VALÈNCIA. Dentro del cine de autor independiente norteamericano, cada día más devaluado y en el que cuesta encontrar muestras de ingenio y autenticidad, algunos directores intentan abrir nuevos caminos y contar las historias de manera diferente, explorando las herramientas del lenguaje e intentando imprimir a través de las imágenes su personalidad.
Es el caso de los hermanos Safdie con películas como Good Time o Diamantes en bruto o Barry Jenkins con Moonlight o El blues de Beale Street, al igual que otros nombres vinculados al género fantástico como Robert Eggers, Ari Aster o David Robert Mitchell. Puede que muchos consideren que estos autores intentan epatar a través de mecanismos de ficción vacíos, que se ponen por encima de sus historias, que son pretenciosos y que buscan una falsa trascendencia, pero lo cierto es que, al menos, intentan narrar a través de mecanismos que desafían las normas convencionales y plantan cara al mainstream de Hollywood a través de propuestas heterodoxas.
También podríamos inscribir en esta línea a Trey Edwards Shults, cuya ópera prima Krisha (2015) ya demostró su habilidad portentosa para ir generando tensión a través de los recursos estilísticos y formales encargándose de hacer explotar la estampa idílica del Día de Acción de Gracias a través del retrato de una mujer al borde del abismo.
El talento visual de Shults y su capacidad para configurar pesadillas tanto físicas como metafóricas se confirmó en Llega la noche en la que exhibía su habilidad para sumergirnos en una atmósfera incómoda y claustrofóbica a través de movimientos de cámara lentos y precisos que enrarecían la cotidianidad para transportarnos a un estado enfermizo mental para contar una historia apocalíptica.
En ambas películas quedó claro que a Trey Edwards Shults le interesa indagar en las relaciones familiares como elemento desestabilizador. Ahora, aborda con Un momento en el tiempo- Waves, su obra más ambiciosa hasta el momento, la historia de una familia que se desmorona contada en dos partes a través del punto de vista de dos hermanos marcados por una tragedia y las secuelas que provoca en ellos un acto irreparable.
Desde la primera escena, un giro de cámara de 360º en el interior de un coche y un encadenado secuencial en el que se presenta a los personajes a través de un montaje que nos lleva de un sitio a otro a ritmo de la canción de Tame Impala ‘Be Above It’, sabemos que Un momento en el tiempo-Waves tiene una voluntad expresa de intentar jugar con las texturas, los tiempos y los sonidos para crear una experiencia cinematográfica diferente en la que todos esos elementos se convierten en auténticos protagonistas o en vehículos fundamentales para conducir la acción y servir de catalizadores para los sentimientos de los personajes.
La primera parte de la película sigue a Tyler (Kelvin Harrison Jr.) un joven de 18 años que tiene en el deporte de la lucha su pasaporte a la universidad. La presión que recibe de su padre (Sterling K. Brown, This is Us) le obliga a ocultar una lesión que tiene en el hombro y la situación se complicará hasta que tenga que dejar de entrenar. Al mismo tiempo, su novia Alexis (Alexa Demie) le anunciará que se ha quedado embarazada y lo que en un primer momento parecía una relación perfecta, entrará en una espiral de violencia y descontrol por parte de Tyler.
¿Puede una vida derrumbarse por una serie de coincidencias en las que tocar fondo es el menor de los problemas? Es lo que intenta abordar el director alejándose de tremendismos, intentando apostar por un drama que impacta a un nivel más sensitivo que efectista.
Shults nos introduce a través de Tyler en una vorágine de ansiedad, de rabia e impotencia hasta que su trayecto físico, al límite, se convierte en algo más gracias a unas imágenes que funcionan a modo de caleidoscopio y en las que también ayuda a configurar ese estado hipnótico y frenético la absorbente banda sonora de Atticus Ros y Trent Reznor que se entremezcla con canciones de Frank Ocean, Kanye West, Kendrick Lamar, H.E.R. SZA o The Creator en una banda sonora que forma parte del ADN de la película.
En efecto, la música resulta fundamental para proponer paisajes mentales, para identificarse con el estado emocional de los personajes y para establecer vínculos internos dentro del propio tejido narrativo, como ocurre con el uso de la canción de Dina Washington ‘What A Difference a Day Made’ (ya utilizada por Wong Kar Wai en Chunking Express con la que también comparte la narración escindida) y que aquí cobra un significado muy especial.
Un fundido a negro y la restructuración de la pantalla en un formato cuadrado nos conduce a la perspectiva de Emily (Taylor Russell, la gran revelación de la cinta, nominada a los Independent Spirits Awards), al vacío y al desconsuelo que supone para ella la hecatombe familiar y el rechazo de todo el mundo que la rodea. Cuando se encuentra en su momento más crítico conoce a Luke (Lucas Hedges, Manchester frente al mar) que le aportará el consuelo que necesita. Una parte más calmada en su puesta en escena, también más reconfortante y que trata del perdón y la culpa, de la necesidad de curar las heridas del pasado
Un momento en el tiempo- Waves es una película llena de decisiones arriesgadas que logra aunar crudeza y sensibilidad y deja clara la capacidad de su joven director (apenas tiene 30 años) a la hora de captar el dolor, el amor, la frustración y la decepción a través de la épica íntima y una constante exploración creativa.
Se estrena la película por la que Pedro Martín-Calero ganó la Concha de Plata a la mejor dirección en el Festival de San Sebastián, un perturbador thriller de terror escrito junto a Isabel Peña sobre la violencia que atraviesa a las mujeres