“Es un president que ya me gustaría tener en Catalunya, una persona muy entregada a su comunidad, a la gente, al mundo empresarial y económico, y muy sensible”. Así se refería el economista José María Gay de Liébana al ser preguntado por su opinión acerca del president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, tras su visita a Barcelona la semana pasada.
Una jornada que comenzó con su intervención en el Cercle d'Economia y concluyó con una reunión con el president en funciones de la Generalitat Catalana, Pere Aragonés. Toda una declaración de intenciones.
“Reconstruir puentes”, esa es la máxima. Ahora que Catalunya quiere volver a ser un actor en la política española -votación de los Presupuestos Generales del Estado mediante-, Ximo Puig ejerce de embajador del diálogo con aquéllos que parecen volver a entender que la negociación y el acuerdo son los motores de progreso de los territorios.
Simultáneamente, también ha decidido ejercer el liderazgo de la España periférica. Esa España dinámica y adaptativa, en la que conviven dos lenguas cooficiales, acostumbrada a gobiernos de coalición y que reclama su espacio frente al efecto “aspiradora” de Madrid.