Entrevista

Cultura

Salvador: "El rechazo es una parte esencial de la vida"

El pianista ilicitano publica su primer álbum 'Años de rechazo', donde difumina las barreras entre lo clásico y lo contemporáneo para adentrarse en la música experimental explorando las sonoridades más innovadoras

  • El pianista ilicitano Salvador

ELCHE. A pesar de su juventud, el pianista alicantino Salvador (Elche, 2000) cuenta con una sólida trayectoria internacional. Se graduó con alta distinción en el Royal College of Music de Londres y estrenó su primera pieza como compositor con tan solo diecisiete años. Desde entonces, no ha dejado de crear música con distintas piezas de corte clásico, pero también contemporáneo, tratando de difuminar las barreras entre ambos mundos al explorar todo tipo de sonoridades a través de la música electrónica. En su haber figuran piezas como El aquelarre, Versos para una juventud melancólica, El miserere o Todo muere. Ahora publica su primer álbum, Años de rechazo, y su próxima actuación será el 16 de marzo en el Gran Teatro de Elche, el lugar donde decidió que quería ser músico.  Un concierto que se inscribe dentro de la gira con la que está viajando por Europa interpretando íntegramente Goyescas, de Enrique Granados. Una obra cargada de romanticismo, dramatismo y melancolía.

— ¿Tienes miedo al rechazo?

— El rechazo es una parte esencial de la vida. No le tengo miedo porque siempre trae consigo una lección, me empuja hacia adelante. Para mí, aceptar el rechazo es una forma de no conformarme y seguir explorando lo que puedo ofrecer al mundo.

— ¿Cuántos rechazos acumulas y de qué tipo, como para que hayan desembocado en este álbum?

— Curiosamente, el rechazo más significativo en este álbum proviene de mí mismo. Años de rechazo no solo refleja mi desconexión con la rigidez en las formas de la música clásica, sino que también captura mi reacción ante la realidad política y social actual marcada por conflictos y desigualdad.

Estos años han sido un proceso de maduración personal y profesional, donde he aprendido a rechazar aquello que no me aporta valor y a quedarme con lo que realmente nutre mi creatividad y mi visión artística. En ese sentido, el rechazo ha sido una herramienta que me ha permitido transformarme y liberarme.

— ¿Te estás encontrando con el rechazo del sector más purista de la música clásica?

— Siempre he sentido que no encajaba del todo en ese mundo tan rígido y estructurado. Respeto profundamente la tradición de la música clásica, pero mis inquietudes artísticas van mucho más allá de los límites que impone. Me apasiona la música clásica, pero no las rigideces formales y artificiales que se han ido construyendo a su alrededor.

Me siento libre de las mismas cuando ofrezco un concierto de Mozart en un auditorio tradicional y, al día siguiente, estoy en un pequeño local londinense entre sintetizadores y pedales de distorsión interpretando mi álbum. Mi “yo” clásico nutre al experimental y éste alimenta al otro. Quiero seguir profundizando en lo que la música clásica en su estado más puro significa, pero a la vez, tengo la necesidad de explorar fuera de esas barreras.

El pianista ilicitano Salvador

— ¿Qué es lo que te empuja hacia el dramatismo y el misticismo en tus temas?

— La espiritualidad, aunque no desde un prisma religioso convencional, es una parte central de mi vida y mi trabajo. Creo que la música tiene una capacidad única para conectar con lo más profundo de nuestro ser, para dar forma a emociones y pensamientos, que a menudo no pueden expresarse con palabras. Es un lenguaje místico por naturaleza. Una especie de ritual donde uno expone su alma. En ese sentido, la música se convierte en mi religión, mi forma de entender el mundo y mi vehículo para conectar con los demás.

— ¿Qué te impulsó a experimentar con la música clásica y la electrónica?

— Han sido muchos factores los que me han llevado por este camino. Por un lado, mi formación clásica y la rigidez que conlleva despertaron en mí un deseo de romper con los límites establecidos. Por otro, siempre he sentido una fascinación por los sonidos que amplían las fronteras de lo conocido.

Combinar la música clásica con la electrónica me permite crear paisajes sonoros que no solo son música, sino experiencias completas. Es una búsqueda constante de nuevos horizontes, de ir más allá de lo convencional para ofrecer algo que sea verdaderamente transformador.

— Has conformado una identidad musical, visual y escénica propia que rompe con la típica imagen del concertista clásico tradicional…

— Exactamente, esa era la intención desde el principio. Mi formación clásica me ha dado las herramientas técnicas y conceptuales para ser un buen músico, pero ahora siento que es el momento de descomponer esos cimientos para construir algo nuevo. Esto no solo se refleja en el sonido, sino también en cómo presento mi música al público, desde la estética visual hasta la narrativa que acompaña cada actuación. Es un proceso de reinvención constante que busca conectar de manera más auténtica con quienes me escuchan.

— Has tocado en algunas de las salas de más prestigio de Reino Unido, España, Italia, Estonia o República Checa ¿Cómo se han ido abriendo esas puertas?

— Bueno, nada sucede por arte de magia. Detrás de cada actuación hay muchas propuestas presentadas y, a menudo, rechazadas. Pero esa persistencia es lo que abre puertas. También es crucial estar preparado para cuando esas oportunidades llegan porque el esfuerzo inicial solo es el comienzo. Mi próximo concierto en el Gran Teatro de Elche es resultado de todo ello.  Lo espero con mucha ilusión porque allí fue dónde decidí ser músico. Se inscribe dentro de la gira que estoy dando por Europa interpretando íntegramente Goyescas, de Enrique Granados, y que me llevará, en las próximas semanas, también a Malta y Alemania.

Goyescas no es solo una pieza más de mi repertorio; es una obra con la que ha crecido artísticamente. Sigo explorando su profundidad emocional y su riqueza sonora. Animo a los que puedan asistir para que no duden en hacerlo, saldrán conmovidos por una obra cargada de romanticismo, dramatismo y melancolía.

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