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presentó ‘Los cuerpos partidos’, en la librería ’80 Mundos’ este viernes

Álex Chico: “En el exilio no hay un mínimo lugar para el optimismo”

2/02/2020 - 

ALICANTE. El escritor original de Plasencia Álex Chico –‘Un final para Benjamin Walter’- nos ha vuelto a sumergir en su maravillosa atmósfera de búsqueda de la verdad en el ser humano. Un universo plagado de lugares, que en realidad habla de un único espacio universal de comprensión y empatía, y que aborda desde sus críticas en el ‘Clarín’ hasta la revista ‘Quimera’, donde forma parte del consejo de redacción. ‘Los cuerpos partidos’, su último libro, en la transversalidad de varios géneros, narra el proceso migratorio de su abuelo entre los años sesenta y setenta. Granada, Francia, Bélgica. Barcelona. Este es, particularmente, el destino en el que decide quedarse el autor, desde donde teje una acertada lista de reflexiones. Podría ser cualquier otro, por ejemplo Siria, y cualquier momento. Entrevistamos a Chico en la librería ’80 Mundos’, adonde llega tras sus presentaciones en Catalunya, Andalucía, Extremadura y Murcia.

-Álex, ¿cuándo se parte un cuerpo?

A: Cuando se desplaza. Cuando tienes que dejar un lugar para marcharte a otra parte y comienzas a ser consciente de todo lo que has dejado atrás. Un cuerpo se parte cuando nos exiliamos, cuando emigramos; al moverse, digamos, de manera forzosa. Y es justo en ese desplazamiento cuando uno comienza a ser consciente de todo aquello que ha ido dejando atrás. Ahí es cuando el cuerpo se fractura, hay una escisión que, de alguna manera, te acompaña al lugar al que uno llega.

-En contraposición a aquel desplazamiento más consciente, y deseado.

Me molesta que, en la actualidad, la gente entienda la emigración como un ‘capricho’ juvenil

A: Sí. Es verdad que, tal vez esto, me lleve a pensar un poco en la diferencia entre ‘emigración’ y ‘exilio’. En el libro intento, no digo equipararlos, pero sí aproximarlos. Es cierto que me he dado cuenta de una cosa a propósito de ‘Los cuerpos partidos’: en la emigración, al menos, hay una parte que sí puede dar pie a la esperanza, a cierto optimismo, a la posibilidad de reinventarse y buscar otra vida. No en todo, pero sí hay muchos emigrantes que vivieron esa posibilidad. En el exilio, no; no hay un mínimo lugar para el optimismo, ni tampoco para la esperanza. Es verdad que hay desplazamientos voluntarios y otros más involuntarios. Lo que me molesta un poco es que algunos de ellos se perciban en la actualidad como si fueran una especie de ‘capricho’ juvenil.

-Un proceso cíclico, que se ha repetido a lo largo de la historia. ¿Somos muy poco considerados, poco tolerantes, en este sentido?


A: El otro día, durante una de las presentaciones, me decía uno de los asistentes de entre el público, que también fue emigrante: ‘De los emigrantes se han olvidado’. ‘Salvo Hacienda, salvo Montoro’, decía. Y es verdad; somos muy desmemoriados. El problema de serlo es que nos imposibilita a la hora de ser empáticos con los movimientos migratorios actuales. No sé si el libro es una llamada de atención, pero sí puede ser percibido así; como una especie de ‘toque’ para entender, o para que entendamos, que formamos parte del mismo proceso. Hasta que no lo comprendamos, nos será muy complicado ser empáticos con la emigración actual, venga de donde venga.

-Como profesor en un instituto de Secundaria. ¿Qué valores intentas inculcar al respecto entre tus alumnos? ¿Con qué carencias te encuentras?

SOMOS MUY DESMEMORIADOS: ESO IMPIDE QUE SEAMOS EMPÁTICOS

A: Yo creo que esa desmemoria que percibimos es muy peligrosa, principalmente entre las nuevas generaciones. Me di cuenta con este libro de la existencia de un montón de historias que configuraban una historia en mayúsculas, además de una en minúsculas, que podía ayudar a entender cómo somos y de dónde venimos, como estructura y como país. Y que, esas historias, o las empezamos a narrar, o las vamos a perder. De alguna manera, han permanecido en el limbo. Al principio no se explicaban por pudor o vergüenza, y al final parece que no se expliquen porque parece que es demasiado tarde, a quién va interesar eso. El problema es que, si no se conservan por escrito, se van a perder. Eso puede provocar que las nuevas generaciones no sepan por qué habitan en una ciudad, y no en otra, por qué en el Prat de Llobregat y no en Sarrià o Pedralbes. Pues porque tus padres emigraron, de Murcia, Andalucía, Extremadura, Galicia…No debemos permitirnos el lujo de permitirnos no saber todo esto.

-¿Desde cuándo vives en Catalunya?

