VALÈNCIA. Son breves, pero contienen multitudes. Los cortometrajes del mundo presumen de músculo y reivindican su potencial fílmico. También cultivan la ambición de ir sumando adeptos y ganando espacios en los circuitos de exhibición. Lo hacen en eventos como Curt Creixent, que celebra su octava edición del 27 al 29 de junio en el marco de Cinema Jove. Con el Rialto como sede, estas jornadas buscan fortalecer las relaciones entre los profesionales del audiovisual a través de talleres, charlas, proyecciones, masterclasses y sesiones de pitching en las que un grupo de autores presentarán sus proyectos ante un jurado de especialistas. Aprovechamos la cita para esbozar una radiografía de esa galaxia en ebullición que es el cortometraje.
Empecemos por el principio: el diagnóstico. Necesitamos conocer las claves del panorama por el que se mueven estos artefactos cinematográficos tan chiquititos como peleones. Una primera pista nos habla de cuestiones cuantitativas y de profesionalización. “El acceso a las tecnologías ha democratizado muchísimo la manera de realizar y difundir cortometrajes. Y eso ha hecho que se creen muchas más piezas, pero también que se difumine la frontera entre lo profesional y lo no profesional. Hay muchos proyectos a los que les falta dar el salto a lo profesional, tanto en la producción como en la distribución. Ese aumento en la actividad es genial, pero también provoca que cada vez les cueste más tener visibilidad, llegar a los circuitos de exhibición, pues hay mucha más oferta entre la que elegir. Algunos festivales han pasado de recibir hace 10 años una media de 600 cortos para seleccionar a recibir ahora cerca de 3000. Los seleccionadores lo tienen complicado y también es frustrante para los creadores porque es muy difícil ser elegidos”, señala Dora Martí, responsable del área de Promoció Audiovisual del IVC y coordinadora junto a Irene Cubells de Curt Creixent.