ELCHE. Mientras que estos días son constantes las propuestas culturales, las aplicaciones y los WhatsApps repletos de memes para pasar el rato, el confinamiento y la paralización de la economía va por barrios. Y nunca mejor dicho. En Carrús, el histórico barrio obrero del Elche industrial, con un gran crecimiento a partir de la década de 1950 para acoger a migrantes de otras zonas del país atraídos por la industria del calzado, son muchas familias las que viven sumidas en la incertidumbre al ser dependientes de un sector que ha paralizado. En aquellas en las que se hace faena en casa, desde aparadoras hasta cualquier otro de los procesos del zapato que se hacen a domicilio, llueve sobre mojado. Una situación extensible a toda la ciudad, puesto que la industria lo impregna todo, pero que en Carrús se manifiesta especialmente, al ser el barrio del casco urbano más grande, concentrando 80.000 habitantes.
Con la aprobación del decreto para paralizar la actividad económica no esencial, que afectó especialmente a sectores como la construcción y la industria, muchos trabajadores ilicitanos se quedaron en casa. Muchas trabajadoras ya estaban en casa. Laboralmente hablando. Aunque siempre se habla de las aparadoras, hay muchas otras que trabajan en casa: refinadoras, dobladoras, ribeteadoras, rebajadoras, etc. Las tareas de modelista o patronista siempre han recaído sobre hombres, que además suelen trabajar en la fábrica. Todos esos procesos caseros ligados al proceso del zapato, en su mayoría elaborados por mujeres, son los que se pagan en negro. Una realidad incómoda para la administración local —que poco ha hecho más allá de una mesa que lleva tiempo parada— u otras, que sigue sin soluciones y que ya está asumida como algo normal en la ciudad, así como en otras poblaciones zapateras de la comarca como Elda, si bien es cierto que los pagos en B no son inherentes ni únicos en este sector.
Céntimos de euro por par y horarios sin fin
En cualquier caso, paseando por algunos de los establecimientos emblemáticos del barrio —con su particular sambenito por estadísticas nacionales poco precisas—, hay una sensación general, "la gente necesita trabajar y volver ya a la fábrica", señalan desde el horno La Imperial, que lleva 25 años regalando alegría gastronómica algo más al norte de los pisos rosas. Hay casos como el de Tere, una vecina del barrio que explica que la fábrica para la que hacía sandalias en casa cerró al poco de decretarse el estado de alarma, "y esa faena solo se hace desde el invierno y ahora, porque sale para la campaña de verano". Unas sandalias que como todo par del calzado, se pagan a "precio tirado", es decir, a unos pocos céntimos. Además de esto, que es lo habitual, se suma un trabajo por temporadas —de ahí que en la fábrica abunden los contratos fijos discontinuos—, por lo que si ahora la de verano ha quedado en standby, muchos trabajadores y trabajadoras como ella quedan en la estacada. En su caso además, aún le queda alguna partida por cobrar.
Su marido también trabaja en el calzado, aunque en una fábrica, lo que les genera ingresos más estables, pero por ahora ninguno sabe cuándo volverán a trabajar. Mientras esperan, Tere ha hecho algunas mascarillas para gente cercana. Tampoco tiene derecho a paro por estar en la otra cara de la economía. El suyo es otro caso de tantos. Otra vecina de Carrús, Elvira, también lleva dos semanas parada porque la fábrica para la que hace la faena tuvo que cerrar por el decreto. Abrirá, pero de momento no les van a repartir más trabajo a las casas. Ella se dedica al refinado, cobrando unos 150-200 euros cada dos semanas, mientras trabaja todo el día a la vez que se ocupa de las tareas de casa. De momento no tendrán bache porque su marido también trabaja en otra fábrica, aunque le aplicaron un ERTE y no sabe cuándo volverá.