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SILLÓN OREJERO 

'Voyeurs': diarios de nihilismo, ansiedad y adicción a internet

Gabrielle Bell refleja en un cómic autobiográfico su personalidad más íntima, la que se deprime si no tiene correos en la bandeja de entrada, la que sufre porque nadie le llama por teléfono, la que se obsesionó con MySpace y las listas de mejores amigos de sus usuarios, pero a su vez, una persona que odia salir de casa. Todo bajo la premisa de una sentencia de su novio que comparte: "La vida consiste en ser infeliz, solo que a veces nos tomamos vacaciones de nuestra propia miseria" 

18/12/2017 - 

VALÈNCIA. La semana pasada hablábamos de Julie Doucet y ahora toca una de las artistas a las que influenció, Gabrielle Bell, tal y como esta reconocía en su novela gráfica autobiográfica Afortunada sobre su supervivencia en Nueva York. La editorial La Cúpula ha lanzado un tomo de 156 páginas en color que recopila más historias cortas de Bell que nos sirven para sumergirnos aún más en su personalidad compleja y contradictoria.

Se titula Voyeurs, que es como se llama la primera historia del libro, la que sirve de introducción. Un breve relato extraño, que claramente alude -o esa sensación me da- al acto de exhibicionismo del cómic autobiográfica y a la condición de voyeurs que adquirimos los que, como decía el prólogo del segundo tomo de Julie Doucet en Fulgencio Pimentel, compramos una entrada de primera fila para ver su cerebro.

El estilo que podemos encontrar en estas páginas se parece bastante a Piruetas uno de los mejores lanzamientos de La Cúpula este año. Un género intimista, con un espíritu generalmente abatido por las circunstancias y un dibujo de línea clara sin excesos ni estridencias. Viñetas sobrias, emociones frías y un autor que se distancia de lo que cuenta, aunque se trate de sí misma.

Hay quien se aburre con la sucesión de detalles triviales de la vida de otra persona, pero en realidad enseñan mucho. Antes y ahora. En la BBC, por ejemplo, una de las series más recordadas era Wednesday Play, mediometrajes que abordaban aspectos sutiles de la vida en sociedad o de los individuos que la componen, temas tan dispares como la jubilación de un trabajador o la hipótesis de que nos sucedería en un ataque nuclear.

En Voyeurs las preocupaciones confesadas por la autora son bastante prosaicas. Le inquieta que nadie la llame por teléfono. Sufre si abre el correo y no tiene emails. Confiesa que es adicta a Internet, si le tienen que arreglar el disco duro del ordenador y el técnico necesita cinco días para hacerlo, le da verdadero síndrome de abstinencia, como a un toxicómano.

Vanidad de las redes sociales

En el apartado de la hipótesis, es una historieta para enmarcar el cómo sería Myspace de desarrollarse en un lugar físico. Lo pinta como una especie de fiesta de universitarios pagados de sí mismos, gritando "¡somos lo más!" en la que todo el mundo lleva por delante sus preferencias personales, del tipo de serie favorita, canción que más le gusta, etcétera como si fuese un adolescente. Como si su cara fuese la carpeta del instituto. No obstante, la autora revela que llegó a sufrir verdadera ansiedad por las listas de "mejores amigos" de los demás y si la gente no reaccionaba a la suya, agradeciendo de algún modo encontrarse en los puestos altos.

En otras vemos cómo la artista se sumerge en la biografía de otro artista hasta terminar mareada creyendo por momentos que ahora es él, como si poseyera su vida. En este caso se trata del escritor John Cheever, autor del célebre El nadador, que fue llevado al cine magistralmente en una película protagonizada por Burt Lancaster. Bell alucina con que fuera gay y homófobo y, en consecuencia, suponemos, alcohólico.

Timidez patológica

Es curiosa también su personalidad cuando narra cómo le hacen sufrir los abrazos, aunque la causa la sitúa en los que le daba su padrastro, que siempre parecían estar a punto de pasarse de la raya del afecto. Ella lo critica poniendo como ejemplo a los naturales de la Costa Oeste americana, que son cálidos y sonrientes, en contraposición a los del Este de Estados Unidos, más fríos y que con saludarse de forma oral van que chutan.

Sus bloqueos en situaciones cotidianas no son algo con lo que sea difícil tener empatía. Bell cuando va a la peluquería y ve que todo el mundo no para de hablar cortándose unos a otros con ocurrencias, siente que si quisiera decir algo de su cosecha tendría primero que irse a casa, pensarlo, imaginarlo, escribirlo y ensayarlo. Es de ese tipo de personas a las que se les ocurre la frase genial y adecuada en una conversación dos horas después de que su contertulio se haya marchado.

Por otro lado, se vuelve al mundo de quienes frecuentan las convenciones de cómics los llamados freaks. Sus inseguridades, agresividad y, al mismo tiempo, seres completamente inofensivos, a su juicio. Aunque, quizá, lo más llamativo sea la parte que le toca a Bell en calidad de autora de la moda de la autoexplotación. En ocasiones recuerda que su novio le acusa de hacer cosas solo para incluirlas luego en los diarios que va a dibujar.

Sabiduría oriental

De todos modos, como decíamos al principio, obras que hablan de la vida cotidiana de la gente, siempre encierran mucha más sabiduría que muchos ensayos de ilustres doctorados. Por ejemplo, cuando su novio dice "la vida consiste en ser infeliz, solo que a veces nos tomamos vacaciones de nuestra propia miseria", o ella recuerda a un profesor de yoga que le recomendó: "los pensamientos son como los skaters, déjalos pasar y no intentes perseguirlos". Y una verdad como un templo: "le lavamos el cerebro a los animales para que solucionen nuestras necesidades afectivas"

Voyeurs, sin embargo, no supera aún a Cecil y Jordan en Nueva York, el gran álbum de Gabrielle Bell donde alternaba historias oníricas, donde se convertía en una silla o en una mujer menguante -como en el relato de Richard Matheson-, que atravesaba pasajes oníricos, como otras de mucha enjundia, como cuando tuvo que dar clases de dibujo al hijo de un artista y contraponía el arte abstracto que promulgaban sus profesores con su deseo de adquirir una sencilla técnica aceptable de dibujo.

O los recuerdos de la vida con sus padres, porque si algo hay en Bell que es atrayente, como escribe Aaroon Cometbus en el prólogo de Voyeurs, es que creció en mitad de la naturaleza con una madre vegetariana. Sus análisis de la vida urbana tienen siempre el espanto y la fascinación que sentiría alguien bajo el mito del buen salvaje. Al fin y al cabo, lo que viene a dar a entender la autora es que en cualquiera, sea quien sea, hay algo que merece la pena cotillear.

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