VALENCIA. “Ver una película de Eric Rohmer es como ver crecer una planta” decía el personaje de Gene Hackman en La noche se mueve de Arthur Penn. La ironía, atinada pero en cierto modo injusta, hoy se quedaría corta para hablar de Easy, la comedia dramática que Netflix estrenó el mes de septiembre.
Si el propio Rohmer levantara la cabeza, se identificaría con el ritmo lento y pausado, con la actuación naturalista, y con el enfoque alrededor de las relaciones personales. Pero se volvería loco preguntándose dónde está la complejidad de cada historia. Trataría de buscarle el sentido a los ocho episodios de media hora de duración, cuyos argumentos son independientes entre sí. Es una de las incógnitas después de visionar la serie: dónde está la reflexión de cada argumento más allá de las ridículas situaciones que provocan los seres humanos alrededor del sexo y las relaciones.
A veces nos comportamos de forma ridícula. Esa podría ser la única conclusión razonable. Una pareja con hijos intenta reactivar su deseo sexual, desaparecido después de años de monotonía. Una chica intenta convertirse en vegana para deslumbrar a su nueva novia. Un futuro padre monta una fábrica de cerveza ilegal en el garaje, a escondidas de su mujer, para sentir un último destello de libertad antes de que llegue el compromiso de la paternidad. Un viejo amigo se presenta de improviso en casa de una pareja, cuya relación, en consecuencia, se pone del revés. Un dibujante madurito se enrolla con una joven fotógrafa, y ésta se dedica a exhibir a través de las redes sociales su intimidad. Una pareja decide probar a hacer un trío, mientras que en otra habitación duerme su bebé.