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TIEMPOS POSTMODERNOS / OPINIÓN

Tropezar con la misma piedra

La sensación de 'déjà-vu' es inquietante: apenas han transcurrido siete años entre la carta de Trichet a Rodríguez-Zapatero y el acuerdo con Podemos

21/10/2018 - 

Nos encontramos ya en el último trimestre de 2018 y, siguiendo el procedimiento de coordinación del Semestre Europeo, al Reino de España acaba de enviar a la Comisión Europea el proyecto de presupuestos para 2019 que, si nos atenemos a las normas, debe haberse elaborado siguiendo las recomendaciones dadas hace un par de meses y aprobadas por las instituciones europeas. Aunque se pensaba que no iba a ser posible enviar un borrador de presupuestos en plazo, la situación ha cambiado ante el acuerdo entre el Gobierno y Podemos que lleva al apoyo de éstos al presupuesto de 2019.

Con la aprobación del borrador en Consejo de Ministros el pasado día 15 se presentó también un nuevo cuadro macroeconómico, que corregía al del pasado mes de julio a la baja, recogiendo las previsiones también realizadas por el Banco de España y el Fondo Monetario Internacional, entre otros. Utilizando indicadores sintéticos, que reflejan la situación de la economía en el ciclo, puede verse que la fase de crecimiento estaría terminando y que la desaceleración ya ha ocurrido. Este hecho también se aprecia con claridad en el Indicador de Coyuntura de ALdE correspondiente al mes de septiembre.

¿Por qué relacionar todos estos elementos? Es fácil: hay que cumplir las recomendaciones fruto del Semestre Europeo al elaborar un presupuesto coherente con las mismas y que vaya situando en una senda sostenible a la economía española. Además, para realizar los cálculos del presupuesto es necesario hacer una previsión de las principales variables macroeconómicas (PIB, inflación, demanda, desempleo, exportaciones, importaciones, etc) para así calcular la recaudación impositiva (renta, sociedades, IVA) y también el gasto (prestaciones por desempleo, subvenciones, transferencias). Pero es evidente que las magnitudes macroeconómicas van variando a lo largo del tiempo y su oscilación hacia uno u otro lado determina que las previsiones se cumplan.

Teniendo en cuenta lo que hasta ahora se conoce del proyecto de presupuestos y del acuerdo Gobierno-Podemos, creo que no exagero si califico al primero como las cuentas del Gran Capitán: usted (por “Bruselas”) dígame que número quiere que me salga al final (la cifra de 1.8% de déficit público, la pactada originalmente) que yo rellenaré las casillas de las partidas de ingresos para que todo cuadre. Recordemos, sin embargo, que el techo de gasto en el que se basan los presupuestos enviados a Bruselas no es el que aprobó el gobierno de Rajoy y, hasta la fecha, no ha sido modificado (debería hacerlo el Senado según la Ley de Estabilidad Presupuestaria). Aún así, aquellos que piensan que el borrador no va a ser aceptado por la Comisión Europea creo que no están en lo cierto. Lo más probable es que se admita en esta fase y que luego se haga un seguimiento de su cumplimiento.

Si hacemos repaso de las medidas estrella del acuerdo presupuestario, la suma de todas ellas eleva el gasto en una cifra de alrededor de 6.000 millones de euros, aunque está previsto compensarla con un aumento en la recaudación impositiva de 5.678 millones de euros. Pero si el crecimiento de la economía es menor de lo esperado (o de lo que recoge el cuadro macroeconómico actual), se reduciría la cifra de recaudación y, por tanto, no se cumpliría tampoco la de déficit. Esto último es lo más probable. Pero no sólo por el contexto internacional, donde ya no hay “viento de cola”, sino porque los anuncios realizados hace unos días sobre el propio contenido del presupuesto y las medidas que lo acompañan están haciendo que cambien las decisiones de aquéllos de quienes depende que las previsiones se cumplan. Así, los cambios en la imposición de las empresas, de las rentas altas y del impuesto a las transacciones financieras reducirán la inversión extranjera directa, de la misma forma que el aumento del salario mínimo interprofesional o SMI (un 22.3%, la mayor subida desde 1977) va a afectar a las decisiones de contratar o a las subidas de sueldo de los demás trabajadores, siendo muy probable que el efecto final sea negativo para el consumo y el empleo (a este respecto es muy interesante la reciente entrada del blog Nada es Gratis de Florentino Felgueroso y la de Juan Francisco Gimeno en enero pasado).

Especialmente negativa será la medida referente a fijar el alquiler máximo de la vivienda y aumentar la duración de los contratos. Sabemos, por el ejemplo de Venezuela, cuáles son los efectos de regular los precios en una economía de mercado. Si en algunas zonas han subido los precios es por falta de oferta de viviendas en alquiler y, precisamente, estas medidas restringirán aún más la oferta y crearán escasez, pues pocos propietarios querrán arriesgarse a alquilar con precios más bajos y contratos más largos.

Finalmente, vale la pena leerse las últimas recomendaciones de la Comisión Europea y compararlas con una carta que el entonces presidente del gobierno, José Luis Rodríguez-Zapatero recibió en agosto de 2011 -con la prima de riesgo alrededor de 300 puntos básicos- del presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet y que el primero dio posteriormente a conocer en sus memorias. En dicha carta y en tono extremadamente duro se enumeran las medidas que debe adoptar con urgencia el gobierno. Curiosamente se centran en tres grandes grupos: 1) reforma del mercado de trabajo; 2) sostenibilidad de las finanzas públicas; y 3) reforma de los mercados de productos (incluyendo el energético y la promoción del mercado de alquiler de viviendas). Como se señala en las últimas recomendaciones del Semestre Europeo, aunque las reformas estructurales se implementaron (parcialmente) entre 2012 y 2015, desde entonces dicho esfuerzo se ha detenido y persisten varios de los problemas más graves de la economía española: el sobre-endeudamiento público y privado y el desempleo.  

Como bien dijo el historiador francés Marc Bloch, “La incomprensión del presente nace, fatalmente, de la ignorancia del pasado”. No obstante, la sensación de déjà-vu es inquietante, especialmente porque entre la carta de Trichet y el acuerdo con Podemos no han transcurrido más que siete años. 

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