ALICANTE. Las apariencias engañan y los prejuicios nublan. Tal vez por eso sea tan importante nombrar las cosas, verbalizar los hechos, y que el conjunto de la sociedad le da la importancia que tiene para vidas humanas. Ese seria un primer paso de otros muchos para corregir lo que el periodista Rubén Serrano expone en su ensayo No estamos tan bien. Nacer, crecer y vivir fuera de la norma en España (Temas de hoy, 2020), un libro que en realidad es una herida doble: para quien la lee y se sienta más o menos víctima de esa violencia que se entrevé en las treinta y tres historias que cuenta, y para quien sea -por el contrario- parte del problema directa o indirectamente. No hay medias tintas porque no se puede tener: Serrano expone una realidad sin aderezos, testimonios crudos para demostrar que, más allá de la legislación, España tiene un problema de tolerancia.
- Una de las primeras ideas que planteas es que España cuenta con una de las legislaciones más avanzadas, pero sin embargo, la sociedad va por detrás en ese sentido, cuando suele ser al revés, que la política vaya a rebufo de la gente. ¿Por qué ocurre esto en este contexto particular?
- No te sé decir una respuesta clara concreta o si hay un punto en concreto que provoca esta diferencia. Sí que sé que tiene que ver con la estructura en la que vivimos, que es el capitalismo cis hetero. ¿Qué significa esto? Que aunque haya unas leyes que nos protejan, en el día a día, el propio sistema hace que no se apliquen. Romper las cadenas de raíz es difícil, por no decir imposible, y en España, nuestro problema no está en la conversación ni es una preocupación real de la sociedad. Cuando algo lo es, también se le trata con violencia: si hay gente sin recursos, se señala la okupación, si hay racismo, se ignora en Mediterráneo.
- También hablas la ocultación y la invisibilización de lo no-heterosexual en las escuelas, y señalas que esa es la peor de las violencias.
- Es que es ver que no existes, que no estás, que el mundo no te tiene en cuenta. Creo que sería injusto responsabilizar a la escuela y al sistema, pero también es cierto que las carencias ahí son brutales. Hablo por ejemplo de cómo se nos enseña los referentes, hombres poderosos, heterosexuales… Cuando no lo son, lo ocultan, y el gran ejemplo de ello es Federico García Lorca. Hay que decir que Lorca era homosexual, y que murió por serlo. Y lo que ocurría en Safo y en el Imperio Romano. No se trata de una asignatura que enseñe diversidad, sino de corregir un borrado sistemático que sigue perpetuándose y que es muy difícil de tumbar cuando hay lobbies diciendo eso es doctrina de género y adoctrinamiento. El mayor adoctrinamiento, sin embargo, es la heterosexualidad, porque no enseñan nada fuera de ella.
- Las historias acaban con una solución: las personas que denuncian, resuelven el juicio; quien se ha exiliado, encuentra asilo en algún lugar… ¿Era una decisión editorial tuya o simplemente que las historias que trascienden, que se atreven a contar estas víctimas, son las que han encontrado una salida?
- Por supuesto, hay muchísimas historias que no salen a la luz por dolor, por sentimientos, por ser demasiado crudas, o por el contexto sociocultural por el que se mueve la víctima. Es posible que eso haga que el libro tenga un punto de positivismo, pero, por ejemplo, si pudiera cambiar algo del libro, hace dos días Camila -uno de los testimonios de libro- me dijo que finalmente se vuelve a Perú porque no le han concedido el refugio aquí. Hay historias que puede parecer que acaban bien, pero en muchas de ellas los nombres son ficcionados, y que una persona no quiera dar su nombre es señal de algo.
Por otra parte, sí que creo que el libro deja claro lo importante que es contar y verbalizar las cosas. En el libro habla gente con 60 años y con 20, pero la raíz es la misma: nuestra diferencia siempre se paga con violencia.
- Hay quien opta por esperar al paso del tiempo para que las cosas mejoren, esperar que las nuevas generaciones mejoren a sus referentes. Pero no es cuestión de tiempo, porque la disidencia sexual lleva décadas luchándose y así seguimos.
- Claro, es que no es un problema generacional, es un problema de estatus, de sillones y de violencia indiscriminada a las personas LGTB, racializadas, a las mujeres, a los migrantes. Es el estatus el que sigue perpetuando una esa diferencia y esa violencia, y es súper poderoso. Somos más visibles ahora que hace años, pero en el Congreso de los Diputados hay 52 escaños de un partido que es abiertamente homófobo y que ha dicho literalmente que las relaciones homosexuales merecen menos derechos que las heterosexuales. También hay ahora un pseudofeminismo académico que habla de “doctrina de género”… Lo decía Audre Lorde, “las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. No podemos esperar, hay que tumbar el sistema que nos somete.