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en la frontera

La cultura (y el tiempo)

  •  Cesc Gelabert en su intervención en Elche.

La cultura, en líneas generales, nos hace más libres y mejores personas. Más críticos y perceptivos con todo lo que nos  rodea. Y más en tiempos revueltos. Aunque los tiempos son siempre revueltos: la escandalera que se ha organizado con el CNI no es menor que la que hace décadas , años noventa, se montó con del uso espurio de los fondos reservados a propósito del combate contra el infame terrorismo de ETA. Es un ejemplo. La política llegó entonces a unos niveles de toxicidad insufribles: como ahora. Como ayer. Y como anteayer. De circo en circo. De oca en oca: y tiro porque me toca. Tiempos revueltos que arrastro en los últimos meses por motivos que no vienen a cuento y que en cualquier caso me han obligado a priorizar lo que es importante de lo que es banal, lo imprescindible de los prescindible, lo nuclear de lo accesorio, el relax por encima de los enredos, la paz de la guerra: palabras mayores.

Asisto hace dos días en Elche a una performance de Cesc Gelabert en la antigua iglesia del conjunto de La Mercé como le gusta nombrarlo a Carmina Verdú, por encima de la denominación de Las Clarisas; y  con réplica ayer sábado en el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante. Gelabert, dicho a bote pronto, es uno de los referentes imprescindibles de la danza contemporánea en España, también fuera de España. Más que una performance, lo que ofreció fue una master-class [clase maestra] salpicada de perlas cultivadas. "La danza es habitar el cuerpo con la emoción y con la mente". "Todo puede ser amor, pero no todo es amor, todo puede ser arte pero no todo es arte": efectivamente, un sutil alegato contra la bazofia. Y todo así: "El arte no puede ser otra cosa que un sueño compartido".

Cesc, que ronda los 69 años, se desliza y se mueve con una sutileza extrema y con una belleza inusitada: da igual que reinterprete una sardana o un bolero de amor. O, en juego conceptual intenso y fronterizo, que nos explique las cien formas de interpretar a dios, o a Dios, a través del movimiento, con citas que van desde San Agustín a Hegel, pasando por Voltaire.  69 tacos: un alegato en sí mismo contra la barrera del  tiempo. Un alegato contra no pocas memeces que hay que soportar en la cultura de masas instalada en una dictadura de lo simplón y de los ramplón (ojalá gane Ucrania Eurovisión, pienso un día antes del eventazo). Vi a Gelabert por primera vez en 1996, en compañía de Lydia Azzopardi, en el ciclo de Dansa València, el mismo que acaba de relanzar, afortunadamente, la nueva consellera de Cultura, Raquel Tamarit, a mayor gloria de las artes escénicas. Y me sorprende  cómo la edad no ha hecho otra cosa que  mejorarlo, como artista integral, como agitador cultural, como persona. Etiquetarlo en danza contemporánea es un mero reduccionismo.

¿Tengo que felicitar a la concejala de Cultura de Elche, Marga Antón y a su asesora en estas materias, Gertru Gómez? Pues las felicito. ¿Tengo que felicitar a la directora del  MACA, Rosa  Castell, siempre sensible a la danza,  y al concejal de Cultura de  Alicante, Antonio Manresa? Pues los felicito también. Y me congratulo de que se rentabilicen esfuerzos, aunque no sé el grado de planificación que ha habido en ese doblete Elche/Alicante de Gelabert. Aunque para doblete de verdad, el de Asun Noales con Abril en Danza: dobletazo estructurador entre ambas ciudades. Por cierto, en junio traen a Sol Picó, que ahora estrena en València Titanas, en el templo de Les Arts. La rebelión de las bailarinas de más de 50, como titulaba el otro día este mismo periódico.

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