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EL CABECICUBO DE SERIES, DOCUS Y TV 

Jon Sistiaga descubre el black metal

VALÈNCIA. Mi historia fue como sigue. Cayó en mis manos la revista italiana Grind Zone. No conocía todavía MetalliKO. Me quedé estupefacto. Los primeros 90 fueron muy malos años para el metal comercial. Si había algo era underground y no tenía mucho espacio en los medios habituales. Al margen de Pantera y Machine Head pocas novedades hubo dignas de ser reseñadas con gran entusiasmo. La cosa aburría, en los 80 habían salido clásicos inmortales a punta pala y, de repente, ya no había nada. La fuente estaba seca. 

Pero fue abrir esa revista y ver que no, que haber, había algo, lo que pasa es que estaba escondido. No había dónde encontrar los misteriosos discos de los que hablaban en esas páginas . Las fotos mostraban a personajes completamente idos de madre. Los nombres de los estilos o géneros eran inauditos. Los logotipos, para verlos. 

A través de intercambio de cassettes pirateados por correo postal, pude ir dando palos de ciego para enterarme de qué iba la escena. Luego Repulse Records y su catálogo detallado ya me permitió comprar con propiedad. Desde que le pillé el punto al Misteri dom sathanas de Mayhem, Hvis lyset tar oss de Burzum, The Somberlain de Dissection, Into Darkness de Winter, Odour of Torture de Gut o Nespithe de Demilich estuve atrapado durante unos años por lo que se conoce, en general, como metal extremo. Poco después, en un viaje a Noruega, pude ver una de las iglesias del siglo XII que habían quemado.

En la segunda mitad de los noventa, la tendencia a la aparición de nuevos grupos que reiteraban lo ya hecho, otros que discurrían por caminos operísticos y faranduleros menos sorprendentes y que, no nos engañemos, la puesta en escena más norma que excepción era de vergüenza ajena, me hizo perder el interés de manera natural por el metal extremo. Sin embargo, hace poco, más de quince años después, la publicación del libro de Salva Rubio, Metal extremo, me animó a gastarme el dinero y darme un baño de nostalgia. Aquello fue pura magia. Había olvidado la singularidad y la fuerza de esas bolas de ruido acompañadas de alaridos de desesperación. Revivirlas y recordarlas fue un gustazo. 

En su día, logré seducir a algunos amigos y conocidos con esas propuestas, pero normalmente nadie se veía atraído por una música que partía de esas premisas tan poco convencionales y desagradables. Siempre fue algo muy minoritario. No abunda el oyente desprejuiciado que trate de entender cualquier propuesta en la música popular. Sin embargo, con los años, pude apreciar un interés creciente y un auge del género, al menos de sus aspectos más sensacionalistas, que ha llegado al extremo inaudito de que hoy se pueda hablar con cualquier persona de Euronymous y Vikernes. Han salido reportajes en cantidades industriales y hay varios libros y documentales que se han hinchado a recibir visitas en YouTube. Cuando Harmony Korine metió dark y black metal (Bethelhem y Absu, entre otros) en la banda sonora de su película Gummo (1997) pensé que se había tocado techo, hoy es nada extraño escuchar estos géneros en el cine. 

Sistiaga viaja a Noruega

En España hay un déficit de música en televisión, mientras que en otros países hay que ejercitar el pulgar zapeando para quitarse la música de encima. La hora musa ha sido un intento digno de volver a programar algo, pero se basa en actuaciones en directo. En la era de YouTube, no es lo más apropiado. Antes era la única opción, la TV, para ver a un grupo desenvolverse en directo. Ahora es la última. 

Lo que sí que tiene sentido reivindicar es el reportaje. Si hay presupuesto y medios, se puede profundizar y llegar a la raíz de las infinitas manifestaciones de la música popular. Ni que decir tiene lo que podría hacer la televisión pública con su archivo y sus medios para localizar supervivientes y entrevistarlos. 

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