A: Siempre he ido y he vuelto. Viví los diez primeros años de mi vida y ahora, cuando regresé, llevaré unos quince.

-Ahí se ve la marca autobiográfica en tu ensayo…

A: Sí, efectivamente. Al final te das cuenta de que cualquier tipo de desplazamiento es el mismo, vayas donde vayas, y lo lleves a cabo cuando lo lleves a cabo. Somos más próximos unos con otros de lo que parece.

-Una ciudad, Barcelona, en el centro de tu libro. Y que logra juntar la tolerancia al extranjero con el amor intenso por ‘lo propio’. ¿Cómo se entiende?

A: El tema de la pregunta es muy interesante, y daría para un par de charlas. Yo creo que eso responde a una cuestión que para mí es básica y esencial; y es que la emigración no tiene un solo relato, ni una sola lectura. Tiene un significado múltiple, amplio, diverso. Te encuentras posiciones ideológicas muy dispares en torno a un mismo hecho. ¿Por qué segundas o terceras generaciones de inmigrantes en Barcelona se sienten muy arraigadas al pueblo de los padres, de una manera muy exagerada, viviendo de espaldas a la cultura que los acoge, o te encuentras lo contrario, aquellos que no quieren saber nada de sus raíces originarias? En el fondo responde a una de las grandes paradojas y conflictos a los que nos enfrentamos cuando nos desplazamos: la amnesia o la nostalgia. O bien hacemos tabula rasa, y olvidamos de dónde venimos, para intentar construir un presente nuevo, sin las cargas del pasado, o lo respetamos, pero quedándonos sujetos a él, con lo que parece que no avancemos adelante. En esa dicotomía se nos va la vida, a veces.

-Insisto; en este caso, Barcelona. Pero la importancia del ‘lugar’ es transversal en todas tus obras. ¿Y la literatura como un lugar de acogida?

LA LITERATURA SUPLE ESE ESPACIO FRONTERIZO, ESE LUGAR INTERMEDIO QUE NOS CUESTA MUCHO EN LA VIDA REAL

A: Claro. Puede resultar un poco endogámico lo que voy a decir, pero, al final, en todos los libros que he escrito, el tema siempre gira en torno a mi relación con la escritura para reconstruir determinadas cosas. Hasta qué punto el lenguaje ayuda para traer de vuelta determinadas emociones o memorias. La literatura, a veces, suple ese espacio fronterizo, o verbaliza, de alguna forma, ese lugar intermedio que nos cuesta mucho vivir en la vida real. ¿Cobijo? Puede ser. En cierta manera, la literatura es una casa, en ocasiones, más cómoda, sí.

-¿Qué opina Álex Chico de las fronteras?

A: Yo tengo un imán absoluto hacia esos lugares intermedios; me parecen muy interesantes. Y creo que los he atraído. Los atrajo mi abuelo –Manuel Chico Palma, protagonista de ‘Los cuerpos partidos’-. Son espacios que están en tierra de nadie, incluso, a veces, en dos tiempos diferentes, ¿no? Donde se vive una especie de calma tensa, y donde se respira cierta sospecha. Que parece que vivan veinte años atrás, o más. Me pasó en la pequeña localidad a la que emigra mi abuelo, Bousbecque, en la frontera franco-belga, y que aparece en el libro. Pero también en Portbou, en mi novela ‘Un final para Benjamin Walter’. Los lugares, para mí, son proyecciones interiores. Tengo una obsesión en establecer diálogos entre lo exterior y lo interior.

-¿Qué compartes con el personaje principal del libro, tu abuelo?

A: Pues mucho más de lo que yo creía. Y eso es fascinante. Por lo que hablábamos antes, yo pensaba que mi obsesión por los lugares tenía una raíz puramente literaria, por los autores que había leído. Pero, tras recuperar la historia de mi abuelo con mi padre, me di cuenta de que mi fijación por el lugar ya venía de las que él había suplido a través de mi progenitor. Para mí eso ha sido una especie de epifanía. Y, por supuesto comparto el desplazamiento: no quiero frivolizar, ya que los míos han sido mucho más ‘cómodos’ que el de mi abuelo, que marchó de un pequeño pueblo de Granada, Cúllar Vega, a localidades también humildes de Francia y Bélgica.

-¿Consideras que la literatura ha hablado lo suficiente de los movimientos migratorios, antiguos y nuevos?

A: Creo que hay una literatura de la emigración; hay estudios literarios al respecto. Lo que considero que podríamos atender un poco más. Fijarnos más en la historia con minúsculas que aquella en mayúsculas. Olvidamos quiénes son los verdaderos constructores de las ciudades, y de las grandes revoluciones. Detrás hay gente, con nombre y apellidos, que, en el peor de los casos, se ha dejado la vida en ello. Creo que ahora hay una gran parte del público lector que le interesa este tema. Sí; ya va siendo hora de llamar a las pirámides por los verdaderos constructores y no tanto por los faraones que las obligaron a construir.

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