No hay ninguna adolescencia fácil, pero ella probablemente vivía la época de salir con las amigas a La Zenia, o quizá al Habaneras. Con quince años aún cocinaría pasteles cada fin de semana en casa de alguna, puede que enseñara a bailar coreografías de TikTok a su abuela y se partiera de risa con ella. Seguro que estaría harta de que le preguntaran qué quería estudiar, ya en cuarto de ESO, con el Bachillerato a tiro de piedra. Puede que tuviera clarísimo que quería ser médico, ingeniera agrónoma, artista callejera, traductora o influencer. Probablemente apartaba la mirada cada vez que le preguntaban si tenía novio, o novia, y nadie se dio cuenta.
Se sonrojaría si notaba miradas cuando tomaba el sol en bikini en la playa. Aún no se habría peleado demasiado con su madre por cualquier cuestión mínima, pero ya estaba en la rampa de lanzamiento del enfurruñamiento general y el arrastre de pies, como toca a su edad. Lo mismo había pedido que le adelantaran algo de dinero para comprar algún regalo en el Black Friday, o a lo mejor prefería ir de tiendas, o comprarse tebeos manga. De hecho, puede que soñara con un vuelo a Japón. Aún no tenía edad de saber que el primer amor no suele ser el último. En ese momento, todavía le bastaba con olvidarse de todo lo que no le gustaba para ser feliz.
Él, en cambio, ya estaba peleando por conseguir que le compraran una moto. Incluso puede que estuviera estudiando para sacarse el carné de conducir y presentarse al examen en cuanto cumpliera los 18. También visitaría La Zenia, o el Habaneras, pero ya buscaba plazas en las que pasar la noche sentado en el respaldo de algún banco con los colegas, fumando, quizá liando algún porro, siempre a escondidas de los pesados de sus padres. A lo mejor era un deportista y entrenaba cada día en el gimnasio para mantenerse en forma. A los 17, seguro que habría discutido con su padre, probablemente porque le habrían dicho que tenía que trabajar en verano para sacarse algo de dinero, en vez de pasarse toda la noche jugando con la consola. Le gustaba ir a la Cala La Zorra de Torrevieja, donde hay un acantilado desde el que saltan los muchachos, o correr por Punta Prima, o estudiar robótica o llevar a su hermano pequeño al cine. Aún no tenía necesidad de preocuparse demasiado por el día de mañana. Renegaría, pero seguro que aún le apetecía que su madre le abrazara de vez en cuando en la cocina. En ese momento, todavía le bastaba cruzar límites para sentirse feliz.
En lugar de todo eso, él y ella discutieron un domingo por la noche. Parece que él la acuchilló en el cuello porque ella quería romper la relación. Y ella murió. En ningún caso ella tendría que haber acabado tan pronto en una cama del Hospital de Torrevieja. En ningún caso él tendría que haber salido a la calle con un arma en el bolsillo. No hay ninguna adolescencia fácil, pero ella ya sabía que hay comportamientos que no se deben tolerar. Y él ya era consciente de que su comportamiento era intolerable. A los demás solo nos queda preguntarnos qué es lo que falló.
@Faroimpostor