El otro día, justo hace una semana, El Confidencial publicó una imagen desgarradora de un bou embolat en Oropesa (Orpesa) del Mar que salió a una especie de ruedo con fuego en los cuernos y sangre en el alma. Se estampó agonizante contra un toril y ya no sé si sobrevivió a la epopeya, negra, de este festejo que tiene un plus añadido: alberga un concurso nacional de emboladores. Entre el público, niños y menores de edad en estado de celebración, quien sabe si de éxtasis, de la barbarie, de esa cosa negra que de cuando en cuando corroe y subvierte nuestro territorio, la Comunidad Valenciana, de forma muy espacial; acto seguido está Cataluña, muy especialmente en Terres de L'Ebre. La imagen dio la vuelta a España a través de las redes sociales.
Concurso nacional. En Oropesa gobierna una alcaldesa/reliquia de C's , Araceli Moya, tras un pacto con PP y Vox. Hay un acuerdo para que a los dos años tome la vara de mando el PP. Los embolats se anuncian en la web municipal como uno de los reclamos turísticos de las fiestas patronales. El rito, supongo que ancestral, simbiotizado en tortura. La tortura, entronada en rito. Pasan las décadas, aumenta la conciencia medioambiental y animalista en todo el país, pero hay lugares, o no-lugares, en los que el tiempo se detiene: con un gran espesez de tiempo y espacio. Con decrepitud. Con regusto sádico.