VALÈNCIA. Da igual la edad, Summers marcó a todos por igual. De niño, recuerdo que To er mundo é güeno me parecía la película más divertida de todos los tiempos, igual que su secuela. Quedaba tiempo aún para que las bromas televisivas acabaran aburriendo a las ovejas. También recuerdo que en mi casa cuando se daba por televisión una película de Summers, se recibía con alegría. En mi hogar nunca se rechazaron las españoladas, más bien al contrario, y las de este autor eran pata negra.
Luego también me marcó de alguna manera que cuando quedaba con los amigos en su casa, que había uno que traía Sufre mamón como si fuese una auténtica epopeya rockera. No teníamos ni diez años y nos sentíamos en la onda con esa película, pero la verdad es que ahora no recuerdo una sola escena. Y muchísimo tiempo después, su documental Juguetes rotos, me pareció sumamente interesante y, sobre todo, original; y Del rosa al amarillo, una película fantástica.
Ahora llega Summers, el rebelde, de Miguel Olid, una obra que pretende poner orden en todo el legado de este genio creativo, que también tuvo un papel importante en la historia del humor gráfico con sus chistes en Hermano Lobo y otras publicaciones.
El documental, la verdad, es muy provechoso. Deja solo retales sobre el personaje, pero lo define bastante bien. Se nota que era ese tipo de sevillano que solo existe en Sevilla, alguien con tendencia a lo irracional y la provocación como forma de situarse en el mundo, pero siempre desde el decoro y el saber estar.

Hacia el final del documental está lo más relevante. Se da una clave importante de su personalidad, aunque es puesta en duda por su hermano, el presentador Guillermo Summers. El padre de ambos, Francisco Summers, fue el fiscal que firmó la sentencia de Blas Infante. Se unió a los sublevados desde las primeras horas de la rebelión militar y tuvo que participar o ser cómplice de actos de represión inconfesables. Sostiene uno de los entrevistados que esta figura permitió que su hijo fuese un rebelde, pero con paracaídas. Con la conciencia de que a él no le iba a pasar lo mismo que le podría ocurrir a otros. Quizá esa sea la parte más compleja de su personalidad. Podría ser cierto, o no.
Porque el hecho es que, pese a su posición familiar, Manuel Summers fue un director que tuvo incontables problemas con la censura y una tendencia marcada a molestar al clero y a los militares. Se explica que era católico, “pero no un meapilas”. Otros directores o productores, como Pilar Miró o Elías Querejeta también eran hijos de franquistas destacados, sin embargo, Summers consideraba que a él fue al que más se le censuró. "A mí me han cortado más películas que a Carlos Saura o Bardem (Juan Antonio) que son mucho más rojos que yo", aparece diciendo.
La acusación es pertinente porque, ante todo, su cine fue popular. Empezó con ganas de experimentar, pero tras la ruina que le supuso el excepcional documental Juguetes rotos, decidió dedicarse mejor a los taquillazos. Eso sí, al contrario que muchos de los llenapistas de la época, él era autor de sus películas. No se trataba de encargos ni de diseños de mercadotecnia. Procedían de su ingenio, un caso extraño.

Tenía tanto favor del público que protagonizó un caso inaudito, miles de jóvenes menores de edad recogieron firmas por todo el país para que se cambiara la clasificación de Adiós, cigüeña, adiós, y poder ir al cine a verla. Cosa que lograron.
Era amigo de romper la cuarta pared, de introducir ideas muy creativas, como los créditos de una película como si fueran una misa. También es una curiosidad muy interesante que los storyboards los hacía con su talento para la ilustración prácticamente como cómics y los actores entendían a la primera lo que tenían que hacer con la fuerza expresiva de sus dibujos.
Pero si por algo dejó huella fue por el uso de actores no profesionales. Cuenta Trueba que muchos de ellos eran personas desahuciadas, que los tenía en un chalé en Arturo Soria y él les llevaba las bolsas con la compra. Su hijo, el cantante de Hombres G, cuenta que en su película había un actor que hacía de punk que era un chico que vivía en un coche. Cuando tuvo que rellenar los papeles para el contrato no sabía si poner la matrícula.
Sin embargo, Summers tuvo más desencuentros con la crítica que con la censura. “Ningún critico me dice que mi película es mala si la tengo nueve meses en cartel”, sale gritando en televisión. Luego justificándose: “los críticos no me pagan las letras, y tengo que poner tías buenas y Alfredo Landa corriendo en calzoncillos. Al principio quería cambiar el lenguaje del cine, pero luego me di cuenta de que el fontanero de Talavera de la Reina tiene derecho a entender la película”. Para sentenciar: “los críticos me dan asco, no deberían existir, pero también me dan pena, ganarse la vida analizando el trabajo de los demás”.
Finalmente, cuando llegó la Ley Miró y en el cine español se redirigieron las subvenciones hacia las producciones que se entendía eran “de calidad”, Summers fue uno de los perjudicados. Eso le hizo emprender una campaña que le enfrentó, junto a productores como Frade, al resto de cineastas. Para Trueba fue un error, para otros, seguía siendo fiel a su espíritu: se ponía del lado de los perdedores.

- Entierro del cine español frente al Ministerio de Cultura -
El documental recoge unas imágenes esperpénticas, cuando se manifiesta enfrente del Ministerio de Cultura escenificando el “entierro del cine español”, enfadado después de que le negaran una subvención. El autor del documental, el profesor Miguel Olid explica que, a su juicio, Summers, después de esto y con su muerte prematura, en 1993, cayó en el olvido.
Un director que llenó los cines durante años y, actualmente, poca gente se acuerda de él o le rinde un homenaje. Según su teoría, jugó en su contra que hizo cine comercial y que su familia procedía del régimen. Dos detalles que le resultan antipáticos a la opinión cultural mayoritaria o más poderosa. Lo cierto es que, actualmente, que las batallas culturales de hace cuarenta años ya no tienen sentido para nadie, merece la pena echar un vistazo a esta filmografía, ya sea por nostalgia, por redescubrir su humor o por la ironía hipster de algunos. Su legado, en cualquier caso, es de sumo interés.