ALICANTE. El material que se ha recopilado en la fase de documentación de una novela histórica, el autor —tras estudiarlo detenidamente y conforme avanza en la escritura— suele separarlo en tres partes: la primera le proporciona un veraz trasfondo histórico y le sirve para evitar errores en fechas, lugares y hechos históricos; la segunda le ayuda a literaturizar el texto, es decir, enriquecer la trama y dar profundidad a los personajes; y la tercera, simplemente, la desecha al no obtener provecho alguno. Pero, es frecuente que este último material pueda serle útil en futuros proyectos narrativos de perfil histórico.
Al poco de publicar Reina Victoria Hotel —novela enmarcada al final de la Guerra Civil y cuyo desenlace transcurre en Alicante y en el Stanbrook (el buque que acogió a más de 3.000 republicanos para su exilio en Orán)— mi club de lectura, Xàbia lectora, me pidió que les realizara una presentación. Fue entonces cuando determinado material desechado me resultó de utilidad; y de nuevo, tiempo después, ese mismo material alcanzó una segunda vida cuando decidí contar los entresijos de dicha reunión, es decir, el presente artículo.
Nada más empezar a preparar la presentación, enseguida me di cuenta de que me encontraba ante un problema. Desde que formo parte del club, tengo por costumbre, al terminar la exposición, invitar a mis queridos colegas de fatigas de lecturas con un chupito de licor que guarde relación con el país donde se desenvuelve la acción o con el gusto espirituoso del personaje principal. Huelga decir que esta inusual iniciativa recibió, desde el primer día, una excelente acogida.
Y qué problema —se preguntarán— me surgió para la presentación. Pues muy sencillo: no lograba dar con ningún licor que apareciera en el desarrollo de mi novela… Pero, de repente, un día recordé haber leído en algún libro que el capitán Dickson estaba tomando durante el embarque una bebida —no recordaba de qué tipo en ese momento— y que, por alguna razón, no incluí en la narración. Busqué entre la ingente documentación que manejé y, finalmente, lo encontré. Era un ensayo autobiográfico que me recomendó el historiador y buen amigo Juan Martínez Leal —mi faro en la larga andadura del proceso de escritura—: Memorias de un refugiado español en el Norte de África, 1939-1956, de Carlos Jiménez Margalejo, que menciona el tema en el pasaje donde embarca en el Stanbrook: