VALÈNCIA. Una peluquera enferma de cáncer terminal por haber inhalado demasiado espray, un hombre que ha perdido la vista después de que la policía le disparara confundiéndole con un terrorista y un funcionario que ha intentado suicidarse porque le han dado su trabajo a alguien más joven. Este es el trío protagonista de Adiós, idiotas, la nueva película de Albert Dupontel que nos sitúa a medio camino entre la fábula grotesca y la crítica social a la hora de hablar de la fragilidad y la fortaleza de los perdedores.
Ellos son la gran Virginie Efira (Benedetta), Nicolas Marié y el propio Dupontel, que ha alternado su faceta como intérprete (en películas como Un héroe muy discreto o Irreversible) y la de cineasta, en la que sobre todo comenzó a destacar después de su adaptación de la novela de Pierre Lemaitre, Nos vemos allá arriba. En ella demostró una enorme capacidad para construir un universo imaginativo repleto de ideas visuales y poéticas, y precisamente es la senda que continúa explorando en Adiós, idiotas, en la que se conjuga el exceso y la sensibilidad con una habilidad casi kamikaze. Sin embargo, esta película también se conecta directamente con su ópera prima, Bernie, en la que un huérfano buscaba sus orígenes y en la que ya estaba presente un aliento subversivo a la hora de utilizar el humor partiendo de temas delicados con una mezcla entre corrosión y ternura.
La película está dedicada a Terry Jones, miembro de los Monty Python que falleció el año pasado, y hay mucho del espíritu del grupo cómico en ella. De hecho, una de las grandes referencias con las que ha contado Dupontel es Brazil, de Terry Gilliam que, además, hace un cameo en la película. En Adiós, idiotas, la realidad queda suspendida y nos introducimos en una trama kafkiana en la que reina el sinsentido. Pero, aunque nos encontremos en el terreno casi limítrofe a la fantasía, lo cierto es que son muchos los temas que resuenan en nuestra realidad, quizás, el más importante, la indefensión del ser humano frente a un sistema opresor.
Suze Trappet (Efira) busca al hijo que sus padres le obligaron a dar en adopción cuando se quedó embarazada con catorce años. En su viaje le acompañará Jean-Baptiste Cuchas (Dupontel), experto en informática y sistemas de seguridad, que se verá obligado a ayudarla si quiere librarse de la policía después de haber atentado contra un compañero (aunque en realidad, quería dispararse a sí mismo). Por último, Serge Blin (Nicolas Marié), a pesar de su ceguera los seguirá entregado a la causa. En realidad, pronto se darán cuenta de que los tres se necesitan, aunque saben que el tiempo se les agota y que su única manera de revelarse contra la sociedad es gritar a los cuatro vientos ese Adiós, idiotas del título. Puede que se sientan unos fracasados, pero ahora tienen la oportunidad de resarcirse y ser por una vez libres.
Resultan especialmente memorables los lazos que se crean entre ellos, así como su manera de comunicarse, algo que Dupontel sabe cómo modular a través de un estilo que bebe de la tragedia burlesca, de Chaplin y el slapstick mezclado en una intriga detectivesca. Es chispeante, pero también muy melancólica, en ella hay vida, pero al mismo tiempo, siempre está presente la muerte. Es inesperada, llena de nervio y ritmo a la hora de componer set-pièces tan originales como magnéticas. Una película con magia.
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