Entrevista

Arte y fotografía

Soledad Sevilla: "La tensión tiene que estar siempre, si no el cuadro está muerto"

Tras su paso por el Museo Reina Sofía, el IVAM presenta la exposición 'Ritmos, tramas, variables', que abrirá sus puertas la próxima semana

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VALÈNCIA. A Soledad Sevilla (València, 1944) no le hace falta presentación y, quizá, las que se le hagan no esté a la altura. La artista valenciana es una de las figuras clave de la pintura de finales del siglo XX y principios del XXI, una trayectoria diseñada desde un lenguaje marcado por la pureza de la línea y el color y la construcción de formas a partir de módulos geométricos. En su haber tiene el Premio Nacional de Artes Plásticas, el Premio Velázquez o la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes, entre otros reconocimientos. Muchos otros. Todo ello, sus comienzos en el Centro de Cálculo de Madrid o Harvard, los viajes, la experimentación o los reconocimientos, desembocan ahora en Ritmos, tramas, variables, una gran exposición comisariada por Isabel Tejeda que se pudo ver en el Museo Reina Sofía y que la próxima semana se desplegará, con alguna novedad, en el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM), una muestra que recorre su vida y su obra, cómo si una cosa pudiera explicarse sin la otra, a partir de piezas que van de la década de los 60 hasta la actualidad. Pero, mejor, lo explica ella. 


-En el proceso de diseño de esta exposición, no sé si se ha reencontrado con piezas que quizá no había visto en años.

 

-Isabel [Tejeda] fue la que estuvo fotografiando y viendo cada pieza y cada obra que hay en mi almacén, y son 300, además de las que están hechas por mí pero no son mías. Ha sido una labor ingente, imprescindible. Efectivamente, hay muchas cosas de las que yo ya me había hasta olvidado, muchísimas. Además, es que de lo más contemporáneo no hay más que los Esperando a Sempere, todo lo demás es prehistórico [ríe]. 

 

-En todo caso, cuando ve en pocos metros obras de distintas décadas, ¿qué conexiones encuentra?

 

-Vista cronológicamente, lo que tengo clarísimo es que hay una coherencia total y absoluta. En el Reina Sofía, de hecho, teníamos expuestas al principio las obras geométricas de los años 70 y al final los Sempere, que se conectaban en el espacio. Ahí uno miraba el principio y el final y se daba cuenta de que era lo mismo. Resulta que mi teoría de que los artistas nos pasamos la vida pintando el mismo cuadro es evidente. Después de 60 años, yo estoy pintando el mismo cuadro.

 

-¿Esta coherencia es consciente o la encuentra con la distancia? 

 

-Es más un análisis de los teóricos, nada es consciente. Yo voy haciendo lo que en cada momento tengo necesidad de hacer, no hay un guión. Voy donde me lleva mi intuición. Ese análisis [de la obra] realmente me lo han descubierto los teóricos, que es muy interesante, pero no es lo que nosotros tenemos en mente cuando estamos creando.

 

 

-¿Es sencillo para usted dejar ir la obra una vez está finalizada?

 

-Cuando una obra se ha terminado es como la muerte del toro. ¿En qué momento el torero sabe que tiene que matar al toro? Lo sabe. Pues esto es igual. ¿En qué momento el cuadro se ha terminado? Lo tienes claro. Es una sensación que no has tenido hasta ese preciso momento. Antes estás batallando, vuelves al estudio, le echas horas... Pero hay un momento en el que se acaba y ya está. Lo terminas y pasas al siguiente. Lo tienes claro.

 

-Habla de batalla, ¿la experiencia hace más placentero el hecho pictórico o siempre hay tensión?

 

-La tensión tiene que estar siempre, si no el cuadro está muerto. Como eso desaparezca, no tienes nada que hacer. Lo que sí es verdad es que la experiencia te ayuda mucho a saber por dónde vas, por dónde tienes que ir, por dónde no tienes que ir, lo que sí funciona y lo que no. Esa es una aportación importante que te la da la experiencia, pero la tensión tiene que estar siempre presente en la obra, si no es como copiarte a ti mismo, no funciona.

 

-Me hablaba antes de esas piezas más actuales, ese Esperando a Sempere, ¿cómo nace este proyecto?

 

-Nace de un cuadrito de Sempere, que de hecho está en la exposición, es mío. Lo compré, además, en una tienda que era una especie de almacén, no era una galería. Entonces yo vivía en Madrid y me iba a trasladar a Granada. La empresa de transporte recogió todo el mobiliario y mi casa se quedó sin nada, estaba vacía. Apenas tenía una mesa, unas borriquetas y el Sempere. No tenía pintura, no tenía pinceles, solo lápices y cuartilla. Con esos materiales intenté crear el mismo formato de la obra y me puse a hacer dibujitos con un lápiz hasta que me tuve que ir. Cuando llegué a Granada lo tuve claro, sabía que esto tenía que pasar a formato grande. Yo adoraba a Eusebio, pero realmente no es una cuestión sentimental, nace de un momento en mi vida en el que no podía pintar y me pongo a hacer esos dibujos que derivan es estas piezas. 

 

 

- Conoció a Eusebio Sempere a finales de los 60 en el Centro de Cálculo en Madrid, donde participaban en un seminario de generación automática de formas plásticas, ¿cómo fue esa experiencia? 

