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La nave de los locos

La ciudad y sus pordioseros

  • Una mendigo duerme mientras otro fuma un cigarro en un jardín de València. Foto: KIKE TABERNER

No sé si es por su innegable atractivo turístico, pero lo cierto es que València se ha llenado, en las calles del centro, de un ejército de mendigos. Un sábado, regresando de comprar un regalo en unos grandes almacenes, conté hasta una docena de pobres desde Juan de Austria a Barcas. Lo mismo me hubiera ocurrido de estar en Alicante, en avenidas comerciales como Alfonso el Sabio y Maisonnave.

Esa legión de mendigos, pedigüeños, pordioseros, esa marabunta de pobres de todo pelaje, con o sin perros como compañía, mayoritariamente hombres, piden limosna en las puertas de las iglesias y de los supermercados. Los hay que presentan alguna tara. También pueden ser vistos vendiendo pañuelos de papel en los semáforos de las calles más concurridas. Los más osados entran en los bares del centro hasta que un camarero los echa de malos modos. Por las noches duermen al pie de un cajero automático, tapados con cartones y con el único consuelo de beber algo de tintorro. Se dividen en profesionales (los rumanos, sobre todo) y meros aficionados.

Es la otra cara de la València solidaria, feminista y ecológica del iaio Ribó y su clown italiano; la que no se quiere ver porque revela que la crisis nunca se fue ni se irá, que es un monstruo con el que debemos convivir muchos años.

Aquel sábado en que descubrí que Valencia es una plaza codiciada por los mendigos, me acordé de que pocas veces les he dado limosna. En esto creo ser como la mayoría. Ese día le solté 50 céntimos a un viejo sentado en el suelo, junto al hotel Reina Victoria. Inclinó la cabeza en señal de agradecimiento. ¿Cuántos minutos de lavado de mala conciencia se pueden comprar con 50 céntimos? A buen seguro la respuesta la tendrá la señora Adela Cortina, experta en ética y que, a poco que te descuides, te amenaza con una de sus conferencias. Si es sobre la aporofobia, ¡miel sobre hojuelas!

Naces pobre y te mueres pobre

Casualidad o no, al día siguiente leí, en el suplemento económico de un diario nacional, que España camina hacia una sociedad de castas. Es decir, que quien nace pobre tiene todas las papeletas para seguir siéndolo el resto de su vida. En cambio, los ricos suceden a los ricos sin demasiados problemas, gobierne Pedro o gobierne Pablo.

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