Como el hijo pródigo, antiguos votantes del PP hemos vuelto a casa después de flirtear con opciones incapaces de defender nuestros intereses. Razones más sentimentales que ideológicas nos han animado a ello. Después de lo visto tras las elecciones de abril, la derecha clásica es el mal menor para un país en caída libre desde 2015
En una cafetería de la calle Bachiller, en València, apuro mi café mientras hojeo la prensa. En los diarios se sigue hablando de las conversaciones fallidas de dos trileros. Ambos dicen representar a la izquierda. Me cuesta encontrar una noticia sobre el joven Casado, que ejerce de secundario en la ópera bufa que se representa esta semana en el Congreso de los Diputados.
Son las ocho de la mañana. Cruzo Jaume Roig. Ejecutivos trajeados circulan en bicicleta hacia sus lugares de trabajo. Me gusta este barrio de familias acomodadas. Huele bien y no hay papeles en el suelo. El Colegio Alemán, Viveros, La Hípica y el Club de Tenis Valencia. Todo muy bonito bajo la sombra protectora de las palmeras. En la puerta del club de tenis coinciden un grupo de abuelas muy bien vestidas que dejan a sus nietos rubios (los niños ricos suelen ser rubios) en la escuela de verano. Son tan pequeños que a duras penas pueden con las raquetas. Cuando los nietos besan a las abuelas en sus mejillas antes de despedirse, descubro que algo queda de ternura en mi corazón de varón cínico.
En ese momento alguien me toca en el hombro.
—¡Pero, hombre, eres tú!
Es Jacobo, un amigo de la juventud al que no veía desde hacía muchos años. Él también trae a su hijo a jugar al tenis. Jacobo es de familia bien y no ha conocido las aristas de la vida. Después de preguntarle por la familia y el trabajo (“todo fenomenal”, dice) hablamos de política. Y no tarda en sincerarse:
—Me arrepiento de no haber votado al PP en las últimas elecciones.
No es el primer arrepentido que me lo confiesa. Ignoro si Jacobo votó a Ciudadanos o a Vox (me inclino por lo segundo), pero prefiero no preguntar para no incomodarle. Disgustado por las trapacerías y la cobardía de Rajoy y su equipo en Cataluña, mi amigo dio la espalda a los conservadores, como también hicieron millones de españoles. Obramos bien. Razones no nos faltaban.
Pero ahora dudamos sobre si el castigo infligido fue demasiado lejos, a la vista de la parálisis del país, que se enfrenta al riesgo de un gobierno con comunistas, lo que no sucedía desde 1939. Y nuestras esperanzas empiezan a estar poco a poco en el joven Casado, que será presidente si la salud le respeta y maneja sus cartas con habilidad e inteligencia.
Decía don Eugenio d’Ors que los experimentos deben hacerse con gaseosa. Muchos de nosotros experimentamos con el niño Albert o con Santiago el Asirio y su corte de aristócratas meapilas, y nos hemos equivocado. No eran apuestas fiables ni seguras.
Por eso es hora de volver a casa para reparar, en lo posible, los daños ocasionados.
Desde 2015 todas laselecciones han demostrado que más vale lo malo conocido que lo bueno porconocer, sobre todo cuando no ha habido nada bueno por conocer
Es como el hijo de pródigo de la parábola de los Evangelios. Si tuvisteis la suerte de ir a catecismo, recordareis que el hijo pródigo le pidió la parte de su herencia al padre y este, que era un tontaina, se la dio. El hijo la malgastó, en un país lejano, en juergas y malas mujeres. Luego se quedó sin pasta. Le dieron un trabajo para cuidar cerdos, probablemente con un contrato a tiempo parcial. Y, como se moría de hambre, sentía envidia de los puercos cuando se alimentaban de algarrobas. Viendo que aquello no podía seguir así, regresó arrepentido a la casa del padre. Este le perdonó, para disgusto del hermano.
Como aquel hijo pródigo, nosotros regresamos también a la casa del padre. Bien es verdad que papi (PP viene en realidad de papi) era un poco golfo, que engañaba a mami con pelanduscas, bebía demasiado y estafaba en los negocios, pero a pesar de todo era y es nuestro padre, sangre de nuestra sangre.
Volvemos a la familia conservadora más por razones sentimentales que ideológicas. Nunca nos han interesado sus programas electorales, ni mucho menos su liberalismo económico. Pero somos tradicionales. Regresamos a este partido por una sencilla razón: era el que votaban mis abuelos, han votado y siguen votando mis padres, el partido que recibía el apoyo de tía Memé elección tras elección, la organización fundada por Fraga Iribarne que heredaron, con peor o mejor fortuna, Hernández- Mancha, el adusto Aznar y el tristón de Mariano.
Regresamos al PP porque ya no estamos para más riesgos. Nos hemos hecho mayores. Todas las elecciones celebradas desde 2015 han demostrado que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, sobre todo cuando no ha habido nada bueno por conocer. Como última esperanza nos agarraremos al joven Casado, aburrido y convencional, para que articule la mayoría natural de la que hablaba don Manuel, y así hacer frente a la deriva representada por el presidente maniquí y la vicepresidenta vogue.
La derecha clásica volverá, cuando más se la necesita, para poner las cosas en su sitio. En tus manos estamos, querido Pablo.