Desde que tengo uso de razón, he usado la expresión Feliz Navidad y Prospero Año Nuevo para desearle lo mejor a los demás en estos días.
Sin embargo, en estos últimos años se ha generado una gran polémica sobre la forma adecuada de felicitar para, en opinión de algunos, no molestar a los no cristianos.
Yo creo que esta discusión no va de educación. Va de incomodidad.
Decir Feliz Navidad no es un acto de fe ni una imposición ideológica. Es una referencia cultural concreta, compartida durante siglos, incluso por quienes no creen en nada.
Felices Fiestas, en cambio, es una fórmula neutra y perfectamente olvidable. No molesta a nadie… porque no significa nada en particular. Es el lenguaje típico del miedo a nombrar, de la prudencia excesiva y del “mejor no señalar”.
El problema no es que existan ambas expresiones.
El problema es cuando nombrar lo concreto empieza a verse como sospechoso y lo genérico se convierte en norma moral.
La diversidad no se protege borrando tradiciones, sino conviviendo con ellas.
Y la tolerancia no consiste en autocensurarse, sino en aceptar que el otro diga lo que es propio de su cultura sin que eso sea una agresión.
Convertir un saludo en un conflicto es confundir respeto con vacío.
Nombrar no excluye.
Diluir, a veces, sí.
¡Feliz Navidad para todos!