VALÈNCIA. Una podría perder la noción del tiempo escuchando hablar a Santiago Posteguillo (València, 1967) sobre la Antigua Roma. Recién aterrizado de México, y a punto de poner el broche a la gira de su merecido Premio Planeta 2018, vuelve a su València natal (y en concreto, al histórico edificio de La Nau) para hablar sobre su última novela: Yo, Julia. Esta narra parte de la vida de Julia Domna, la emperatriz más poderosa de Roma y una de las figuras más interesantes de la historia por diversos motivos.
“Al personaje lo construyo desde la admiración”, reconoce Posteguillo, que también admite que ha despertado en él, incluso, un punto de simpatía. “Y eso que intento no idealizarla, porque el hecho de que aplicara la misma violencia que los hombres no quiere decir que no fuera eso: violencia”, indica. Julia Domna, tan inteligente como bella, utilizaba todas sus capacidades para lograr sus objetivos, desde rodearse de gente más inteligente para obtener sabios consejos hasta emplear su propia sexualidad. “La acabaron llamando la ‘emperatriz filósofa’”, añade el escritor de también célebres novelas históricas como Africanus: el hijo del cónsul, o Trilogía de Trajano.
La Antigua Roma y el presente se separan por muchos siglos de diferencia, pero entre ambos Posteguillo sabe tejer (con maestría) interesantes paralelismos. “Julia no tenía complejos; no como ahora, donde los políticos mediocres se rodean de gente todavía más mediocre”, apunta en una de las reflexiones que lanza, directamente, a las altas esferas del poder. Y no es la única.
En cualquier caso, resulta evidente que no nos alejamos tanto de nuestros antepasados romanos: hablamos una derivación del latín; nuestras leyes proceden del derecho romano; e incluso hacemos la siesta porque en la hora sexta los romanos descansaban. “La historia romana explica muy bien cómo somos y quiénes somos ahora y; cuanto mejor entendamos de dónde venimos, mejor comprenderemos dónde estamos y podremos tomar mejores decisiones para el futuro”, agrega.
No por significativa la historia romana carece de elementos de interés. “Novelísticamente da mucho juego: carreras de cuadrigas, gladiadores, gladiadoras, emperadores, emperatrices, guardias pretorianas, asesinatos, magnicidios, batallas, asedios, guerras civiles… Lo que quieras. La combinación de que novelísticamente es muy intenso y que históricamente me parece muy relevante es el motivo por el que me interesa tanto”, concluye el escritor con una emoción que también se vertebra a través de sus letras.
Dicen que la historia la escriben los vencedores. La más novelística, apasionante y desbordante la firma Posteguillo. Y por eso leerle (o escucharle) fascina y deleita a partes iguales.
-En Yo, Julia hay una reivindicación de la figura de la mujer; y, aunque es cierto que la mujer libre de la Antigua Roma tenía derechos como el divorcio o el aborto, la sociedad era más bien machista…
-Muy machista. De hecho, la mujer podía tener este tipo de derechos que, si lo piensas bien, se reducían al ámbito privado. Pero tenían totalmente vedado el acceso al ámbito público.
Lo explica muy bien la catedrática de Cambridge, Mary Beard, en su libro Mujeres y poder (muy interesante) al citar desde dónde empieza este machismo: desde el mundo clásico. En la Odisea, vemos el ejemplo de Penélope, que aparece supuestamente tejiendo y destejiendo, pero realmente estaba gobernando como regente el reino de Ítaca; y, además, quitándose de encima a todos los plastas que la acechaban y que solo querían casarse con ella para ser ellos los reyes. En mitad de todo esto, va a hablar un día en público y el renacuajo de su hijo de 16 años, Telémaco, le dice: “Cállate, madre, que hablar en público es cosa de hombres”. Imagina que hoy pasara eso. Habría una respuesta por parte de la madre: “¿Y tú de qué vas, niño?”.
Esta escena marca muy bien dónde estaba la mujer. Y Mary Beard sostiene que desde entonces hasta ahora. A Julia, de hecho, la detestaban las élites romanas. Y yo contra todo eso, francamente, me rebelo.
-De hecho, es Mary Beard quien señaló que el “99% de las veces que leía algo sobre una mujer poderosa de la Antigüedad eran críticas”. ¿Por qué algunos atributos solo parecen positivos cuando los ostentan hombres?
-Totalmente. Y Julio César, ¿qué? ¿no era ambicioso? ¿Y Napoleón? Y luego viene el rollo: “¿Pero fue buena madre?”. ¿Y Julio César fue buen padre? Porque creo que Napoleón dejó a su hijo en Viena y pasó de él como de las patatas. A las mujeres se les exige unas cosas… Hay otro historiador británico, Tremlett, que cuando habla sobre Isabel la Católica y otras reinas comenta que a la mujer nunca se la ha perdonado que utilice en la historia el mismo nivel de violencia que un hombre.
Julia no la utiliza directamente, pero sí promueve la misma violencia que otros hombres poderosos de Roma. “Es una intrigante, una insidiosa…”. No: juega con las mismas cartas. Y ella se aplica a sí misma las mismas reglas que se aplican estos poderosos de Roma.
-¿Qué límites tiene la ficción histórica?
-La ficción entra en aquella parte privada que no queda reflejada en los textos históricos. Si volvemos a Julia: sabemos que se llevaba muy bien con Septimio Severo; el suyo es el primer matrimonio imperial enamorado en doscientos años. Evidentemente no están registrados sus diálogos personales ni cuando están intimando en el lecho, pero si lo cuento en la novela, le vamos a dar un poco de chispa y vamos a hacer que los personajes sean más humanos. La gente no solo lee datos históricos, sino que vive la historia.
Septimio Severo, antes de entrar en combate, tuvo que hablar con sus generales y explicarles la estrategia. Y seguro que le pudieron preguntar, rebatir algún tema del combate… En esa novelización es donde entra la parte de ficción que lo es en la medida en que no está registrado exactamente cómo tiene lugar esas escenas, pero pudo haber sido histórico. Haber sucedido tal cual. Una novela histórica (como las mías) te cuentan lo que pasó y, respecto a lo que no estamos seguro de cómo pasó, plantea hipótesis probables.
-Según cita Jon Solomon (en su libro Peplum. El mundo antiguo en el cine), Cicerón dijo: “Sin duda, está permitido que los oradores mientan sobre aspectos históricos para poder hablar con más sutileza”. ¿Veracidad o atractivo de la obra: qué pesa más?
-Creo que no hay que renunciar a ninguna de las dos cosas. Ese es el tipo de novela que intento hacer. Trato de que la veracidad sea muy sustantiva, pero si me pones un revólver en la cabeza y me obligas a elegir: lo más importante siempre es cómo lo cuentes. Es novela histórica; el núcleo del sintagma es novela. Yo no soy historiador; soy escritor. Ahora bien: creo que podemos llevar de la mano la historicidad.
Hay que buscar la forma de que cuando alguien entre en Wikipedia y ponga “Julia Domna”, se lea los datos históricos y, pese a todo, le pueda entretener la novela. Me paso mucho tiempo pensando en cómo voy a contar la historia antes de escribir una línea. Y hay que hacerlo de manera interesante.
Un personaje como Jesucristo. Si Benicio del Toro decidiera hacer una película sobre él, ¿a qué mucha gente iría a verla? Porque es un tío que tiene una manera de contar las cosas muy especiales. La historia, después de todo, ya la conocemos. El cómo se cuentan las cosas es lo importante.