VALÈNCIA. Salir de fiesta y la cultura clubbing no son lo mismo. De hecho, aunque puedan compartir espacio en la rutina o marco mental, se basan precisamente en lo contrario. Es una de las conclusiones a la que se llegó en una mesa redonda organizada el pasado jueves en el espacio La Mina, a partir de la proyección del mediometraje de la directora valenciana Malva Soler, Sybaritism.
El documental sigue la vida de tres parroquianos de la escena techno berlinesa que, desde diferentes lugares, se preparan para disfrutar de una noche en la que ponen en el centro el placer. Cada acercamiento es diferente pero tiene algo en común: la respuesta siempre está en la pista de baile, que trasciende como tal para convertirse en una vía de escape. “A parte de ser cultura, el club es un lugar en el que se juntan muchas culturas. Casi en su raíz, el clubbing se basa en buscar un espacio seguro para personas que salimos de lo convencional. A mí, en un primer momento me atraía mucho por lo musical, pero empecé a investigar sobre otros asuntos, como la influencia de las alteraciones de los estados de conciencia, cómo todo afecta a nivel sexual y emocional, y a la libre expresión…”, explica la directora a este diario.
Diego es un productor y DJ que hace una analogía entre el club y la iglesia (como templo cristiano); Kat se prepara para una fiesta temática; Hannah ha convertido la cultura rave en su razón de ser. Las tres personas son, no solo por su identidad, sino también por las prácticas que superan esa categoría y las pone en contacto con otras vidas vulnerables, ejemplos del club como un lugar que escapa de las reglas opresivas del mundo o de la calle.
“La primera vez que me noté que la experiencia de salir se convertía en algo más fue en Bristol, donde me mudé desde València con 24 años. Allí fue donde vi que el clubbing era muy diferente porque yo salía y no me sentía mal el lunes. Notaba que no me sentía tan insegura siendo mujer, que había otra historia a nivel musical, otro respeto, se miraba mucho más el line-up para conocer quién pinchaba, era todo muy asequible… Reflexionando los días posteriores de una fiesta con amigos, llegábamos a una conclusión: el clubbing era especial porque nos hacía sentir bien siendo outsiders, lo que antes podía ser inseguro, ahora era un refugio”, desarrolla Soler.
En esta práctica no solo entra la música. El clubbing suma (o puede sumar) a la experiencia elementos como el consumo de drogas o las prácticas sexuales, que encuentran un lugar de mayor aceptación: “Mi idea era dar una explicación a ciertas prácticas que, en otros lugares, no están aceptadas. O que no se les da la importancia suficiente. La personas que frecuentan la escena consumen drogas, o pueden estar en la pista de baile en pelotas, pero eso no les convierte en personas no-funcionales. Con este documental quería humanizar algo que la gente solo podía ver ahí dentro”.