 

-Fue una experiencia muy interesante. En ese momento este país estaba sumido en una depresión cósmica, lo que era la España franquista, en la que ni había contacto con el exterior ni recibíamos nada. En fin, el aislamiento total. Entonces, la actividad del Centro de Cálculo fue estupenda, nos veíamos todas las semanas en la Universidad de Madrid con el único ordenador que había en toda la ciudad universitaria, una máquina que tenía su propia habitación, un IBM. Y ahí nos reuníamos, en torno a ese futuro. Recuerdo que avanzábamos muy lentamente en todo lo que proponíamos porque no sabíamos programar, no era como ahora. Dependíamos de que los programadores que estaban en el Centro de Cálculo tuvieran ratos libres y nos hicieran el programa que nosotros pedíamos. Por eso lo deje enseguida, porque me cansaba y pensaba: ¡si yo lo hago más rápido! Ahí a mí siempre me sorprendían las cosas de Eusebio. Él planteaba una curva de lo más fría, de lo más clínica, pero luego entraba esa sensibilidad impresionante que lo convertía en una maravilla. Eso es lo que él me enseñó. 

 

-Es curioso porque hablamos de esa relación entre arte y tecnología en los años 60 cuando hoy sigue en el centro del debate, con cuestiones como la Inteligencia Artificial, ¿cómo lo ve?

 

-Es lo de siempre, una vez más un avance tecnológico que pone en cuestión las cosas y que altera por completo la opinión general. Yo creo que se impondrá, seguirá y vendrán cosas todavía superiores a esta, pero el arte seguirá siendo el arte, lo seguiremos produciendo los artistas. Nos ayudaremos de todo lo que podamos pero nadie nos sustituirá nunca, eso seguro. Desde Altamira hasta hoy, los artistas somos imprescindibles.

 

-La beca de investigación en la Universidad de Harvard también supuso otro hito en su trayectoria...

 

-En Harvard no tuve una experiencia muy buena. No pertenecía a esa sociedad, eso estaba clarísimo. Quizá fue porque yo no me integré, no sé lo que pasó. La escena artística no me interesaba nada, me gustaba mucho ir a Nueva York, era fantástico, pero, ¿Boston? Vaya muermo. De hecho allí me puse a hacer Las Meninas, que luego terminé en Madrid. 

 

-Precisamente, y manera muy explícita, ha trabajado sobre el arte que la emociona, desde Las Meninas que menciona a la Alhambra o la poesía de Pessoa, ¿cómo de importante es seguir siendo observadora? 

 

-Es muy importante lo que te llega de fuera. Hay un momento cuando eres joven en el que todo te afecta, todo entra para salir. Más tarde, quizás, se vuelve más introspectivo, está entrando pero ahí se queda, tu mente ya sabe que hacer con eso. Es muy importante todo lo que veo, todo lo que me llega. Aunque vivo en Granada voy a Madrid constantemente porque necesito seguir viendo. Ahora mismo tengo pendiente [las exposiciones de] Julio Le Parc o GEGO. Esos dos artistas son fundamentales, solo por eso ya voy a Madrid. 

 

 

-La comisaria de la muestra, Isabel Tejeda, habla de usted como una "enamorada" de su trabajo, ¿así se siente? 

 

-Permanentemente enamorada, un amor que nunca defrauda [ríe]

 

-En el amor también hay altibajos... 

 

-Con respecto a al obra que tienes entre manos siempre hay unos altos y bajos impresionantes. No sabes la cantidad de veces que digo que no vuelvo a pintar, que lo dejo, y mis amigos o mis hijos me dicen: anda que no hemos oído eso veces. Pero luego vuelvo.

 

-Juan Genovés decía que el arte sirve, sobre todo, para pensar. Uso es frase como excusa para preguntarle, ¿para qué sirve el arte?

 

-Yo diría que para sentir, no para pensar. A la hora de trabajar no pienso en nada, al contrario. Debería pensar más, pero es algo más visceral. 

 

-¿En algún momento tiene en cuenta al espectador en el momento de crear? 

 

-No, para nada. Ni siquiera cuando estoy haciendo una exposición. Luego, naturalmente, cuando lo haces, lo que quieres es que se vea, que se difunda, cuanta más gente la pueda disfrutar, mejor. Pero como objetivo no está el público. 

 

-En este sentido, ¿le ha sorprendido su reacción? 

 

-Claro. La respuesta, por ejemplo, de esta exposición en Madrid ha sido muy especial, apabullante. Incluso hay un músico gallego, Ángel de la Hera, que ha compuesto una obra a partir de la exposición, algo que no me había pasado nunca. Estoy muy emocionada por eso. 

 

-Ha recibido el Premio Nacional, el Premio Velázquez, la Medalla de Oro, etc, pero, ¿qué es para usted el reconocimiento? 

 

-Más bien tendría que preguntarme: si no tuviera reconocimiento, ¿qué pasaría? Seguramente me sentiría mal o frustrada, no lo sé. Es una consecuencia, tiene una dimensión que nunca había pensado. Esto ya es pasado, pero yo recuerdo que cuando todos mis amigos eran famosos yo no podía ni exponer, porque a mí se me consideraba una mujer que pinta. Tenía un niño en cada rodilla, era ama de casa, daba clases en un instituto y, además, pintaba. Mientras los chicos que eran amigos míos ya tenían sus galerías, exponían y tenían una medalla de artistas yo seguía siendo una ama casa. Lo del reconocimiento ha sido muy paulatino y muy emocionante, sobre todo si echo la mirada atrás. 

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