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LA LIBRERÍA

Los pasados ocultos del genocidio armenio en ‘Manam’, de Rima Elkouri

VALÈNCIA. El mundo humano es un mundo forzosamente sordo y ciego; no quiere oír ni ver, le molesta la luz, la voz: le es mucho más cómoda la cacofonía, el deslumbramiento, la razón peregrina para pasar la página sin contemplaciones. Lo peor de todo es que ni siquiera es culpa suya —de ese suya colectivo que cuando se desgrana en individualidades diluye la responsabilidad—: es cierto que en la vorágine del día a día, con las penurias llevaderas que nunca llegan a la combustión, uno siempre tiene excusas —en realidad, motivos— para seguir pensando en sus cosas, porque las cosas de cada uno son de verdad muy relevantes. Las velocidades inhumanas que transigimos con ayuda de fogonazos de autoestima en forma de notificaciones, y en gran medida, de químicos, si bien no nos dan la razón, sí nos justifican: seamos francos, esto en lo que estamos no es normal, uno ni siquiera tiene tiempo de asumir que no da más de sí, e incluso cuando lo asume, es solo una cuestión temporal, una baja a veces, un supuesto de cambio de vida en otras, a veces incluso un hijo. 

Pero —atención—, uno, el que escribe, el que lee, cualquiera, no quiere ser un cenizo: poner palabras a todo esto es cenizo, lúgubre, así que mejor demos un salto adelante y centrémonos en el tema: hace un año, en las postrimerías del año dos mil veinte, un pequeño país que aquí en España no nos dice mucho —se llama Armenia—, un pequeño país del que una paisana como es Virginia Mendoza, fantástica escritora, escribió mucho —en ese libro titulado Heridas del viento que editó La línea del horizonte—, sufrió la agresión de otro país del que tampoco sabemos demasiado por estas latitudes; ese país se llamaba Azerbaiyán y contaba con el apoyo de la Turquía de Erdogan y sus drones. Aquí, en España, donde no viven pocos armenios, donde celebramos a un santo armenio como es San Blas en muchos municipios —como puede ser, por mencionar uno, Torrent—, la guerra de poco más de cuarenta días pasó desapercibida —unas hostilidades más, tirando de eufemismos europeos, en un país lejano—. La guerra acabó, pero los muertos siguieron. Nuestra Unión le dedicó unas pocas palabras: la UE pedía que cesasen las hostilidades. Vale. 

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