VALÈNCIA. Con mucho, mucho esfuerzo, visualizando la meta con precisión, no hincando la rodilla nunca, haciendo fuerza con los puños apretados para que el universo conspire a su favor, usted tampoco podrá conseguir ser todo lo que se proponga: ni siquiera será capaz de ser una botella, el presente de subjuntivo o la textura de un melocotón, no será un perro doméstico, un perro callejero, unas llaves, la sombra del viento, su vecino o el sabor de la letra zeta. Es probable incluso que al final de su vida no le alcance la certeza para afirmar que ha sido una persona, ni qué decir para jurar que ha logrado ser la persona que quería o que otros esperaban -en especial será empresa casi imposible haber conocido a esa última persona-. Uno acaba siendo lo que es por accidente, por suerte o por desgracia: aquí todo plan termina siendo un fracaso, por mucho que haya quien se empeñe en esa utopía de hacerse a uno mismo, como Madonna, la reina de la autoconstrucción según se ha dicho siempre. Más que hacerse, a uno lo hacen. Lo hace el entorno, las amistades, las vacaciones, un grito de más y un grito de menos, los ochenta, los tiempos de carga de las actualizaciones, el cáncer, el horóscopo pero sobre todo cualquier agente externo. Influyen también las bacterias. Ah, y el dinero.
Si pudiésemos ser lo que quisiésemos o quien quisiésemos es de esperar que en la Tierra las poblaciones de jugadores de fútbol de primera división y de conejos estuviesen a la par, que no hubiese transbordador para tanto astronauta ni tele para tanto famoso. Encontraríamos, seguro que también, mucho y mucha cantante, bastantes presidentes del gobierno e infinidad de personajes fantásticos con superpoderes. Habría incluso quien decidiese ser escritor, pero de esos que no padecen los rigores de la profesión, sino de los que consagran el paso de las décadas y las leyendas de la era preinternáutica, como las farras interminables sin consecuencias o la aceptación social de canapé y entrevista dominical. Todos querríamos tener una vida con sentido, trascendental, y por eso nadie escogería el absurdo, el caos, la nada, o ser el protagonista de una novela dadá como el bueno de Céleste Ugolin -Hermida Editores, marzo de 2019, traducción de Manuel Arranz-, emanado de la mente de Georges Ribemont-Dessaignes (Montpellier, 1884, y en estos paréntesis es cierto que no suele insertarse nada más que datos biográficos, pero como la novela es la más dadá de las novelas dadaístas según se afirma en la portada (hay otras, y afirman ser las únicas) y Patricio Pron ha ganado el Premio Alfaguara, lo cual reconoce su gran talento para narrar, y él es experto en crear estos paréntesis dentro de paréntesis como en uno de los relatos de Lo que está y no se usa nos fulminará, cabe permitirse esta licencia siempre que termine recordándose que el autor falleció en Saint Jeannet en 1974).