VALÈNCIA. Dice el escritor Alberto Torres Blandina (Sagunto, 1976) que su última novela, Jávea, no es una autobiografía, sino un intento de análisis —mediante historias reales y, a menudo, personales— de una sociedad condicionada por el dinero. Contra todo pronóstico, la obra del columnista y profesor de literatura está ambientada en su Sagunto natal y no en el municipio que le da nombre. El paraíso costero es, en realidad, un sueño veraniego frustrado, la aspiración de aquel niño que, sin chalé en la playa ni casa en el pueblo, pasaba sus veranos en un barrio obrero con su bañera como piscina.
En la novela, Jávea es utilizada como concepto. ¿Qué simboliza?
Para ese niño, Jávea se convierte en una especie de utopía, de mito. Ese niño imagina todo el rato lo que está pasando allí, cómo el resto de niños se van, cómo tienen sus amigos y sus amores de verano mientras él se tiene que quedar en casa, aguantando el sol en un barrio de las afueras de Sagunto. Durante toda la novela, Jávea es el sueño aspiracional de querer ascender a otra clase social. Elijo Jávea porque un día estaba comiendo con diferentes escritores valencianos y más de la mitad tenían un apartamento allí o en Dénia, pero casi todos en Jávea. A partir de ahí, empecé a pensar en la novela, en cuáles son las oportunidades para los que han nacido en barrios bajos, en una familia de clase obrera. Yo soy el primero de mi familia que tiene el graduado escolar. En general, en el mundo de los artistas no ocurre esto, por lo que empecé a creer que para ser artista tienes que tener un colchón. Todo surge de esos apartamentos en Jávea que tenían y tienen casi todos los artistas que conozco.
“Para mí, las novelas son como una investigación; las utilizo para responder a unas preguntas. En esta, la pregunta era ‘cómo el dinero nos configura’”
La obra, por tanto, es una crítica social que emana de la propia experiencia personal.
Sí, totalmente. Mi vida no tenía nada que ver con las suyas. Ellos iban a sus piscinas y yo estaba en mi bañera. Es a partir de ese “rencor social” —no sé si llamarlo así— desde donde el niño empieza a imaginar cómo es la vida de todos los futuros artistas. Hay mucho de crítica, pero más que nada es un intento de analizar qué condiciones tienen que darse para que nos convirtamos en una cosa o en otra, y cómo mi caso no es tan normal. Para mí, las novelas son como una investigación; las utilizo para responder a unas preguntas. En esta, la pregunta era “cómo el dinero nos configura”. Yo hablo mucho del mundo del arte porque es el que más conozco, pero no es solo eso. Lo de dar la vuelta al mundo pidiendo en los semáforos es una cosa pijísima. A mí no se me hubiera ocurrido hacerlo. Mis padres no tenían dinero para que yo volviera como el hijo pródigo a casa, porque no había nada que ofrecerme cuando regresara. Era yo el que tenía que estudiar una oposición o buscar un trabajo con el que mantenerme.
¿Cómo has indagado en todo ese pasado?
He investigado mucho. Mi madre, sobre todo, ha estado contándome un montón de cosas. Por el lado de mi abuela, por ejemplo, eran todos hermanos menos ella. Todos se hicieron comerciantes y ascendieron, pero mi abuela, que era la mujer, fue la que se quedó cuidando a su madre. Yo lo planteaba desde un punto de vista feminista; obviamente, ella no lo vivió así. He tenido muchas conversaciones con mi madre hablando de esto e intentando ver quiénes somos a partir de ello. Pero no solo he preguntado a mi familia, también a los amigos que tienen casa en Jávea y que me decían que no era como yo la pintaba, por lo que también hay una crítica a una Jávea idealizada. A partir de esas anécdotas, he intentado responder a cómo cada uno ha ido saliendo de su pasado.