VALÈNCIA. Han llegado las vacaciones de verano y es el momento de escoger destino y libro. Así que quiero aprovechar estas fechas para recomendar unas cuantas lecturas unidas a viajes. Unidas de verdad, en una experiencia intensa y única en la que los paisajes crecen al recorrerlos con determinados libros en la mochila. En la que los libros se entienden mejor al leerlos fuera de casa, en el lugar que sirvió de inspiración a sus creadores… en un tren que atraviesa Siberia, por ejemplo. En una cafetería de la Quinta Avenida de New York. Debajo de un manzano a las orillas del Danubio o tomando un té con menta bajo un palmeral del Magreb. Las instrucciones son sencillas: ve a tu librería favorita a comprar el libro y, acto seguido, píllate un billete al destino indicado para leerlo con tranquilidad. ¿A que es fácil? Para empezar a vencer la pereza, ahí van cinco trayectos para diferentes tipos de viajeros:
El río Danubio nace en el Bosque Negro (Alemania) y desemboca en el mar Negro, tras atravesar Austria, Eslovaquia, Serbia, Hungría, Rumanía, Moldavia y Ucrania. Es un viaje ideal para los amantes de la bicicleta, pues prácticamente todo el trayecto es un carril bici plano, está señalizado y tiene muchas facilidades para comer y dormir en ruta. El tramo más concurrido —y dicen que el más bonito— es el que parte de Alemania y acaba en Viena. Yo lo recorrí hace algunos años y —como no podía ser de otra manera— el libro que me acompañó fue Danubio de Claudio Magris. Cada día pedaleaba por el valle sin saber qué me encontraría al día siguiente: pequeños pueblos de cuento, elegantes capitales centroeuropeas, bosques verdes o kilométricos campos de maíz.
Gracias al libro de Magris —que recorre el cauce del río contando anécdotas del pasado, historias cotidianas, leyendas, biografías de artistas de la zona o simplemente reflexionando sobre los lugares que visita— descubrí que en la torre de la iglesia de Ulm se lanzó un día un sastre cuyo sueño era volar y para ello se había construido unas alas (obviamente no sobrevivió); leí sobre la visita de Kafka al sanatorio de Kinling; visité el museo del pintor Schiele en Tulln (su lugar de nacimiento); descubrí detalles escabrosos de Mathausen o reflexioné junto al autor sobre las huellas que los diferentes pueblos (en este caso turcos, judíos, alemanes…) van dejando en la cultura y el paisaje. Una experiencia única que por separado no podían darme el viaje o el libro…
Hay dos ciudades a las que debemos ir a pasear sin rumbo y sin mapa, con la sola compañía de los libros de aquellos que las transformaron con sus palabras en mito literario. Me refiero a New York y a París, que en las manos de Auster y Cortazar se han convertido en dos urbes que solo podemos conocer perdiéndonos en sus calles, abriéndonos a lo inesperado.
Puedes leer las novelas de Paul Auster en tu sofá favorito, pero, seamos sinceros, donde mejor se leen es en New York, a ser posible en alguna cafetería o parque de Brooklyn, el barrio en el que se ambientan la mayoría de sus historias. El mundo de Auster, desde La ciudad de cristal, huele a dinner y a deli, suena a atasco en la Sexta con la 59 y sabe a sándwich de pastrami. Por sus novelas pululan escritores, músicos, profesores universitarios, camareros, vendedores de antigüedades, okupas, jubilados que juegan al ajedrez en parques… todos ellos perdidos y contradictorios: vivos, a fin de cuentas. Sus biografías están regidas por el caos, por las casualidades, y sus protagonistas se dejan llevar, conscientes de que nunca es posible tener todo el control. Que la vida avanza y a veces nos mece y otras nos arrolla sin que podamos hacer mucho por evitarlo salvo sortear las olas lo mejor posible y continuar adelante.
El París que muestra Cortázar en su novela Rayuela también es un lugar en el que perderse. En este caso para encontrarnos con ella, con La Maga, por casualidad. Porque para La Maga —ese personaje inolvidable— no hay nada cierto más allá de lo casual, de lo no planeado, de lo espontáneo. Sin embargo, todos los caminos y derivas de la novela parecen confluir en el Pont des Arts. ¿Se os ocurre mejor lugar para leer Rayuela (y esperar a La Maga) que uno de los bancos de este famoso puente sobre el Sena? A mí, no.
El recorrido del tren transiberiano comienza en Moscú y acaba en Vladivostok, a orillas del Pacífico, tras siete días de viaje atravesando toda Siberia. Es un viaje alucinante, pero todavía lo es más si lo acompañas de la novela de Julio Verne, Miguel Strogoff, el correo del zar. Es un libro del s. XIX un tanto naïf, pero muy entretenido y que tiene la particularidad de que el recorrido de su protagonista es casi exacto al que hace actualmente el tren ruso. La explicación es que el ferrocarril fue construido sobre el antiguo camino de postas, que es el que sigue Strogoff. Cuando hice el viaje hace unos años, descubrí que lo mejor era dejar que el cartero ruso me adelantara al menos un día. De esta forma leía la novela en mi camarote sabiendo que, a la jornada siguiente, yo atravesaría el mismo paisaje que el protagonista había atravesado. Me quedaba mirando por la ventanilla y ahí estaban esa montaña, esos páramos o esa ciudad en la que el héroe se había metido en líos. Además, todos sabemos lo bien que maridan tren y libro…
El Cielo Protector de Paul Bowles es una novela hipnótica. Una novela donde sudas por el intenso calor, hueles a especias, sientes la respiración del desierto y te envuelve el sonido de los zocos magrebíes. Transcurre en Argelia, en un trayecto del Mediterráneo al Sáhara: de la parte más civilizada a la más salvaje. Pero no importa el país, cualquiera de sus vecinos sirve para vivir esta experiencia de lectura. Yo la leí en Túnez, bajando hacia el desierto, y funcionó perfectamente. No tengo duda de que en Marruecos será lo mismo, pues tanto el paisaje como la cultura magrebí son muy similares en todo el norte de África. Novela y paisaje fundiéndose en un viaje real, mental (y metafórico) perfecto… ¿Te animas?
Si te interesa este artículo, tal vez te interese este del mismo autor.