Cultura

Vanessa Montfort: "A veces te preguntas si hay que curar al criminal o a la sociedad que lo crea"

La escritora presenta en las 'Veladas literarias' su novela 'La Toffana' con la que ha ganado el Premio Primavera

  • Vanessa Montfort

ALICANTE. ¿Heroína o villana? ¿Justiciera feminista o psicópata de manual? En La Toffana (Espasa, 2025), la novela con la que ha ganado el Premio Primavera, Vanessa Montfort plantea un dilema tan inquietante como fascinante. Giulia Toffana fue una perfumista que en la Roma del siglo XVII lideró una red clandestina de mujeres que ofrecía una pócima mortal, su legendaria Aqua Toffana, como vía de escape frente a matrimonios forzados, maltrato y violencia estructural. Con ritmo de thriller, ambientación barroca y perspectiva contemporánea, la autora rescata a esta figura silenciada durante siglos para convertirla en el epicentro de una historia que desborda los límites de la moral, la justicia y el poder femenino. Y lo hace sin dogmas ni respuestas cerradas: da voz al lector, como el pueblo romano transfigurado en jurado popular, para que sea quien juzgue. Lo personal se vuelve político en esta novela que la escritora y dramaturga presentará el próximo viernes, 6 de junio, en las Veladas literarias del restaurante Maestral.

¿La novela propone un dilema moral? ¿Era La Toffana una heroína o una villana?

— Bueno, yo creo que eso se lo dejo al público. He decidido que sea el pueblo de Roma, transfigurado en jurado popular, quien lo juzgue, porque si no los escritores nos ponemos sentencieros y eso es muy aburrido. Es mejor que cada uno saque sus conclusiones, pero por supuesto que plantea un dilema moral. Eso es lo curioso, lo interesante y hasta lo bonito del personaje, porque nos hace cuestionarnos a nosotros mismos: ¿qué haríamos en ese contexto? ¿Palpita un justiciero dentro de nosotros o pensamos simplemente que era una asesina?

Cuando escribes a un personaje como este y profundizas, no solo en ella sino también en su psicología, pues está claro que es una serial killer, una psicópata de manual. Criminológicamente no tiene vuelta de hoja. Otra cosa es que sea asesina ‘justiciera’ con un patrón que viene de una experiencia personal muy clara de sufrimiento. Y es entonces cuando te preguntas si a quien hay que curar es al criminal o a la sociedad que lo crea. Su madre ya mató al padre de Giulia cuando esta tenía trece años. Es decir, esto viene de familia. Son tres generaciones de asesinas, aunque muy distintas.

¿Cómo era esa genealogía criminal?

— La primera, parece que mató en defensa propia. Vivía maltrato, como tantas mujeres, y en un momento dado se vio en peligro junto a su hija pequeña, y envenena a su marido. Fue un veneno mucho menos sofisticado que el que desarrolló después su hija. Psicológicamente, el patrón de la asesina nace ahí. Giulia tenía un propósito: ayudar a mujeres como su madre a no sufrir la violencia de hombres como su padre. Eso es lo que la convierte, más que en una simple criminal, en una figura compleja.

Giulia Toffana fue una figura real, pero quizá no es de las más conocidas por el gran público. ¿Cómo llegaste hasta ella?

— Ni por el gran público ni por el especializado, te diría. Cuando empiezo a investigar, se oyen campanas, pero no se sabe dónde. Sobre el Aqua Toffana, que eran las pócimas que ella creaba había cierta leyenda. El veneno se convirtió casi en un genérico, como decir "me han dado un Clinex". Hasta Mozart, en su lecho de muerte, dijo que le habían dado un Aqua Toffana, porque ya estaba en el imaginario colectivo como sinónimo de un veneno lento, potente y letal.

Yo me encontré con un par de tratados del siglo XIX donde apenas se dedica un párrafo a quién pudo haberlo creado. Ahí se menciona a una alquimista, que luego resulta ser la madre. Entonces me puse en contacto con un profesor de historia del papado en la Universidad de Roma, a través de mi traductor, y ni él sabía mucho sobre Giulia. Ahí se despierta mi curiosidad y empiezo a tirar del hilo.

  • Vanessa Montfort

Te encontrarías con muchas lagunas históricas o contradicciones al investigar sobre ella ¿Cómo las resolviste?

— Sí, me costó. Después de haber escrito una obra de teatro solo con el juicio, por fin encontré una transcripción del siglo XIX de las actas originales, que estaban en el archivo municipal de la ciudad de Roma. Es decir, que era un lugar tan encontrable que era inencontrable. Ahí aparecen los careos e interrogatorios, incluso dos años de investigación de la Inquisición, que te diría que fueron como un CSI: con asesores científicos, infiltrados, autopsias, pruebas con animales, etcétera.

Al principio creían que investigaban un culto herético, una especie de virgen negra o un fantasma, pero después vieron que era una mujer que ayudaba a otras mujeres, no solo a envenenar a otros hombres, sino también con pócimas de fertilidad o abortivas. Era una recuperación del control del cuerpo femenino, que entonces se había perdido por completo.

Descubrieron que no era una bruja, sino algo mucho más peligroso: una científica. Había creado una red muy sofisticada. Ella fabricaba el veneno; un cura y su hija, una astróloga de la corte, lo distribuían, y había otra colaboradora, que era una exprostituta muy bien conectada con los bajos fondos.

Entre todos crearon un sistema de crimen organizado donde las mujeres que habían usado el veneno luego eran reclutadas para llevar frascos a otras o contactar nuevas clientas. Una estructura piramidal perfecta que duró quince años y que costó 602 muertes, que se sepa. Algunas mujeres mataban por supervivencia, otras para quitarse de en medio al marido y vivir un amorío. Hay de todo.

Giulia no ejecutaba, pero era la creadora y una colaboradora necesaria para esa red que actuaba desde la mismísima Piazza Navona, que tampoco era en una ermita escondida. Eso también tiene su retranca. Había incluso un confesor que, previa confesión, valoraba caso por caso y dispensaba el veneno en frascos de agua bendita. Era el "confesor de las mujeres", con toda su doble moral.

Con ese contexto, ¿puede leerse la novela como una reivindicación feminista?

— Más que una reivindicación, es una advertencia o una forma de entender de dónde viene la violencia institucional. La caza de brujas fue un auténtico holocausto femenino, una manera de acabar con un tipo de mujer que no seguía las normas. En plena revolución científica, cualquiera que se acercara al conocimiento podía ser perseguido. Giordano Bruno es un ejemplo cercano.

En el caso de Toffana, la Inquisición fue a por ella no por ser asesina, sino por atentar contra el sacramento del matrimonio. Ayudaba a otras a romperlo, y eso era una herejía. Querían que confesaran públicamente y se arrepintieran, pero luego las borraron. Las condenaron a la damnatio memoriae, como en la antigua Roma o Egipto. Borrar todo rastro de su existencia: partidas de nacimiento, defunción, cuerpo, lápida…

¿Y eso explica que un hecho tan masivo quedara silenciado?

— Exactamente. Hubo seiscientas mujeres matando a sus maridos en una ciudad de doscientos mil habitantes. Eso es una revolución en toda regla, pero las borraron y guardaron las actas bajo siete llaves. Había implicadas figuras muy cercanas al papa, como la duquesa de Chéri, una de las mujeres más poderosas de Roma. Las páginas más comprometedoras del juicio fueron arrancadas y escondidas, parece ser, en el Castillo de Sant'Angelo. Lo que hicieron fue borrar todo, por miedo a que cundiera el ejemplo.

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