El mundo cambia, la sociedad se transforma y las circunstancias son distintas, no sólo en sí mismas, sino por como las vivimos los protagonistas de la historia, las personas. Es una evidencia, pero es bueno analizar con una mezcla de pasión y realismo, incluso algo de relativismo, la evolución de nuestra especie, el gran salto que ha dado la humanidad (no en todos los lugares ni en todas las culturas) especialmente en el mundo occidental en los últimos siglos.
Esta reflexión no pretende que caigamos en una autocomplacencia total y pensemos que todo está en la mejor situación posible, pero tampoco algo que percibo y sobre lo que reflexiono en multitud de ocasiones desde hace muchos años y que les planteo a modo de pregunta: ¿de verdad estamos aún en un momento donde nos quedan muchos retos y mejoras por alcanzar? ¿Acaso vivimos en una precariedad intolerable que debe subsanarse a base de leyes, decretos, propuestas y nuevas ideologías? Y como colofón, dentro de la historia el tiempo en el que un ser humano está sobre la Tierra es ínfimo, ridículo, apenas un siglo, y durante ese período parece que siempre queramos vivir cambios, revoluciones e innovaciones trascendentales, sí o sí.
Esta actitud de inconformismo vital y de continua búsqueda de no se sabe qué perfección, siempre me lleva a la expresión “locura colectiva”, en la que tantas veces creo que vivimos instalados todos. Ahora toca rechazar el plástico, comer pan integral y a lo sumo fumar cigarrillos electrónicos, pero dentro de unos meses o semanas tocarán otras cosas. Todo cambia a una gran velocidad, al mismo tiempo que siempre nos sentimos haciendo algo definitivo y único. Un gran ejemplo de esta forma de vivir son las series de TV, como decía el otro día el escritor Juan Manuel de Prada: “Chernobil es la mejor serie de la historia de la última semana”.