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la nave de los locos / OPINIÓN

¡Vivan las 'caenas'!

El autoritarismo del Gobierno actual tiene numerosos precedentes en la historia de España. Lo extraño es encontrar periodos democráticos. El pueblo, acostumbrado a obedecer, tiene debilidad por los caudillos. El individualismo de los españoles es falso. Si no, ¿cómo se explica este silencio con tantos derechos y libertades pisoteados?  

27/04/2020 - 

El 16 de abril de 1814, Fernando VII el Deseado entraba en València con el pueblo rendido hacia su persona. Le acompañaba el general absolutista Elío. El rey regresaba de su destierro en Francia, donde se había deshecho en elogios a Napoleón Bonaparte, su carcelero.

En el trayecto desde Francia a Valencia, el pueblo no dejó de aclamar al monarca.  “Vivan las caenas y mueran los negros”, gritaba a su paso. Tales negros no eran los ancestros de Mandela y Obama sino los liberales españoles. Los cronistas cuentan que representantes de aquel pueblo abnegado desengancharon los caballos de la carroza del rey para tirar de ella con sus brazos.  

En Madrid esperaban a Fernando VII para que se pusiese al frente del régimen constitucional, pero el hijo de Carlos IV no estaba por la labor. Quería hacerles esperar. En su largo viaje por el país se fue dejando querer por un pueblo que rechazaba la causa de los diputados que habían votado la Constitución de Cádiz en 1812.

La diferencia entre los portugueses y los españoles es que ellos sí comparten una idea de país; ellos sí aman a su patria, empezando por su nombre y sus símbolos

Días después de su entrada en València, Fernando VII recibió a Bernardo Mozo de Rosales, el cabecilla de 69 diputados absolutistas que habían firmado el Manifiesto de los Persas. Este texto reclamaba el restablecimiento del absolutismo en el país.

Aceptada la petición del diputado Mozo de Rosales, el rey firmó el 4 de mayo el decreto de Valencia en el palacio de Cervelló, residencia de los Borbones en esta ciudad. El decreto disolvía las Cortes de Cádiz y derogaba la Pepa.

Fernando VII, paradigma del político sin escrúpulos, reinó en España hasta 1833, con un breve paréntesis, conocido como el trienio liberal, que dejó en suspenso el Antiguo Régimen.

Una mujer fotografía un cuadro expuesto en el palacio de Cervelló.

El absolutismo del rey felón

El absolutismo del rey felón, apoyado en ese “vivan las caenas”, se extendió a lo largo del siglo XIX mediante la versión genuina del carlismo y otra más edulcorada, la del liberalismo autoritario de espadones como Espartero, Narváez y Serrano, el general bonito de Isabel II.

Durante el siglo XX, el gusto del pueblo español por el autoritarismo desembocó en las dictaduras de Primo de Rivera y Franco.

España siempre ha tenido debilidad por los caudillos, figura que exportamos, con indudable éxito, a Hispanoamérica. Seguimos en 2º de Primaria en lo que a democracia se refiere.

Por eso no extraña que el actual Gobierno haya suspendido tantas libertades y derechos fundamentales sin que casi nadie le haya rechistado. No se puede circular libremente por la calle, ni reunirse, ni manifestarse, ni criticar al poder porque te arriesgas a ser denunciado por un guardia civil. Se persigue a la prensa crítica y se dificulta la labor de control al Ejecutivo. Se amenaza a particulares y empresas con expropiaciones. Vivimos bajo un bonapartismo ramplón y torpe.

Una de las primeras lecciones de esta crisis es la fragilidad de nuestra democracia. En 1978 los franquistas pragmáticos y una izquierda deseosa de tocar poder se pusieron de acuerdo para otorgarnos una Constitución. En contra de lo que se ha dicho, esa Carta Magna no fue el resultado de la lucha insistente del pueblo sino de un pacto de élites, con los señores Abril-Martorell y Guerra negociando en el reservado de un restaurante. La gente tenía miedo, como ahora, y deseaba un periodo de paz, libertad y prosperidad. Se lo concedieron pero…

Más de cuarenta años después, el PSOE, uno de los partidos que negoció el pacto constitucional, ha suspendido, con el apoyo de los comunistas, la vigencia de una parte de la Ley fundamental con el pretexto de defender la salud de los ciudadanos, objetivo en el que ha fracasado con estrépito. 

Una de las salas del palacio Cervelló, dedicada a los últimos Borbones.

El español no es individualista

La tragedia del coronavirus cuestiona, además, el individualismo de los españoles. Nada más falso. Somos un pueblo de vocación gregaria. Individualistas son los americanos o los ingleses, capaces de rebelarse contra sus gobiernos si les tocan su libertad.

Uno siente también envidia de un país pequeño como Portugal. ¿Por qué los portugueses han respondido mejor a la pandemia? ¿Se trata sólo de haber actuado antes contra el virus? No lo creo. La diferencia entre los portugueses y los españoles es que ellos sí comparten una idea de país; ellos sí aman a su patria, empezando por su nombre y sus símbolos. En España sucede lo contrario; estamos en manos de un Gobierno formado por algunos ministros que sienten asco de pronunciar el nombre de su país, y desprecian la bandera que les da de comer.

España, donde nací y espero morir, es un Estado fallido, como se ha demostrado con esta y otras crisis. A la incompetencia y maldad de los gobernantes se suma la servidumbre voluntaria de la mayoría de mis compatriotas.

Es triste llegar a la conclusión de que no hay nada que hacer con España. No sé si esto reventará alguna vez porque la paciencia de la gente es infinita. Aguanta lo que le echen. Iremos tirando, que es nuestra manera de hacer historia, hasta que algún día nos despierten los bárbaros, que habrán entrado en una casa reducida a escombros.

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