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Carmen Linares y Luis García Montero: el alma intercultural del flamenco

Publicado: 06/11/2025 ·06:00
Actualizado: 06/11/2025 · 06:00
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La noche del viernes 24 de octubre, la Fundación Mediterráneo de Alicante se vistió de emoción para acoger una de las veladas más esperadas del IX Festival Flamenco Mediterráneo: Encuentro flamenco: Carmen Linares y Luis García Montero. Sobre el escenario, la palabra y el cante se dieron la mano en una conversación profunda entre dos maestros que entienden el arte como una forma de mirar el mundo. En un formato íntimo y sincero, el poeta granadino mantuvo una entrevista con la cantaora jiennense, en la que el público pudo disfrutar de un diálogo entre alma y tradición, donde la poesía respiró a compás y el flamenco se volvió verso. 

Entre confesiones y recuerdos, García Montero evocó los hilos que tejen la memoria, la identidad y el amor cotidiano, mientras Linares, con esa mezcla de humildad y sabiduría que la caracteriza, recordó emocionada la calidez con que el público holandés la había acogido en una de sus actuaciones fuera de España. En uno de los momentos más íntimos del diálogo, el poeta le preguntó cómo fue para ella llevar la poesía de Lorca y Miguel Hernández al flamenco, porque —afirmó— “el flamenco siempre llega”. Linares relató entonces ese encuentro natural entre el verso y el cante, una fusión donde el sentimiento precede a la palabra. García Montero evocó también la huella luminosa de la poesía modernista, especialmente la de Juan Ramón Jiménez en su etapa de 1914, como testimonio de una sensibilidad que sigue latiendo en el arte español actual. El poeta alabó a la cantaora por saber echar mano de la tradición sin caer en el tradicionalismo, por conservar la pureza del flamenco sin llevarla al puritanismo, y por haber sabido apropiarse de la esencia de cada poeta, desarrollarla y hacerla suya: “ahí reside tu grandeza”, le dijo o por lo menos, dejó caer. Como no podía ser de otra manera, y conociendo su compromiso con la igualdad de género y el feminismo, ambos abordaron también el papel de la mujer en la música flamenca, reconociendo el valor y la voz de tantas artistas que abrieron camino entre compases y silencios. “Allí comprendí —dijo Linares— que el flamenco no necesita traducción, porque habla el idioma del alma.” 

Acompañada por la guitarra de su hijo, la cantaora recorrió los géneros flamencos que le son habituales, entre silencios cómplices y miradas compartidas. Fue un espectáculo de autenticidad y entrega, donde la esencia del arte jondo se impuso sin artificios, sostenida por la sobriedad de una puesta en escena que cedía todo el protagonismo a la emoción. 

El arte como idioma del alma

En un mundo donde las palabras a veces separan, la música une. Carmen Linares lo demostró al afirmar que “el flamenco no necesita traducción, porque habla el idioma del alma”. Y es verdad: quienes han escuchado su voz en países lejanos —ya sea en Holanda o en China— saben que no hace falta comprender las letras para sentirlas. En Orán o en Argel, en la acera de enfrente, como bien la describió el arabista Pedro Martínez Montálvez, los acordes del flamenco resuenan con una fuerza familiar, como si el Mediterráneo entero reconociera en ese quejío antiguo un pedazo de su propia historia. 

Una historia de mestizaje y encuentro

El flamenco nació del cruce de culturas. En su raíz conviven la herencia andalusí, la tradición gitana, la emoción sefardí y la música popular castellana. Es hijo de la mezcla y del desgarro, del dolor y de la belleza, del encuentro de pueblos diferentes que supieron escucharse. Esa misma mezcla late también en la relación entre España y Argelia, un vínculo tejido por siglos de historia compartida, de ida y vuelta entre las dos orillas del Mediterráneo. El arte flamenco encarna esa memoria: recuerda que de la diversidad nace la creación más profunda. 

El Mediterráneo, mar que une

El Mediterráneo ha sido durante milenios un espacio de intercambio y convivencia, un “mar de culturas”. Frente a los muros y los discursos que separan, este mar invita a mirar al otro lado y reconocerse en el reflejo. Cada ola lleva consigo una historia común, una melodía que se repite con acento distinto. Festivales como el Flamenco Mediterráneo son herederos de esa tradición de apertura; celebran un espíritu de encuentro que se resiste a desaparecer, recordándonos que el arte no distingue geografías, sino sentimientos. 

Puentes que se tienden hoy

En los últimos años, las conexiones culturales entre España y Argelia se han multiplicado. Conciertos flamencos en Orán y Argel, intercambios entre conservatorios, exposiciones conjuntas y proyectos entre universidades muestran que el diálogo está vivo. Son espacios donde la música, la literatura y la educación se convierten en herramientas de convivencia. Iniciativas así recuerdan que la cultura no es un lujo ni un adorno: es una necesidad. 

Un llamado desde el arte

Esa noche en Alicante, el público se levantó en una ovación que pareció no tener fin. No aplaudían solo la belleza del cante, sino el mensaje que encierra: el arte une, el arte cura, el arte enseña a mirar al otro con ternura. El flamenco, nacido del mestizaje y del dolor transformado en belleza, sigue siendo testimonio de lo mejor del ser humano. 

El Festival Flamenco Mediterráneo, con su empeño en tender puentes, nos recuerda que cada nota, cada verso y cada gesto son oportunidades para reconocernos en la diferencia. Porque tal vez, cuando suena una soleá o un poema de amor, comprendemos que la verdadera patria del arte no es un país, sino el corazón que lo escucha.

 

Naima Benaicha Ziani

Profesora de la Universidad de Alicante y

Vicepresidenta de CIHAR

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