Vuelve a las noticias Aaron Spelling por la venta de la que fuera su mansión. Una de las viviendas unifamiliares más grandes del mundo, mayor que la Casa Blanca, construida con el dinero ganado en la televisión. Spelling se propuso gustar al público y no a los críticos y, recibiendo todo tipo de desprecios de los expertos de TV con columna en los medios, fue triunfando con Starsky y Hutch, Los Ángeles de Charlie, Vacaciones en el mar, Dinastía y, cuando la ABC ya le había despedido, contraatacar con Sesanción de Vivir y Melrose Place en Fox
MADRID. La semana pasada fue noticia don Aaron Spelling porque ha salido a la venta su famosa mansión de Los Angeles. En Anécdotas de Millonarios (Cúpula, 2010) David Escamilla contaba que tenía 123 habitaciones, dos de ellas destinadas únicamente a envolver regalos para obsequiar a los actores y equipos con los que trabajaba, 27 baños, bolera, pista de patinaje sobre hielo y un ala entera de la mansión estaba dedicada solo a guardarropa. Era una de las casas unifamiliares más grandes de Los Angeles y, por extensión, de todo Estados Unidos. Construida en 1990 y llamada Candyland en honor a su mujer, en total tiene más de 5000 metros cuadrados, mil más que la Casa Blanca.
Lo relevante sobre semejante casoplón no son sus dimensiones, sino que su propietario, de niño, era pobre de solemnidad. Los padres de Spelling eran emigrantes judíos procedentes de Rusia y Polonia. Llegaron a uno de los barrios más duros de Dallas y se cree que a Aaron se le despertó el interés por las letras, el entretenimiento solitario por excelencia, debido al bullying y antisemitismo que se encontró en ese entorno. El acoso llegó a tal punto que a los 8 años perdió la sensibilidad en una pierna por un problema psicosomático. Tuvo que estar en la cama durante un año y entre esas sábanas se colaron los libros de Mark Twain y, como suele suceder cuando salta la chispa de la literatura, el resto es historia. De ahí, por medio de una revolución en la ficción televisiva para todos los públicos, ese chaval pobre, de una minoría acosada y discapacitado en su infancia, se hizo obscenamente rico, previo paso por la II Guerra Mundial, donde, además, le hirió un francotirador en una mano.
La televisión ya no es la misma, pero Spelling no solo fue un pionero. Su talento apuntaba hacia lo que ha sido el futuro del medio: las series. Sobre todo tenía una forma de entender el género, hacerlo dinámico, reinventarlo con cada idea. Hoy, la oferta pantagruélica de series de las plataformas busca constantemente causar el mismo efecto en el espectador. Sin embargo, su lema era más sencillo. Se resumía en darle al público lo que quiere, algo tan sencillo y tan sumamente complicado. Solo con el cambio de siglo pareció estar fuera de lugar. Fue con la llegada de los realities, que no entendía cómo podían ser de tan bajo presupuesto, -él siempre metió todo el dinero en sus productos- pero con la llegada de las plataformas han vuelto los grandes presupuestos.
Es difícil destacar sus trabajos más importantes porque casi todos lo fueron. Quizá su mayor éxito fuese Vacaciones en el mar, que los niños que vivimos la explosión de las cadenas privadas la disfrutamos en Telecinco. En sus memorias, Aaron Spelling: A Prime Time life (Dove Entertainment, 1996) contó que el encanto de esa serie residía en que le servía a la gente no podía pagarse un crucero para vivir de alguna manera la experiencia. 1977, cuando se estrenó, era época de crisis en Estados Unidos. "Cada semana se sentían como si se fueran a algún lugar exótico". Es alienación pura, pero para eso está la televisión y la ficción.
Para rodarla, se construyó un estudio enorme con todos los pasillos del barco, la cabina de mandos y su piscina. El éxito fue tal que, cuando se filmaron los episodios extra de dos hora de duración, se hicieron en barcos reales en México, Islas Vírgenes y Alaska, y los extras fueron turistas de verdad. No obstante, aparte del escapismo, la fórmula "amor y lujo" funcionó por encima del concepto, es lo que siempre introdujo en sus proyectos: melodrama. Especialmente, fue bien en esta serie porque se introducían viejas glorias del cine y estrellas veteranas en cada capítulo. Lo que luego han aplicado los Santiago Segura o Álex de la Iglesia de turno en el cine español, era una fórmula de éxito made in Spelling desde hacía años. Cuando se llegó al millar de cameos, Andy Warhol fue invitado el programa para pintar un retrato. La agraciada fue Lana Turner, pero rechazó el cuadro porque no le gustó. Los críticos al principio dijeron que la serie se iba a "hundir como el Titanic", pero se la tuvieron que tragar durante una década.
El contrapunto a todo este lujo en plena crisis ya lo había dado con Family, una serie de 1976 en la que trataba los problemas de la clase media en unos años complicados y se atrevió a tocar temas complicados y a priori desagradables en televisión, como enfermedades o el suicidio. Siempre se adelantó a la sociedad estadounidense con las cuestiones más peliagudas. En Dynasty, le puso una hermana oculta afroamericana a Blake Carrington, el millonario interpretado por John Forsythe. Los Ángeles de Charlie fueron de las primeras mujeres detective, con permiso de Honey West en los 60 y Police Woman al principio de los 70. La cuestión con Family es que mientras emitía algo que, en sus propias palabras, era una verdadera alternativa a la televisión del momento, también lideraba el prime time con productos meramente comerciales. Darte lo mejor del mercado y también su alternativa solo está al alcance de los maestros de los negocios.
