ALICANTE. En 2016, su película Criando ratas, sobre la vida de un exdelincuente y su intento de reinserción, supuso la vuelta del cine quinqui, un hito que tuvo una gran repercusión mediática y que motivó, incluso, la realización de algunas tesis doctorales. Como guitarrista y compositor, sin embargo, Carlos Salado solo había sacado a la luz música para otros. Ahora, la producción de Uniacords y la distribución de un gigante como Warner Music le han permitido crear Uña y Carne y publicar su primer disco junto al vocalista aragonés Antonio Clavería. Siete rumbas que, bajo el título Lo que el tiempo no sabe borrar, forman la que podría haber sido la banda sonora de su largometraje.
Has sido compositor para cine, televisión y publicidad, pero Uña y Carne es tu primer proyecto musical propio. ¿Por qué decides crearlo? ¿Y por qué con Antonio Clavería?
Durante 10 años, me centré en la música para imagen, pero tenía muchas rumbas compuestas en un cofre. Mi sueño era encontrar algún día la voz que las pudiera cantar, porque profesionalmente me estaba dedicando a la orquesta sinfónica, pero adoro la rumba y tengo devoción por el género. Entonces, apareció Antonio Clavería, que ha sido para mí una síntesis artística brutal, porque es un tío con una voz flamenca, un rumbero de cuna, muy exigente consigo mismo… Un artista con muchas capacidades, desde la nobleza hasta el compromiso. Le entusiasmó el proyecto tanto como a mí y ha aguantado la motivación durante dos años. Eso fue un antes y un después, porque las canciones estaban diseñadas para su voz. De ahí “Uña y Carne”.
¿Cómo lo conociste?
Era el mejor amigo de una gran amiga mía. Tras contarle mi sueño y haber buscado un montón de cantantes que no reunían todas las características, ella me dijo que su mejor amigo tenía todo lo que estaba buscando. Me mostré bastante incrédulo, porque es difícil encontrar un cantante que reúna tantas cosas, que sea capaz de aguantar una carrera de fondo, a quien le entusiasmen mis rumbas tanto como a mí, que se comprometa con el proyecto… Y así fue. Me lo presentó y, la misma noche en la que nos conocimos, en Malasaña (Madrid), estuvimos tocando, tocando y tocando desde las nueve hasta las seis de la madrugada.
En vuestro primer álbum, has querido fusionar tus dos facetas artísticas y crear un proyecto transmedia. ¿En qué se concreta esto?
Sí, yo no puedo evitar pensar en imágenes, y cada vez que escucho mis rumbas, imagino, porque soy cineasta. Aunque Antonio y yo seamos la banda, el grupo, los narradores, todos nuestros videoclips los protagoniza ‘El Cristo’, que es el personaje principal de mi cine (Criando ratas y Mala ruina), mi actor fetiche. Contamos las diferentes etapas de su vida, desde que está metido en el mundo del narcotráfico hasta su paso por prisión, su arrepentimiento, su purga y la redención, esto es, la búsqueda de una segunda oportunidad. Y eso es lo interesante, que nuestro disco no solo se va a poder escuchar, sino que también se va a poder ver.
Os habéis propuesto, por tanto, remover conciencias con vuestra música.
Sí, para mí eso es fundamental. Yo, como artista, no solo tengo el objetivo de entretener, sino de intentar ir más allá, de conmover, hacer pensar, establecer líneas de debate, invitar a la reflexión… De hacer que el arte sirva para algo más que para pasar un buen rato. Creo que con la rumba también se llora.
¿Por eso habéis querido recuperar la música artesanal?
Sí, de hecho, se ve en el título del disco, Lo que el tiempo no sabe borrar, y en la portada, que es ese monumento de la guitarra. Nosotros apostamos por la música orgánica, por lo real, por una guitarra clásica, por la percusión latina y africana, por el cajón flamenco, por una voz sin editar y sin autotune, sin electrónica… Es todo música pura y dura. Esa guitarra y esa voz cazallera que hace quejíos y que llora. Por ahora, hemos abogado por eso, por una música muy artesanal y muy real. De aquí en adelante, estamos abiertos a experimentar, y nunca se sabe con qué artistas vamos a encontrarnos en el camino con los que queramos colaborar.