cuando decidió incorporar algunas imágenes del Misteri en una película sobre las tres provincias valencianas para la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929, no en vano filmó en febrero de aquel año un simulacro de la representación en Santa María, lejos del calor y los agobios propios con los que se hubiera encontrado el operador de cámara rodeado de gente expectante. El director manchego, exiliado en Francia, José María Berzosa tenía bastante claro a qué se enfrentaba cuando en 1972 le propusieron filmar un documental para el programa «Le musique et nous» y, aun así, escogió, para mostrar un fenómeno musical que hunde sus raíces entre los diversos estamentos de una sociedad, nuestra fiesta porque era el mejor ejemplo que conocía, recuerdo de sus veranos en Santa Pola. Satisfacer la materialización de una fiesta ritual es el gran reto al que se han enfrentado los cineastas que han pretendido dar a conocer el Misteri d’Elx desde una pantalla.

Bajo la premisa de la imposibilidad de abarcar una obra como la que se representa el 14 y 15 de agosto en Elche, Manuel Gutiérrez Aragón, que se había convertido en un espectador habitual de la Festa, aceptó el reto que le prepuso Pablo Más Serrano cuando decidió rodar una nueva película sobre el Misteri entrado el siglo XXI. El cineasta cántabro no sólo iba a darle el apoyo solicitado a un maestro, sino que iba a analizar cómo convertir en imágenes una obra con la particularidad plástica del Misteri, cuyo origen se remonta a finales del siglo XV y que presenta multitud de perspectivas diferentes y complementarias para un espectador de cada época. Tampoco les interesaba ofrecer una película oficial que contentara a las administraciones públicas que lo hacen posible, que fuera algo así como la puesta al día del estándar de difusión que ha supuesto la película de la cineasta belga Gudie Lawaetz desde 1978.

«La Festa», estrenada en el pasado Festival de Málaga con buenas críticas por parte de espectadores muy dispares y alejados del mundo del Misteri, contiene su homenaje evidente a aquella película, pero los dos cineastas se han alejado de su legado y han realizado una visión propia, actualizada, de lo que significa celebrar cada año desde hace cinco siglos una fiesta expuesta a las inclemencias sociales, económicas y políticas de cada momento. Gutiérrez Aragón y Más Serrano no han pretendido plasmar una obra que, como pensaba Lawaetz, había sobrevivido aislada de la influencia del mundo civilizado. Ambos han arriesgado formalmente con la película acercándose al trasfondo social que envuelve al Misteri, como hizo Berzosa, desprovistos de una visión exótica, sin mostrar en exceso la carga cultural, difundiendo que la Festa es una fiesta viva en su celebración de la muerte.

* José F. Cámara Sempere es autor de «¡Viva la anàstasis!»