ALCOY. “Singular ciudad ésta, nacida junto a un río casi sin agua, para crear una industria casi sin nada” (Carmen Llorca). Así comienza el prólogo de ‘Los libritos de papel de fumar’, a cargo de Eduardo J. Gilabert, ex-director de Fábrica D, Alquería de Aznar, Papeleras Reunidas, S.A, refiriéndose a Alcoy. Se trata de una publicación de unas 600 páginas con la mayor colección de papel de fumar jamás reunida recopilada por los hermanos Mauro y Ramón Gisbert, y que corre como la pólvora desde el pasado mes de diciembre. Y es que estos alcoyanos, agrupados en la marca ‘Los coleccionistas’, han querido sacar a la luz los resquicios de una de las tres patas clave en la revolución industrial, como fue la papelera, junto al textil y metalurgia. Vocación que heredaron de su padre, Ramón Gisbert Abad, uno de los mayores anticuarios y coleccionistas que tuvo la ciudad. “Todo esto lo hemos hecho para ‘ponerle’ en gloria’, asegura el hijo que lleva su nombre. “Vació las casas de medio Alcoy y se fue encontrando lo que todas las familias habían ido guardando de aquella época; y lo compró”. En sus almacenes, aseguran sus hijos, conservan “toda la historia de Alcoy”, mucha de ella derivada del ‘estocaje’ que no se quemó tras la desaparición de la mítica Papeleras Reunidas. En este libro en concreto, el “hábito”, como definen, por guardar el pasado ha dado fruto a un total de 3.000 librillos, “escaneados uno a uno” durante dos años, un centenar de carteles publicitarios y fotografías inéditas de Papeleras Reunidas, Bambú y los molinos de la comarca. La gran parte del material, de su padre, completada con una búsqueda exhaustiva en otras colecciones, y que se agrupa en una enorme nave industrial que la familia posee entre Alcoy y Cocentaina.
“Como si tuvieras cromos y te faltaran cinco para completar la baraja”, explican Los Coleccionistas. “Es la gracia de saber que tenemos algo que otros no tienen”. El valor de un librito de papel de fumar puede estar cotizando, aseguran, entre los 50 y los 200 euros. Siempre, claro está, que el otro coleccionista, uno de los veinte que hay repartidos en toda España, no lo tenga. Pero la importancia de la colección de los hijos de Gisbert Abad recae en la conservación de los primeros grabados del siglo XIX. “Los primeros trabajos a buril que se imprimían en las cajetillas”. Muchos de ellos, como explican, obra de grandes pintores de la época, como el Sorolla plasmado en una de las más famosas cajetillas que han rescatado. “Son verdaderas joyas”, apunta Mauro. Una cariñosa selección de estas, junto con cartelería de la época, se podrá visitar desde esta semana en la sala de arte La Capella de Alcoy, ubicada en el Camí. La exposición dedicada en general a la industria papelera, que abre sus puertas el día 18, se completará con un audiovisual y dos máquinas de la época que ha recuperado la Universitat Politècnica de València, con campus en Alcoy.
La historia
La industria papelera da comienzo a mediados del siglo XVIII. Es una familia dedicada al textil, los Albors, quienes convencen a la Fábrica de Paños para que transformen un molino batán en “papelero”. Apellidos de renombre como Silvestre, Payá, Moltó, Abad, Gisbert, Barceló, Pascual, y otros más, comienzan a situarse en las primeras líneas de este mundo.
Junto al papel de embalaje se uniría el de escritura, de las clases “florete” y “del Rey”, llamado así por ser usado en las oficinas del Estado. La llegada de la pila holandesa (cilindro) daría paso a la fabricación del papel “de encigarrar”, particular denominación que al principio tuvo el papel de fumar. En 1815 aparece en Alcoy la primera sociedad para convertir los pliegos de papel en forma de libritos, simplificando así la operación de liar los cigarrillos. A principio del siglo XX la actividad papelera estaba mayormente dirigida a la fabricación de papel de fumar: había más de mil marcas de libritos de papel de fumar, en forma de estuche, doblado, cartera y mazo. El término “talleres” incluye aquellos que no son fabricantes de papel y lo compraban para manipularlo y, también a los que ni fabrican papel, ni lo manipulan, sino que comercializan el librito bajo marcas de su propiedad. La gran proliferación de este arte en Alcoy y comarca lleva a la creación precisamente de Papeleras Reunidas, que se ubicó en el actual edificio de Aitex, bajo el pretexto de que ‘la unión hace la fuerza’ y así poder luchar contra la competencia. Esta estructura fue conocida, por extensión, como el edificio Bambú: “Si hablar del papel de fumar es hablar de ingenio, del carácter emprendedor, de renombre universal, hablar de ‘Bambú’ es señalar directamente a nuestra ciudad, una marca de libritos de papel de fumar que ha recorrido todo el mundo y representa un periodo industrial de ciento cincuenta años”, como se explica en el prólogo del libro. ¿Quién no tiene presente al mítico hombre, conocido como ‘el negrito, el cubano’, de la cartelería de esta marca? O a sus trabajadoras, las bambuneras. Una marca, impulsada por el fabricante R. Abad Santonja, que perdió su tinte alcoyano al ser finalmente absorbida por la gran competencia de Barcelona, Smoking, de quien, se dice, arrasó con cualquier muestra de la industria del papel de fumar en Alcoy y comarca. O casi toda.