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En Xàbia, Benitatxell, Teulada y Calpe

Las últimas pesqueras de La Marina

  • Rafa Molina

Atardece en el cabo de la Nao (Xàbia). El sol, que apenas una hora antes brillaba con una fuerza excesiva para esta época del año, se retira hacia el oeste. Todavía quedan dos horas y media de luz. Descender por los riscos y acantilados del extremo más oriental del litoral alicantino, con la claridad de las cuatro de la tarde de un lunes de febrero y sin acarrear nada de peso, no resulta demasiado complicado si miras por dónde pisas. Pero imagino a los hombres que bajaban por esos peñascos, se quedaban allí durante horas, y luego ascendían esos cincuenta o sesenta metros de noche, completamente a oscuras, con el pescado que habían capturado y quince kilos a sus espaldas. Imagino a sus mujeres, a sus madres,  aguardando en casa a que volvieran al romper el alba, muertas de miedo. Me parece una hazaña que no deberíamos olvidar. 

Toni Creus tiene los ojos del color del aguamarina y la piel morena, surcada por esas arrugas que concede el mar a las personas que han pasado mucho tiempo junto a él. Tiene aspecto de marinero, pero fue agricultor, uno de los últimos que vivió exclusivamente de la agricultura en Xàbia antes de que el turismo arrasase con todo. Es delgado y ágil. Podría bajar ese tramo del cabo casi con los ojos cerrados. Es el camino que conduce hasta la pesquera que lleva su apellido, la pesquera de Creus. La primera vez que bajó tenía siete u ocho años. Lo hizo con su padre que ya pescaba allí. «Hoy en día choca que un niño baje por estos barrancos, pero yo agradezco a mi padre cada día que me llevase», asegura.  Toni explica que es de los últimos que queda, por herencia familiar, en tener una pesquera y, orgulloso, explica que a su hijo de once años «le encanta pescar y me pide bajar, pero no quiero que lo haga hasta dentro de unos años». Y es que, es consciente del riesgo que esconde el paisaje.

Apenas quedan tres pescadores que siguen practicando este arte de pesca, que comenzó como una forma de supervivencia para los agricultores más humildes, que entre diciembre y febrero, cuando la tierra rebajaba su producción, se aventuraban hasta la costa para llevar a casa algo de comer y vender el resto para ganarse «unas perras que completasen el jornal», siempre insuficiente. A aquellos hombres se les conocía como encesers, por la luz que llevaban consigo para atraer a los peces.  Al parecer este tipo de pesca comenzó a mediados del XIX y se popularizó sobre todo en la posguerra, cuando la necesidad apretaba. Sin embargo, Toni cuenta que existe un documento de defunción de 1570, donde figura que un vecino de Xàbia murió pescando a la passa o a la luz.

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