VALÈNCIA. Esta pantalla es una superficie rígida e iluminada en la que el conocimiento humano se revela: si pudiésemos observarla con otros ojos, encontraríamos en ella materia de estudio de la filología, de la comunicación, del periodismo, del diseño, de la ingeniería, de la química, de la física. En el nivel de la física sucede todo: partículas, intercambios de energía, fuerzas que actúan, leyes que rigen, posibilidades que definen. La física es el plano que acapara toda la atención: las (pocas) páginas que se destinan en los medios de comunicación a la ciencia, dedican sus palabras a agujeros negros, materia oscura, energía oscura o a la expansión acelerada del universo. Física, todo física. Sin embargo, ese universo que se expande, esa malla del espacio-tiempo, es geometría. O lo que es lo mismo: matemáticas.
Las matemáticas, a decir verdad, no son ciencia propiamente dicha, pero se encuentran en los cimientos de todas las ciencias. Cuando la física abre nuevas puertas cósmicas, precisa de nuevos instrumentos matemáticos que le permitan explicar sus descubrimientos. A diferencia de las ciencias que buscan arrojar luz sobre fenómenos de la realidad, las matemáticas se bastan a sí mismas: no precisan ofrecer aplicaciones prácticas, son una abstracción que ocurre, digamos, de puertas para dentro de nuestra mente y en base a sus propias normas. Y sin embargo, incluso siendo pura abstracción humana, nos ayudan a entender lo que sucede de puertas para fuera de nuestro cráneo. ¿Por qué? La respuesta no es tan evidente. ¿Son las matemáticas un lenguaje universal? O: ¿son las matemáticas el propio universo? El hecho de que el lenguaje matemático sirva a la física para dar sentido a lo que nos rodea y a lo que somos, si se piensa, es bastante asombroso. ¿Quiere decir que el ser humano, de algún modo, ha llegado al código que da forma a la existencia?