La campaña que han lanzado recientemente el Ayuntamiento de Alicante y Aguas de Alicante pretende concienciarnos acerca de la necesidad de que seamos más respetuosos con el medio ambiente, en nuestro día a día. Al parecer, las toallitas húmedas no son tan inocentes como podría parecer para nuestro ecosistema, pues causan no pocos estropicios en los desagües, así como atascos y contaminación. Obviamente no es culpa de estos elementos, que bien empleados son un gran invento, sino del poco civismo que demostramos en su uso. Da vergüenza. Se han causado ya grandes atascos con sus correspondientes vertidos en playas de Alicante y de El Campello, sin ir más lejos. Nada menos que en El Postiguet, la joya de la corona de una ciudad eminentemente turística, que pretende seguir siendo un polo de atracción para muchos visitantes nacionales y extranjeros. Todo esto demuestra que nos queda aún mucho camino por recorrer para poder considerarnos una sociedad moderna.
El martes pasado asistí al Encuentro Anual Provincial de la Empresa Familiar, invitada por AEFA, en la que intervino el reputado economista y escritor Trías de Bes. Este ponente afirmó que España no puede pagar los deseos de sostenibilidad. La sostenibilidad se refiere a la satisfacción de las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Este concepto busca equilibrar el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar social. Y en esto podemos aportar nuestro granito de arena, cada uno de nosotros. También afirmó el autor que seguimos dependiendo del turismo, gracias a Dios y a los conflictos bélicos que hay en otras zonas del planeta, que arrastran a nuestro país a muchos visitantes, en busca de seguridad en sus vacaciones. En los primeros cuatro meses del año 2024 España ha recibido, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), un total de 9,78 millones de turistas extranjeros. Pues bien, la limpieza de nuestras playas, las banderas azules, son especialmente apreciadas por el turismo, y un atractivo singular que conviene cuidar y proteger, pues es de interés de todos nosotros hacerlo. Para ello tenemos que activar la conciencia cívica colectiva.
Estuve en Suiza cuando tenía 18 años y observé, sorprendida, que allí la gente no tiraba las colillas al suelo, y quien lo hacía sufría las malas caras del resto de los ciudadanos, afeándole la conducta. Las bicicletas no se candaban. Los periódicos se despachaban en soportes abiertos y los compradores depositaban el franco con veinte en una ranura. Todo ello supuso para mí un verdadero choque cultural, porque me di cuenta de que la gente tenía una educación realmente superior a la nuestra. Acostumbrada al país de la picaresca y el -casi- todo vale, en el que hay tantos espabilados por metro cuadrado que están a ver lo que pillan gratis, y en el que a mucha gente le falta un puntito de buena educación, lo de los suizos me pareció otro mundo. Algo estarían haciendo para que la ciudadanía se comportara de esa manera, lo que sigue ocurrir en España, años después, pero podría llegar a suceder.
Vayamos al tema de la limpieza del entorno, a las colillas por el suelo en lugar de en un cenicero, las latas usadas por el campo en vez de en el cubo de la basura, los sanitarios que ya no sirven arrojados en los descampados y las toallitas echadas por el retrete, causando con ello un desastre ecológico de proporciones bíblicas. También podríamos hablar del cuidado del medio natural, de lo de hacer una fogata o una barbacoa por diversión y sin cabeza, o una quema incontrolada de rastrojos cuando hay tan alto riesgo de incendios. Se deberían perseguir y sancionar con gran dureza este tipo de conductas incívicas, que en muchos casos causan desastres naturales. Si no cunden las buenas palabras, que al menos sea por temor a las sanciones.
Actuamos como si el planeta, España, nuestro barrio y el portal de nuestro edificio no fueran la casa de todos, que estamos obligados a tratar con el debido respeto y cariño, también por las generaciones venideras. A este paso, los que no sucedan en el uso del mundo se van a encontrar una montaña de porquería, en lugar de la hermosísima naturaleza que nos ha sido confiada.
A los niños deberíamos enseñarles los rudimentos básicos de la educación de trato, los mínimos de higiene propia, el uso correcto de los espacios naturales y de las zonas comunes de los inmuebles en los que viven, de su ciudad y de su colegio, como un pilar básico de su currículo académico.
Necesitamos más inversión en concienciación, aparte de lo de insistir mucho más en la educación de los jóvenes y los niños, para que nos demos todos cuenta de que estamos en un sistema, en el que hemos de participar y hacer aportes de manera positiva.
Aplaudo, con ello, la iniciativa del Ayuntamiento, pues toda piedra hace pared, si bien creo que para que resulte eficaz no puede ser una acción aislada, sino parte de un programa constante de reeducación de la ciudadanía.