La nave de los locos / OPINIÓN

Un autonomista pide perdón

El Estado autonómico engorda cada legislatura sin resolver la vertebración territorial de España. Para colmo, el exceso de grasa le hace ser ineficiente. Los pactos para formar gobiernos regionales como el Botànic II demuestran que los partidos solo defienden sus intereses  

17/06/2019 - 

Camino de Damasco (o de Paiporta), uno tiene derecho a caerse del caballo y renegar de sus convicciones como Saulo. En mi lejana juventud creía en el Estado de las autonomías, el invento ideado por san Adolfo Suárez y la oposición de izquierdas para resolver el problema territorial de las Españas. Tal como me explicaba mi profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense, Juan Francisco Fuentes, hoy catedrático y excelente escritor, en el inicio del siglo XX España tenía cuatro problemas pendientes: el territorial, el eclesiástico, el militar y el social. Esta democracia resolvió el militar y el eclesiástico y pareció tener solucionado el social.

UNA mastodóntica ADMINISTRACIÓN SANGRA LA ECONOMÍA. DARÍAMOS POR BUENO ESTE DISPENDIO SI EL PROBLEMA TERRITORIAL SE HUBIERA RESUELTO

El Estado autonómico, a mitad de camino entre el centralismo jacobino y el federalismo, no ha resuelto las tensiones territoriales del país sino que las ha agravado. Allí donde había tres supuestas naciones históricas, asoman ahora ocho o nueve amenazantes, como mínimo. ¡Hasta mi querido Aragón quiere declararse sujeto político soberano!

Yo defendía, ingenuo, mi condición de autonomista convencido frente a algunos escépticos de mayor experiencia y colmillo retorcido. Llegué a pensar que el “café para todos”, la generalización del régimen autonómico, contribuiría a encauzar el problema territorial hasta dar con una solución satisfactoria para todos.

Pero no ha sido así. Lo que se ha creado es una Administración mastodóntica que sangra la economía de la nación. Hubiésemos dado por bueno este dispendio si el problema político se hubiera resuelto. ¿Qué ha fallado, entonces? Que no se supieron ver las verdaderas intenciones de los nacionalistas. PNV, CiU y BNG, más los partidos separatistas que han venido después, sólo han aprovechado las ventajas que el Estado les ofrece para debilitarlo, hasta llegar a un punto en que una España anémica permanece ingresada en la UCI de La Fe, dicho sea sin ningún dramatismo.

El Botànic II, un despilfarro pagado por todos

Lo vemos ahora con los pactos para formar gobiernos autonómicos, negociados a derecha e izquierda. Son acuerdos dictados por el interés de los partidos en menoscabo del general. El ejemplo palmario es el Botànic II, que ha alumbrado un gobierno de 12 consellerias y dos vicepresidencias para contentar a una organización comunista de capa caída. Un despilfarro que pagará el contribuyente. Lo mismo está sucediendo en otras regiones.

El tinglado autonómico puede durar algunos años más, tal vez una generación, hasta que Cataluña y el País Vasco alcancen la independencia o algo parecido. Mientras tanto, habrá que ir preparando a las nuevas generaciones para que acepten un referéndum que avale las tesis de las oligarquías de Deusto y el Eixample. Los que rechazamos una derrota a plazos, según la fórmula acuñada por Miquel Iceta, defenderemos que no hay nada que negociar con los carlistas del siglo XXI. Lo realista es la conllevancia orteguiana hasta el choque final. Si quieren la independencia han de ganársela imitando el coraje y el sacrificio de los portugueses y los holandeses, algo de lo que los nacionalistas catalanes siempre han carecido.

La pantalla autonómica ha pasado

Estoy de acuerdo con el señor Quim Torra cuando asegura que la pantalla autonómica ha pasado. Hay dos opciones. Avanzar hacia una confederación de pequeños estados como antesala a la disgregación del país, pactada o violenta, o regresar a un centralismo matizado con lo que vaya quedando de España.

Para entonces ya no tendremos monarquía (¡con lo dinástico que yo he sido a veces!) y la reina consorte, exiliada en una isla griega, habrá dejado de vestir de Zara.

Por todo lo expuesto pido perdón por mis pecados autonómicos de juventud. Juro comprometerme a hacer lo posible para que España sea una nación de ciudadanos libres e iguales, en la que no haya privilegios fiscales para vascos y navarros y un vecino de Jerez de la Frontera o de Tomelloso pueda ganarse la vida en cualquier parte del país sin importar su ADN o lengua materna. Esto no sucede ahora y, de lograrse, sí que sería una auténtica revolución. 

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