VALÈNCIA. Desde su estreno en EEUU hace unas semanas, Wonder Woman se ha convertido en uno de esos fenómenos que traspasan la barrera de lo cinematográfico para introducirse en el terreno de lo social. En tres días superó la cifra de los 100 millones de dólares, rebasando a muchas de las películas de su competidora Marvel. Las valoraciones inmediatas han sido positivas, la crítica la ha ensalzado, el público parece encantado. ¿Cuáles son las claves de su éxito?
Después de los fracasos de Escuadrón suicida y Batman y Superman, la factoría DC necesitaba una película que salvara sus platos rotos. Apostar por recuperar el personaje de los cómics de Wonder Woman era arriesgado, pero al mismo tiempo suponía un golpe de efecto interesante para todo el universo superheroico. Las mujeres también necesitaban una protagonista con la que identificarse después de décadas de supremacía de machos con súperpoderes. Un personaje fuerte, pero al mismo tiempo sensible y vulnerable, que fuera capaz de luchar y poner en evidencia a los hombres con su valor y coraje, pero también que fuera capaz de amar y de sentir y de conservar un punto de inocencia. Un personaje que se constituyera como un símbolo y que se adaptara a los nuevos tiempos y las necesidades de las consumidoras. La polémica saltó hace unas semanas cuando un cine organizó un pase exclusivamente para mujeres y se denunció este hecho por discriminatorio. Puede que todo sea fruto de una elaborada estrategia de márketing, pero al menos han hecho las cosas bien.
En primer lugar, al frente del proyecto encontramos a una directora, Patty Jenkins, que había debutado con una obra independiente de fuerte carácter reivindicativo como fue Monster (2003), que le dio el Oscar a Charlize Theron por su caracterización un tanto grotesca de lesbiana psicópata. No suele ser habitual que un blockbuster sea dirigido por una mujer. En los últimos tiempos los ejemplos más notables y que, por cierto, consiguieron excelentes resultados, han sido los de Catherine Hardwicke en Crepúsculo (2008) y el de Sam Taylor Wood, responsable de Cincuenta sombras de Grey (2015).
El otro gran acierto, ha sido darle el absoluto protagonismo a una auténtica desconocida como es Gal Gadot, modelo israelí con un físico y una expresividad imponentes que demuestra que no es necesario que una superproducción de estas características esté protagonizada por una estrella de Hollywood para alcanzar un resultado de primer nivel. El resto del reparto palidece a su lado. El galán de la función, Chris Pine, cumple su función, pero no será recordado precisamente por este papel. Tampoco los malos, Danny Huston y Elena Anaya resultan demasiado atractivos. Quizás porque aquí, la única que cuenta, es Wonder Woman.
Pero todas estas apuestas no hubieran servido de mucho si se hubiera puesto en entredicho el resultado final del producto. No ha sido el caso, podemos estar tranquilos. Jenkins ha orquestado una estupenda película de aventuras en la que la figura de Gadot se corona como una nueva representación icónica del feminismo actual, dinamitando convenciones a golpe de empoderamiento, rebeldía y buen corazón.
No era una tarea fácil trasladar el espíritu del personaje a la pantalla y configurar alrededor de él un film con garra y personalidad. Quizás por eso, la historia se abre de una manera tan potente, para dejar al espectador absolutamente boquiabierto. Nos trasladamos a una isla remota habitada únicamente por amazonas que consagran su vida al arte de la lucha. En ella, la joven Diana, descendiente de dioses, se entrena con esfuerzo y dedicación para convertirse en una poderosa guerrera.
Jenkins sabe cómo sacar partido a todo este preludio a golpe de imaginación visual y destreza técnica, y saca lo mejor de un puñado de actrices capitaneadas por las veteranas Robin Wright y Connie Nielsen que aportan una fuerza y una personalidad absorbentes a este magnético inicio que se inserta dentro de la fantasía mitológica.
A partir del momento en el que Diana sale de la isla para ayudar a Steve (Chris Pine) en su misión, nos sumergiremos en un torbellino de géneros que se suceden uno detrás de otro para singularizar cada uno de los segmentos de la narración. Así, pasaremos por el film de espías con aliento retro, las escenas de guerra al más puro estilo épico, el romanticismo menos empalagoso y, para finalizar, un espectacular enfrentamiento entre los dos antagonistas que se convierte en una lucha psicodélica totalmente abstraída de la realidad en la que encontramos haces lumínicos, fondos fluorescentes y espejismo multicolor.
Puede que esta mezcolanza resulte en ocasiones un tanto confusa, pero lo cierto es que en ella late un espíritu rebelde y muy desvergonzado a la hora de jugar con todos los elementos alrededor de los que se ha configurado una historia que intenta por todos los medios alejarse de los patrones convencionales para elaborar un producto nuevo que sea atractivo, que entre por los ojos, que se disfrute mientras se esté viendo y que tenga la capacidad de generar un fandom a su alrededor. Ojalá las próximas Navidades las niñas cambien el traje de Frozen por el de Wonder Woman. Ese sería todo un éxito.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz