VALÈNCIA. Con muchas historias que no son solo una, sin trama ni principio ni final. Así compone Paola M. Caballero su poemario Ciento treinta y siete, un ejercicio de escritura “puro y duro” en el que la autora se atreve con un trabajo descriptivo y visual, que hay que decodificar desde cero. No hay que leerlo, sino “descifrar sus capas y decodificarlo todo”, la autora pone un reto mental al lector a la hora de averiguar el por qué de una tipografía, del diseño y de cada palabra y elemento que aparece en las páginas. Estas recopilan desde textos nuevos a poemas que nacieron como algo más clásico hace unos siete u ocho años, y que a través del proyecto cabe revisar. “De pronto me encontré con que los poemas que había construído eran susceptibles de convertirse en un poema visual”, confiesa Paola, quién en algunas páginas escribe textos sin signos de puntuación, sin mayúsculas ni minúsculas e incluso sin espacios.
La magia del libro es su poder de “artefacto visual”, que nace realmente de una amistad pura y dura entre Paola y el ilustrador David de las Heras, ilustrador de libros como Instrumental y Fugas (de James Rhodes) o La muerte del comendador (de Haruki Murakami). La labor de David es la de ilustrar los poemas que Paola escribe, pero la única norma en ello es que no hay normas, cuenta la autora que de una casualidad total entre ambos nace el proyecto, en un intercambio en el que lo emocional pesa sobre cualquier cosa: “La única condición es que no hubiera normas, David me pidió que le dejara interpretarlo todo sin que yo le diera ninguna pauta”, explica la escritora, el motivo viene de huir de esos deadlines marcados a los que David se debe cuando trabaja con editoriales: “Lo que hacemos al eliminar esa barrera es que se crea lo que él considera en el momento, no hablamos en ningún momento de las ideas y lo que hay entre los dos, pero él mismo hace poesía con sus dibujos”.