VALÈNCIA. Probablemente, la primera década del siglo XXI no pasará a los anales como el periodo musical más fascinante de la historia. No es un periodo adherido a un gran relato, como lo tuvo el nacimiento de la psicodelia al calor de la revolución hippie, o el punk como reacción nihilista al conservadurismo político imperante. Con el cambio de siglo surgieron grandísimas bandas, pero no existía un sentimiento generacional claro, como aquella angustia existencial de origen impreciso que reunió en torno al grunge a un montón de bandas que en realidad musicalmente se parecían poco. Sin embargo, en todos los momentos de la historia se pueden encontrar cosas interesantes. A veces es cuestión de cerrar el foco y acercar la lente al subsuelo.
¿Qué estaba pasando musicalmente en la ciudad de València en la primera década del siglo XXI? A grandes rasgos -porque sobre esto pueden existir distintas teorías-, el mapa del underground valenciano se movía en torno a dos grandes vertientes, unidas a su vez por vasos comunicantes. Por un lado estaba la parte más “pesada” y dura, que en aquellos años estaba dominada sobre todo por el postrock y el posthardcore -es decir, la evolución del hardcore punk hacia el emo, el noise rock, el screamo, etc-. En este terreno surgieron bandas como Zanussi, Mentat, The Car Crash, Sleep, Down in Three, Derrota, Cigueña y un largo etcétera. Este es el “hilo” del que acabó surgiendo el colectivo Orxata Negra.
La segunda vertiente era más rockera, festiva y a veces experimental. Con mucha urgencia, secciones rítmicas más “raras”, guitarras más ligeras y en algunos casos con gusto por las melodías. No reivindicaban a los Ramones ni a los Cramps, sino a los Wipers, Swell Maps, Josef K, Pell Mell, Pere Ubu o Big Boys. Detrás de grupos valencianos y alicantinos como Le Jonathan Reilly, Estrategia Lo Capto!, Los Plátanos, y un poco después Venereans, Caballo Trípode, Zener o Ansaldo Tropical había un grupo de veinteañeros cuyos nombres podrían contarse con los dedos de dos manos. Fueron la semilla de lo que vino después, ya metidos en la década 2010-2020: Futuro Terror, Cuello, Antiguo Régimen, etcétera.
Dos notas al margen sobre aquellos años: el hecho de que entonces todavía era habitual cantar en inglés, y el enorme desequilibrio que existía entre hombres y mujeres encima del escenario (¡cuánto hemos mejorado en estos quince años!). En cualquier caso, ahí estaban excepciones de grupos como Redentoras Humilladas y Las Rodilleras.
Uno de los primeros grupos de culto que surgieron en ese momento fue Le Jonathan Reilly, formado por Jonathan Bordes y los hermanos de Gandía José y Andrés Martínez. Hablamos de ellos con motivo de la reciente edición, por parte del sello Discos Peroquébien, de un casete recopilatorio con los singles, demos y rarezas publicados por el trío entre 2004 y 2009.
“Es un grupo que sobre todo tuvo muy buen recibimiento en la escena norteamericana de punk más marciano”, nos cuenta Jonathan, miembro a su vez de Estrategia Lo Capto!, Caballo Trípode y Venereans, además de ser uno de los creadores del influyente fanzine Chilena Comando. Efectivamente, tuvieron cierta resonancia internacional. Holy Cobra Society -que fue junto con Discos Humeantes el sello nacional que más apostó por los grupos valencianos de ese momento- publicó un split de Le Jonathan con Tyrades. Tic tac Totally (Chicago) y FDH records (Philadelphia) también publicaron al grupo valenciano.
Del mismo modo, el disco Horror Vacui (2009) de Caballo Trípode fue mezclado y masterizado por Bob Weston de Shellac, que se declaraba fan del grupo valenciano. La coedición corrió a cargo de Tic Tac Totally en Estados Unidos y por Holy Cobra Society en España.
Una escena errante no es una escena
La música underground, especialmente en ciudades pequeñas o medianas como València, siempre ha creado burbujas endogámicas. Es decir, un rosario de bandas integrado por las mismas personas, pero organizadas en distintas combinaciones. En la primera década del siglo, no había una escena underground tan amplia e intergeneracional como la de ahora. Y la razón es que no existía un lugar icónico que lo hiciese posible.
Para que se prendan este tipo de fenómenos subculturales es muy importante que exista un espacio de libertad tanto físico como mental. Un espacio donde no se hagan concesiones comerciales, en el que exista una política de precios populares y un público militante y curioso, de los que no se saltan al grupo “telonero” y muestran avidez por ver en directo a grupos que quizás no hayan escuchado nunca.
El country rock de Los Angeles tuvo su Troubadour; el punk 77 y la new wave de Nueva York tuvieron su CBGB; el hardcore punk norteamericano se desarrolló alrededor de salas y centros sociales como el 9:30 Club en Washington D.C.; el Gilman Street Project en Berkeley (California) o el ABC No Rio en Nueva York. En València, el mapa estaba muy disgregado en una constelación de salas con sonido espantoso a las que había que ir a morir para poder montar un concierto. La excepción la ponían quizás Pepica La Pilona, Proyecto Mayhem o el CSO L’Horta, donde sí se organizaban conciertos de vez en cuando.