VALÈNCIA. Desde que comenzó su carrera como director con la sátira Gracias por fumar (2005), Jason Reitman siempre se ha interesado por la elaboración de metáforas en torno al mundo en el que vivimos desde el punto de vista del individuo. Sus temas favoritos son la identidad y la fractura entre las apariencias y el espacio privado, y de una forma u otra, buena parte de sus películas giran en torno a estos ejes narrativos.
Al director le gusta rascar la superficie para investigar cuales son aquellas miserias que intentamos ocultar bajo una pátina de perfección. Es algo que ya estaba presente en Up in the Air (2009) a través del personaje de George Clooney, un peón del capitalismo más deshumanizado que se vanagloriaba de no llevar nada en la maleta para terminar certificando un profundo sentimiento de vacío y desconexión con ese mundo que creía dominar desde el aire.
En Mujeres, hombres & niños (2014) intentó construir una mirada caleidoscópica para abarcar todo el mosaico de frustraciones e inseguridades del individuo contemporáneo lastrado por la incomunicación y el aislamiento en la era de Internet.
En ambas películas, el director trataba de situarse en esa fina línea que separa la realidad de los personajes, la que ellos creen que es la cierta y en la se han refugiado, y la verdadera. Y desde ese punto nada cómodo, el de romper la coraza que nos colocamos frente a las agresiones externas, también construye su última película, Tully, en la que aborda la maternidad partiendo de todas las presiones que asfixian a las mujeres a la hora de demostrar una perfección en todas las facetas de la vida que no son más que puro exhibicionismo, algo que termina convirtiéndose en un yugo y en una condena de cara a una sociedad poco empática en la que no hay lugar para la fragilidad emocional.
Marlo (Charlize Theron) es una mujer de cuarenta años que está a punto de tener su tercer hijo. Cada día tiene que lidiar con problemas y más problemas y aunque no pueda más y está sobrepasada por las circunstancias, intenta resolverlos como puede, aunque cada vez se encuentre más agotada. La cosa no mejorará cuando nazca la pequeña Mia. Así que aceptará el consejo de su hermano (Mark Duplass) de contratar una ayuda externa por las noches para que ella pueda descansar. Su nombre es Tully (Mackenzie Davis), una joven que entra en la casa como un soplo de aire fresco, como si fuera una versión millennial de Mary Poppins y que se convertirá en su mejor aliada.
Tully es el reflejo juvenil de Marlo. Tiene toda la energía que ella ha ido perdiendo por el camino, la belleza y el físico sin castigar por los embarazos y sobre todo es libre y despreocupada, no tiene obligaciones y vive cada minuto como si fuera algo mágico.
A través de estos personajes y de la dialéctica que se establece entre ellos, el director pone sobre la mesa un tema tan delicado como es la depresión post-parto. Pero Tully también habla de la crisis de los cuarenta, de la pérdida de identidad en relación con la maternidad y la transformación física y emocional que supone. Una visión que se aleja del espacio idílico al que estamos acostumbrados cuando se tratan estos temas y que se sumerge en pozos de inseguridades muy profundos y perturbadores.
En realidad, Tully supone el cierre de la trilogía que Reitman inició junto a la guionista Diablo Cody alrededor de la madurez. Su primer capítulo fue Juno (2007), la historia de una adolescente que quería crecer demasiado rápido y que terminaba aprendiendo que la precocidad estaba sobrevalorada. El segundo episodio, fue Young Adult (2011) cuya protagonista era la antítesis de Juno, una mujer que se negaba a madurar y que se había quedado estancada en ese momento de esplendor cuando la coronaron reina del baile de instituto. Ahora, Tully, certifica todo el desencanto de una vida en la que poco a poco has ido dejando de ser tú misma para convertirte en otra persona que no sabes quién es y ni siquiera te gusta mucho, tanto a nivel físico y corporal, como psicológico, por la cantidad de estrés y obligaciones ante las que poco a poco se va sucumbiendo.
Tully es una de esas películas que utilizan los elementos cómicos para ir construyendo la historia (seguramente todos aquellos que hayan tenido hijos se sentirán identificados con el espacio caótico en el que se mueve Marlo, con las noches sin dormir y la rutina desquiciada en la que se entra), pero que en el fondo están lastradas por una profunda melancolía. Reitman y Cody hablan de la desorientación vital, de sus miserias a través de un dispositivo narrativo que esconde una trampa, un giro de guion que sirve para que cuando termina la película, volvamos a repensarla en nuestras cabezas. Quizás es ese momento, cuando todas las imágenes se ponen en su sitio, cuando nos damos cuenta de la complejidad devastadora de una película que es sin duda más importante de lo que parece, y en la que Charlize Theron construye uno de los personajes más sobrecogedores y vulnerables de toda su carrera.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz