ALICANTE. No me convence el nuevo disco de Rosalía. Ala, ya está, ya lo he dicho. Usando su lenguaje religioso, no es santo de mi devoción. Pero que no se confunda el gusto con el criterio; le sé reconocer la calidad. ¿Está permitido decir que no te gusta un álbum, pero que es buenísimo? Supongo que sí, pero no en cualquier lado. Véanse las redes sociales plagadas de fans sin intención de conversar, solo queríendo coronar a su artista favorita como una "reina" o señalar que ha "padreado". Ya lo dijo N-Wise Allah en una entrevista en Grimey TV: "Muchos padres, pocos hijos".
Pero volvamos a lo que nos trae aquí: LUX, el nuevo álbum de Rosalía. Mi resumen muy resumido es músicalmente rico, líricamente pobre. Y no, que cante en 14 idiomas diferentes no la convierte en una "genia", quizás lo hace como movimiento para acercar su música a otros mercados, o para alejarla del hispanohablante poniendo una barrera en la comprensión de lo que quiera decir en japonés, hebreo o árabe. O quizás cantar en varias lenguas viene a simbolizar que la música es el lenguaje universal.
Rosalía sabrá. Estoy convencida de que la artista monta sus proyectos con conocimiento de causa. Formación para hacerlo tiene; se la dio la Escuela Superior de Música de Cataluña (ESMUC) cuando cursó flamenco y desarrolló como Trabajo de Fin de Grado el que acabaría siendo su más que alabado -y no es para menos- disco El mal querer. La catalana es una pedazo de artista, inteligente, capaz y seguramente rodeada de un equipo tan inteligente y capaz como ella. Pero la realidad es que, aunque sea mainstream, no hace música para masas. Lo que me lleva a preguntarme...
¿El público sabe apreciar su proyecto?
Vale, no hay que intelectualizar todo. Pero entonces, como he dicho antes, no confundamos gusto con criterio. Como me dijo un amigo artista conversando sobre el tema, la gente quiere consumir la música como identidad y no como arte, como sentimiento de pertenencia a un colectivo. Y eso es muy humano. Pero afirmar que es aoty (album of the year) o disco de la década (incluso, he leído, del siglo) a las horas de haberlo publicado es un pacto no verbal enorme y, si se me permite, una falta de respeto a otros artistas y/o proyectos.

- Rosalía, durante su actuación en Valencia - -
- Foto: ALBERTO ORTEGA
LUX me parece un álbum de nicho. No tiene estribillos, es de difícil aprendizaje idiomático y tiene un componente musical al que el público promedio no está acostumbrado: la música orquestal. Y ya no hablemos del knowledge alrededor de esta música, porque no es casualidad que cambie a modo mayor en temas como Sexo, violencia y llantas (de mis favoritos, por cierto) o Porcelana para representar la elevación espiritual de la cantante.
O la posibilidad que ofrecen los instrumentos de pintar emociones, utilizando unos u otros dependiendo del momento de piedad, tensión o dramatismo que se quiera plasmar. Como lo que sucede con las bandas sonoras de las películas, que acompañan y refuerzan musicalmente la emoción exacta que busca despertar cada escena. Teniendo nociones musicales, también surge la pregunta de por qué Rosalía ha escogido que su primer adelanto, Berghain, sea una ópera en alemán y no en italiano, reservándose este último idioma para otro de los mejores temas del álbum, bajo mi criterio, claro: Mio Cristo Piange Diamanti.
Y si a mí, con estudios musicales pasados por años de conservatorio, que estoy acostumbrada a la música clásica, orquestal y no comercial, no me convence el álbum y ni siquiera llego a comprender todo lo que ha querido transmitir Rosalía, ¿qué se puede esperar de un oído no educado? Pero esto va más allá de lo intelectual, aquí también juegan otros dos factores que trato a continuación.
El fandom
Entonces, si el disco no es comercial, será que lo comercial es la figura de Rosalía. La iluxminada ha logrado ser mainstream sin hacer música mainstream. "Ha sabido disfrazar de pop lo intelectual", diría mi amigo. Y es cierto que hay que reconocerle que ha sabido adaptar el lenguaje divino a 2025. Dios es un stalker es el apretón de manos más notable entre lo histórico y lo moderno, haciéndolo entendible al público.

- Foto: Carlos Luján / Europa Press
El fenómeno fan no es nuevo ni exclusivo de la música. Y el del hincha, tampoco. ¿O no han vivido Elche y Algorfa la fiebre de Messi y de la selección argentina durante estos días? Con miles de fanáticos esperando a las puertas del resort viendo a su ídolo de lejos, en el mejor de los casos. O acudiendo al Martínez Valero en una mañana laboral de jueves para presenciar un entrenamiento abierto al público hasta alcanzar los 20.000 espectadores.
La religión y las tradwife
No puedo obviar la religión si hablamos, ya no de LUX, sino de Rosalía. Leí en un artículo de Israel Merino, en el periódico 20 minutos, que quizás una de las causas por las que hay una tendencia creciente de la religión es por el impacto del reggaeton, firma de Latinoamérica, en Europa. Yo añado también un motivo político: el auge de la ultraderecha, que abraza lo religioso. Quizás por eso el discurso musical de la catalana cala mejor en el público contemporáneo.
Y con la religión y el conservadurismo cobra fuerza la figura de la mujer tradicional, las tradwife. Un concepto del que hemos oído hablar bastante a medida que la tiktoker Roro fue adquiriendo popularidad, mientras horneaba bizcochos como el que Rosalía elaboró para Broncano, el presentador de La Revuelta. No sé hasta qué punto aplica en la artista la imagen de tradwife, ya que ella ha manifestado su inquietud por el conocimiento de Dios, queriendo estudiar teología si no se dedicara a la música.
Existen muchas aristas por las que Rosalía y LUX te pueden gustar. No todo se reduce al intelectualismo, a veces los sentimientos mandan. Un tatuaje no tiene por qué tener significado, quizás solo te gusta su estética. Pero, por favor, no seáis rebaño forzándoos a que os guste algo por presión social involuntaria y tampoco seáis lobo si alguien no comparte vuestros gustos.