VALÈNCIA. Hace medio siglo que Cristina García Rodero puso rumbo al pueblo conquense de Almonacid del Marquesado, el punto de partida de una aventura que se extendió hasta finales de la década de los ochenta. La misión, en un momento en el que todos los ojos estaban posados en la modernidad, era retratar los ritos, fiestas y tradiciones de todo el país. Y así nació España oculta. El proyecto, que tomó forma gracias a la beca que recibió de la Fundación Juan March se puede ver ahora en València con una exposición que se despliega en las salas del Institut Valencià d’Art Modern (IVAM).
Son muchos los autobuses, trenes y aviones a los que se ha subido la creadora desde que le concedieran la beca en 1973, medio siglo en el que ha retratado con mimo aquellos pueblos que entonces permanecían lejos de los objetivos, años en los que, además, ha sumado dos apellidos que la acompañan allá donde va: el de Premio Nacional de Fotografía en 1996 y primera española miembro de la prestigiosa agencia Magnum.
Convertida en unos de los grandes referentes de la fotografía en España, aprovechamos su paso por València para ahondar en esa serie que se ha convertido en todo un emblema y, también, para descubrir qué hay detrás de esa cámara con la que viaja por todo el mundo.
- Medio siglo después de iniciar la serie España oculta, ¿nos reconoce en esas imágenes o son inevitablemente ecos del pasado?
- Las dos cosas. Hay gente que sigue trabajando en la fiesta que me dice: Cristina, tus abuelitas de negro ya no existen. Pero yo sigo volviendo a esas fiestas cuando trabajo aquí, aunque este año estaré más en África. España ha cambiado muchísimo, claro. Yo veo la época que a mí me tocó vivir con sus cosas buenas y malas. Las buenas es que trataba con gente confiada, muchas veces me acogían sin querer cobrarme, me acompañaban hasta el autobús. Era gente sencilla, humilde, que te lo daba todo. Creo que, por desgracia, la droga transformó mucho a España, se perdió esa confianza. Otra cosa importante es que hasta los años 60 no empezó a venir gente de fuera, un turismo que afecta a todo. Es cierto que muchos jóvenes de los pueblos están recuperando esos carnavales o tradiciones, las están haciendo más visibles pero también más masivas. Yo creo que viví una España muy humilde y muy auténtica. De hecho, fui en muchos casos la primera reportera que visitaba esas fiestas.
- No sé si ahora hay más conciencia de la idea de espectáculo.
-Sí. Se va buscando esa espectacularidad, el hacerlas mejor que nadie. Ahora hay más medios, claro. Los Moros y Cristianos, por ejemplo, han ganado en vistosidad, hay mucha creatividad, gente preparada y dinero para hacer realidad esas fantasías.

- -
- Foto: MIGUEL LORENZO
- El ejercicio que hace en España oculta, quizá por ser valenciano, me conecta de una manera especial con ese Visión de España que se encargó a Joaquín Sorolla.
- Totalmente. Ese deseo de mostrar una España tradicional estaba en los dos, solo que en su tiempo estaba más vivo todo. En muchos pueblos se seguía vistiendo de la manera tradicional y ahora es un traje que se saca para las fiestas. Eso sí, Sorolla lo tenía mucho más difícil para enterarse y llegar, aunque más fácil porque se conservaban muchas de esas tradiciones. No había que esperar a las fiestas para ver esas escenas.
- Usted misma se ha formado en pintura, Antonio López fue uno de sus profesores.
- Fue él quien me enseñó a poner los colores del óleo en la paleta. Yo respeté toda la vida el orden que él me había dado. Era emocionante para mí el tener un profesor que me orientara de esa manera en la facultad de Bellas Artes. Era mi sueño. He sido muy afortunada por tener siempre una vocación definida. He pasado de la pintura a la fotografía quizás porque tenía que ver más con mi personalidad, pero yo sigo creyéndome pintora, aunque haga 50 años que no pinto. Mi mente sigue siendo de pintora muchas veces.
- ¿Hay algo de pictórico en sus fotografías?
- Yo creo la pintura me ha ayudado mucho a ver la luz, algo fundamental en mi trabajo, especialmente en blanco y negro. Es cierto que en un lienzo partes de cero, pero eso precisamente me ha ayudado mucho a componer. También está la cuestión del movimiento, ese captar algo efímero. Al final la fotografía te facilita unas cosas y la pintura otras. Todo suma.

- -
- Foto: MIGUEL LORENZO
- La fotografía que realiza depende mucho de ese movimiento, de lo que está sucediendo, ¿cómo lidia con la frustración?
- En una enseñanza. La pintura te enseña a observar, interpretar y crear. La fotografía es lo mismo, pero está ese elemento de rapidez, por lo que hay muchas cosas que pierdes porque no puedes llegar al sitio donde está sucediendo o porque te lo impiden algunas veces. La fotografía es una escuela de vida y tienes que aprender a lidiar con los éxitos, con los fracasos, con la gente violenta, con la gente generosa... es un cóctel de muchas cosas vitales donde al final tienes que ser positivo para tener fuerza y continuar. A veces digo: no vuelvo. Pero siempre vuelvo [ríe]. Por encima de lo que a veces sufres está la hermosura de esas fiestas.
- ¿Cómo de importante es trabajar la empatía?
- Cuando estás cerca de la gente tienes que ser muy frío para no emocionarte con ellos tanto cuando los ves sufrir como alegrarse o bailar. A mí que me gusta tanto, muchas veces digo: voy a colgar la cámara y me voy a poner a bailar con ellos [ríe] Al final te emocionas porque estás observando todo el tiempo, ves las transformaciones y también el sufrimiento. Tienes que sentirte cerca de ellos porque es la forma de darles respeto y valorarlos. Ellos son los protagonistas de tu foto, no eres tú. El dolor, claro, es una de las cosas que más te acercan a la gente y que, al mismo tiempo, más me hace cuestionarme si debo estar allí.
- Esto me lleva a pensar en esa imagen que tomó de una mujer enterrando a su bebé.
- Sí, de dieciocho meses de vida. Ella no se dio cuenta de que estaba allí, simplemente oyó el clic de la cámara y miró. En ese momento vi esa mirada de dolor y dije: ¿qué hago yo aquí? Al mismo tiempo me sentí muy agradecida porque los familiares y la gente que estaba allí estaba feliz de que estuviera. La madre continuó despidiéndose de ese niño, pero esa mirada se me quedó grabada. Es una de mis fotografías preferidas y una de las que más me costó hacer.

- -
- Foto: MIGUEL LORENZO
- Cuando le otorgaron el Premio Nacional el jurado destacó que sus fotografías irradian “una fuerza sobrecogedora sin caer en el exhibicionismo ni en el artificio”, ¿cómo lidia con esa intimidad?
- Al final compartes y formas parte de ellos. Casi siempre es gente sencilla y yo me considero una persona sencilla también, de pueblo. No me gusta lo artificial, lo aparatoso. Al final eso es falso y tiene los días contados. Las cosas tienen que contarse con verdad, desde la realidad, y tienen que ser sentidas. Puedes ilustrar algo y no hablar de la vida, de los sentimientos, de la gente. Lo mejor que tiene el reportaje es que vives esa realidad, aunque luego tú aportes tu punto de vista.
-¿Ser fotógrafa le ha ayudado a ser más abierta?
-Sí, mucho más comprensiva. Recuerdo cuando estuvo en Haití que un hombre me dijo: blanca, tú eres diferente a los demás. Al final a la generosidad debes responder con generosidad.