Un año más atrás, 1975, había pegado el pelotazo con Starsky y Hutch, la primera en la que dos detectives eran, además de compañeros, amiguetes, y se pasaban el día bromeando. En sus memorias, Spelling la consideraba la inspiración de Arma Letal. Aunque no sé cómo se tomaría el muy católico Mel Gibson lo que seguía diciendo el productor: "me gusta referirme a la serie como el primer romance heterosexual en televisión". Por otro lado, lo que valoró la crítica fue su debilidad. Sus puntos flacos. Los policías eran vulnerables, tenían miedo, experimentaban dolor, tenían preocupaciones. No eran los arquetipos de machos que habían imperado hasta entonces. Como curioso paralelismo, en French Connection II, Popeye, el detective insaciable interpretado por Gene Hackman, era enganchado a la heroína por el villano marsellés. La película se estrenó en mayo del 75. Para octubre del mismo año, ya estaba listo un capítulo, The Fix, en el que Hutch se enganchaba a la heroína, adicción que le inoculan los villanos después de secuestrarle. Ver al protagonista arrastrándose por poblados como un yonqui, hecho un yonqui, en rigor, no eran cosas no pasasen en televisión. Aquí Spelling debió acogerse al lema de si copias, copia al mejor, y le pegó un repaso a John Frankenheimer, nada menos.
Tres cuartos de lo mismo ocurrió con Dinastía, que era Dallas, pero más grande, en Colorado, con más gasto, con ricos más ricos y con dramas más dramáticos. Si con Vacaciones en el mar la gente podía sentir de alguna manera una escapada exótica en el sofá de su salón, ahora tenían otro alivio a su precaria situación económica, la infelicidad de los ricos. "Nada le gusta más al público que ver a los ricos pasándolo mal", escribió, "¿por qué nos gusta si no leer sobre los Kennedy o la Familia real británica?". Sin embargo, había más. Con este culebrón, que en España se siguió en horario matutino, se demostraba que los mayores de cuarenta podían volver a enamorarse e incluso ¡a acostarse! Así era el pasado que algunos añoran con nostalgia, uno en el que había que visibilizar esos detalles para que no fueran tabús. En cuanto a la inclusión de viejas glorias, si en Burke's Law, Spelling tuvo a sus órdenes a Ronald Reagan, aquí hizo un cameo Gerald Ford.
Unas de las grandes estrellas en Dinastía fue Heather Locklear y solo tenía 19 años. Atención a su entrada en la serie. Era Sammy Jo, una chica sexy que habían contratado para "curar" la homosexualidad de Steven Carrington, uno de los primeros gais de la historia de la televisión americana. El "tratamiento" sale tan bien que se casan, aunque pronto queda claro que ella lo ha hecho solo por el dinero. Mala malísima en televisión, y musa del rock en el couché. En esos años Locklear estuvo con el rockero Tommy Lee, de Mötley Crüe.
Locklear luego sería Amanda, la estrella indiscutible de Melrose Place, el Sensación de vivir para treintañeros que es uno de los mejores culebrones de la historia por sus guiones disparatados. No será de extrañar que Al salir de clase lo tomara como modelo para desarrollar sus argumentos surrealistas que también fueron muy bien acogidos por el público, en este caso, español. Estas dos series, enfocadas a una audiencia más joven que los tradicionales culebrones, fueron un puñetazo en la mesa. ABC había decidido dejar de contar con él a finales de los 80 y se le humilló, se dijo que la cadena había dejado de ser la Aaaron´s Broadcasting Company. Llegó a caer en una depresión, pero Fox le propuso ambientar una telenovela en un instituto de secundaria y aceptó el reto. Fue Sensación de vivir, a la que le siguió Melrose Place. Si los personajes de Dinastía o su spin-off Los Colby causaron gran impresión entre los adultos, todavía estaba por ver la idiotez juvenil en la ecuación, porque con los personajes de su nueva apuesta lo que hubo fue auténtico fervor, una fiebre, con compra de souvenirs incluida.
Aunque ya estábamos en los 90, el mayor problema al que se enfrentó Spelling con esta serie fue un beso entre hombres. Cuando Doug, el personaje gay, que siempre abrazaba a su pareja en lugar de besarla, iba a hacerlo al final de la temporada en 1994, Fox no dejó que saliera. El productor en sus memorias explica que la televisión vivía de la publicidad y los contenidos estaban completamente condicionados por ella. Ahí echaba de menos el cine, donde se paga por la entrada y eso daba más libertad al creador. Ya comentamos que, precisamente, eso es lo que ha pasado ahora con las plataformas de pago, que han dado mucha más libertad creativa a los guionistas para tratar los temas más conflictivos siempre, el sexo y las drogas, porque el que pone la panoja es el espectador, no un anunciante de detergente.
Pero sería imposible reseñar todo lo que hizo. Fue el productor más prolífico de la televisión estadounidense. Más de doscientas series y películas, más de tres mil horas de televisión. En los 70 y los 80, un tercio del prime time en Estados Unidos era obra suya. La crítica le odió, New Yorker lo calificó de "comerciante idiota", pero él no quería gustar a los críticos, sino al público, y ese es el camino más corto para enriquecerse, que es lo que le sucedió.
Mejor que cualquier serie de Netflix o HBO son las entregas del programa Imprescindibles de RTVE y, en su plataforma, hay como doscientos episodios listos para ser vistos. Uno de los últimos, sobre Carlos Tena, nos descubre a un periodista musical difícil de ver hoy. Enfrentado con y contrario a los dictados del mercado, abierto de mente y ecléctico, con interés en lo antiguo tanto como en lo moderno. Un personaje singular que puso su granito de arena para que la explosión musical española de finales de los 70 fuese como fue