VALENCIA. Un registro imponente, sin duda. Desde la campaña 77-78, cuando Mario Kempes logró cuatro tantos frente al Hércules y el Rayo Vallecano en sendas actuaciones memorables, ningún otro valencianista había logrado tantos goles en un partido liguero. Ambas goleadas, sin embargo, tuvieron lugar en casa. Eran otros tiempos y otra manera de entender el fútbol. El factor local y visitante tenía mucha mayor influencia que en el presente.

El último gran goleador del Valencia, David Villa, anotó un triplete en San Mamés en su primera campaña con Quique Sánchez Flores en el banquillo. El asturiano firmó ese hat trick en apenas quince minutos de plena inspiración rematadora. Con el traspaso del Guaje, la responsabilidad realizadora recayó en Soldado, un futbolista valenciano que se curtió en las secciones inferiores del Real Madrid. En el Bernabéu se le cerraron las puertas del primer equipo y fue carne de cesión. Sus contrastadas cualidades de ariete clásico le permitieron convertirse en el recambio ideal de Villa cuando el Valencia cerró su traspaso al Barça. Por edad y conocimiento de la liga, se trataba de una apuesta segura.

Sin embargo, su rendimiento no pasaba del aprobado justo hasta el sábado por la noche. Mientras en Europa se ha destapado con un promedio goleador más que aceptable, en la competición doméstica no había terminado de romper. Curiosamente, hubo de ser en el campo de su antiguo club donde se ha producido esta eclosión. Puede que haya un antes y un después del encuentro de Getafe.

Soldado se ha doctorado con una actuación prodigiosa y, al mismo tiempo se ha puesto muy alto el listón de la exigencia de cara al futuro. Por fin se han visto las mejores prestaciones del hombre sobre el que ha recaído la ardua tarea de hacer olvidar a Villa. El primer paso ya lo ha dado. Ahora le queda refrendar su capacidad goleadora en próximas actuaciones. Sin ir más lejos, el próximo domingo ante el Villarreal.