VALÈNCIA. Hay discursos que se propagan peligrosamente a base de repetirlos y repetirlos. Se extienden gracias al miedo. O a la irresponsabilidad que manifiestan los medios de comunicación cuando, por ejemplo, aceptan referirse a un grupo de violadores por un mote chusco que ellos mismos se han adjudicado. Los violadores pueden ser presuntos o no, pero nombrarlos como ellos quieren es una mierda, sólo contribuye a darles una importancia que ni ellos merecen ni puede traernos nada bueno. Ojalá cunda en ese sentido el ejemplo de Jacinda Andern, primera ministra neozelandesa, que se niega a nombrar al asesino que hace unos días masacró a inocentes en una mezquita. Porque se trata de un asesino, no es más que eso. Por el bien de todos, apliquemos el sentido común y no publicitemos aquello que atenta contra los pilares básicos de la convivencia. Lo mismo ocurre con otros mensajes que en los últimos tiempos se están convirtiendo en habituales y que se aceleran y multiplican a medida que se aproxima el momento de acudir a las urnas. Discursos sin un ápice de respeto por la lógica o la verdad, que atentan contra la sensibilidad y la inteligencia. Puestos a hablar de ellos –no sé hasta qué punto hacerlo es ineludible o irresponsable-, hagámoslo sin nombrar. Mejor aún, hagámoslo glosando lo que estos elementos quieren destruir o directamente convertir en suciedad.
Lo he dicho en otras ocasiones aquí mismo y creo que es importante insistir: crecí escuchando a Lou Reed y eso hizo que desde muy pronto, la diversidad formara parte de mi visión del mundo. Antes de tener relaciones sexuales con otra persona, ya había escuchado sus canciones de amor a hombres, mujeres y transexuales. Sin ir más lejos, Lou Reed es autor de una canción llamada ‘Kill Your Sons’. La grabó en 1974 pero su letra es mucho anterior. Se remonta a su juventud y es producto de las terapias de electrochoque a las que fue sometido por imperativo de sus padres.
El mito que rodea a este episodio, fundamental en la vida de Reed, es que esta decisión vino dada por sus tendencias homosexuales, las cuales se suponía que la terapia de choque ayudaría a erradicar. La última biografía sobre el artista, Lou Reed. Una vida, que en unos días publicará Cúpula, aporta nueva información al respecto. Según Anthony DeCurtis, autor del que puede considerarse el texto definitivo sobre el neoyorquino, el infame tratamiento no fue para curarle de su homosexualidad, sino para intentar apaciguar su tendencia a meterse en líos, algo que, evidentemente, también incluía su atracción por los hombres, tan presente en su vida como la que sentía por las mujeres. No es que este dato atenúe la barbaridad de someter a un adolescente a una sesión de descargas eléctricas en las sienes, pero alivia saber que aquella lamentable decisión no fue tomada exclusivamente en base a intentar revertir la homosexualidad del joven Lou.
Sea como fuere, no deja de estar cargado de justicia poética el hecho de que Reed no solamente siguiera haciendo lo que le dio la gana a todos los niveles sino que además aportara importantes capítulos al legado cultural del siglo XX. Y como decía antes, gran parte de esa obra está basada en hacernos ver que el ser humano no cabe en ninguna categoría. Las canciones de Lou Reed, sobre todo, hablan de la diversidad, de la empatía, de la compasión. Nos enseñan que cada persona es un mundo generando su propia historia y nuestra misión es aprender a entenderlo. Porque sólo así nosotros seremos también entendidos, respetados, queridos.
Cuando tenía 14 o 15 años y este país empezaba su lento camino hacia una transición política que no fue tan deslumbrante como quisimos creer que fue, Lou Reed se me antojaba como la mejor arma para combatir el rechazo y la intolerancia. Lo que a algunos les horrorizaba, a mí me resultaba algo perfectamente habitual. Lo que a otros les repelía, a mí me parecía interesantísimo. Esa ingenuidad no me resultaría muy útil en la actualidad, pero en su momento asentó las bases del individuo que soy. Por eso mismo, hay discursos que me parecen un chiste pesado y sin gracia alguna. Porque aunque vayamos despacio –a veces demasiado-, hemos avanzado en muchos aspectos. Los hombres empiezan a entender el verdadero papel de la mujer en la vida y en la sociedad. La posibilidad de que un hombre ame o desee a un hombre o que una mujer ame o desee a una mujer es algo que ya forma parte de nuestra cotidianidad, algo que no hace falta relegar al secretismo. El mundo es un mapa por el que todos transitamos, ninguna raza es mejor que otra, ningún territorio es exclusivo de nadie.
Vivimos en un tiempo en el que al estar todos conectados y hablando y escuchando y viendo a la vez, el compromiso es más necesario que en cualquier otro momento. Creo que por eso mismo, reproducir constantemente ciertos mensajes no tiene ni pies ni cabeza. Ya que estos existen, vamos a combatirlo hablando de lo que realmente importa. Por ejemplo, queridos paisanos valencianos, dejad de quejaros del dichoso carril bici, que al final acabaremos dándole armas al enemigo y a veces hay que saber priorizar. En este caso, ¿qué preferimos, la opción de una ciudad digna –no olvidemos que venimos de una indignidad que duró décadas- o el derecho a pataleta porque aparcar en mi barrio es muy complicado y tengo pesadillas con gente subida en bicicletas? Por ejemplo, paisanos del país entero, destaquemos lo bueno que es que este país fuese, gracias al presidente Zapatero, se están convirtiendo en habituales en legalizar el matrimonio gay. Fijémonos en que, cuando queremos, somos un país mucho más inclusivo y desprejuiciado de lo que nos creemos. Recordemos que hace unos días cientos de miles de mujeres salieron a la calle para defender sus derechos, Eso es lo que importa, eso es lo que hay que enfatizar. Recordemos que, Lorca, uno de los grandes poetas de la historia, era andaluz, español y homosexual. Si lo pensamos bien, el enemigo ha de currárselo mucho para rebatir eso. Y dudo que sean capaces de hacerlo usando argumentos sólidos, así que, por favor, vamos a dejar de hacerles el trabajo sucio. Como cantaba Lou Reed en ‘There Is No Time’ -del disco New York, que hace poco cumplía 30 años-, “no es momento para apretones de manos / no es momento para palmaditas en la espalda / no es momento para que desfilen las bandas / no es momento para el optimismo / no es momento para pensamientos interminables / no es momento para patriotismos / recuerda lo que nos trajeron.”