VALÈNCIA. Quien diga que Internet es el futuro ha estado dormido durante al menos veinte años. Con las llamadas generaciones X, Y, Z y T conviviendo en un mundo sin apenas muros digitales, los retos de generar contenido cultural y formar identidades culturales en este contexto nos llevan a pensar en una ruptura que tiene nombre y apellido: generación hashtag. De esta marca, en contraposición a la “confusa” milenial, se sirve el catedrático de antropología social en la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona) Carles Feixa para poner negro sobre blanco el perfil de una generación en red que ha finiquitado las tribus urbanas tal y como las conocíamos. Asesor para políticas de juventud de Naciones Unidas y vicepresidente del comité de investigación sobre Sociología de la Juventud de la International Sociological Association, el autor aterriza este viernes 20 de abril (19 horas) en el salón del actos del Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) para impartir la conferencia ‘Los jóvenes, de la tribu a la red’, organizada por la Cátedra de Estudios Artísticos. Siglos XX/XXI. Hablemos del futuro. Digo, del presente.
-¿Cuáles son los rasgos que definen a la generación hashtag?
-El término generación hashtag no pretende ser una etiqueta que se aplique por igual a todos los jóvenes actuales, sino más bien una metáfora que sirve para reflexionar sobre las contradicciones o retos del joven contemporáneo, que por supuesto se ve afectado de maneras muy distintas dependiendo de la clase social, género o edad. Ésta se compara con la generación arroba, porque entiendo que ha habido un cambio de ciclo en el nuevo siglo. Se acostumbra a usar la etiqueta de milenial pero en mi opinión es confusa y demasiado general. El término generación hashtag se refiere a los que entran en la juventud durante o después de la crisis, los que llegan a los 18 años a partir del 2008 o 2009 y que ven que sus condiciones de vida puede que no mejoren con respecto a sus padres o madres. De igual forma, la esperanza o la fe en que la educación será una vía de ascenso social se fractura o se pierde. En tercer lugar, se caracterizan porque el final de la juventud queda en suspenso puesto que hay una entrada más lenta y discontinua en la autonomía económica. La juventud deja de ser una fase en transición para ser una fase intransitiva que puede llegar a durar más tiempo que la misma vida adulta.
-¿Son las tribus urbanas más líquidas o sencillamente inexistentes?
-Aunque se atribuye este concepto al sociólogo francés Michel Maffesoli, en realidad es un invento de los medios de comunicación españoles de la transición. Empezaron a usar este término para referirse a las subculturas juveniles de esa época y que, a diferencia de la Europa occidental en la que habían ido surgiendo desde la posguerra en ciclos sucesivos, en España llegaron de golpe todas juntas. Algo parecido pasó en el 89 con la Perestroika en los países del este, donde los llamados grupos informales llegaron todos juntos y revueltos. En la posmodernidad, las identidades sociales no se basan en criterios estables de clase, sexuales o étnicas sino que suelen ser híbridas, identidades que no responden a una estructura de poder estatal sino a unas estructuras segmentarias por oposición. La expansión económica hace que los jóvenes tengan mayor capacidad adquisitiva y que a través del mercado puedan constituir una identidad a la carta.
Es a partir del 2000 cuando la red, como tecnología y como espacio de interacción, hace que las tribus se difuminen: ya no se se trata de grupos cerrados con fronteras claras, sino de entidades fluidas y cambiantes, no hay vinculación territorial. A partir de aquí todos los jóvenes se ven influidos por identidades subculturales. Las tribus han dejado de ser líquidas para ser gaseosas. Esto no significa que no existan, sino que son más evanescentes, son más difíciles de articular y de acallar. El ciberespacio da una infinidad de opciones de identidades culturales y de hibridación, hasta el punto de que se pueden construir subculturas a la carta. Cada grupo de jóvenes puede inventar o reinventar su identidad, como el fenómeno youtuber o influencer nos está demostrando.
-¿Cómo afecta este sistema a la creación de cultura?
-De entrada se ha descentralizado la emisión de mensajes subculturales. Hace 50 años Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia tenían la hegemonía en la creación de estos arquetipos subculturales que se convertían en arquetipos generacionales de la mano de los medios de comunicación. En la era digital hay una descentralización desde el punto de vista geográfico. Cada vez más influencian desde la periferia culturas asiáticas, africanas o latinas, como está pasando con el Reggaeton o con la cultura del manga. En segundo lugar, existe la posibilidad de que cualquier agente a través de Youtube u otro espacio virtual pueda proponer un mensaje. Esto no impide la intervención de las grandes industrias del mercado cultural, que siguen siendo la más interesadas en gestionar este mundo, pero lo hace mucho más flexible y lo individualiza. El tiempo de las tribus era grupal, en cambio la época de la red es la de la individualización, del individuo que se vende a sí mismo y que convierte su estilo de vida en su producto, se convierte en propagandista de su propia identidad. La influencia hoy es un algoritmo que las redes calculan, una fórmula matemática permite que los jóvenes conviertan su diversión en profesión.
-¿En este contexto se pueden generar un poso cultural a largo plazo?
-La creatividad no desaparece ni mucho menos, tiene otros canales de difusión. Antes el reconocimiento de la creatividad era más complicado porque se hacía cara a cara, tenías que tener primero un reconocimiento del grupo de tu proyecto musical, plástico, etc. Hoy, en cambio, estamos en una cultura digital en la que el éxito o el fracaso se mide por algoritmos, no depende tanto de la calidad de lo que propones sino de que la coyuntura permita que ese mensaje se capte y sea amplificado. Es un ‘neorenacimiento’, volvemos al poder del creador, del artista, pero no puede tener éxito sino tiene una red social detrás. Lo que construye el influencer no es tanto la calidad o novedad sino la capacidad de tener un grupo de seguidores que se ven reflejados en su propuesta. No se trata solo de una copia, no estamos en la era de la reproducción mecánica, sino de la readaptación.
-Este sistema de red trae consigo sus propios debates, como por ejemplo la cuestión en torno al apropiacionismo cultural, ¿cuáles son los nuevos retos?
-El apropiacionismo cultural, o la circulación, ha existido siempre. Las culturas elitistas o hegemónicas se han apropiado de elementos o mensajes de las culturas subalternas que, precisamente por ser marginadas, tienen mayor libertad de creación. Siempre ha habido un intento tanto de la alta cultura -incluyendo los museos y el arte contemporáneo- como de la cultura comercial de apropiación o de búsqueda de qué estaba ocurriendo en los márgenes del sistema. La diferencia es que en la actualidad esa apropiación es mucho más fácil, puesto que no hay mediadores. De algún modo se puede comparar con el surgimiento del protestantismo, que habla de una conexión directa entre el creyente y Dios a través de la Biblia. La democratización de Internet permite esta conexión directa del creador con los medios masivos a través de un mecanismo viral que no es neutral. Obviamente hay una lucha de poder por quién controla ese espacio.
-Cada vez más se habla de cuestiones en torno a la privacidad o el acoso en redes sociales, los usuarios empiezan a cuestionar el sistema que les ha servido de vehículo, ¿es este un momento de transición en la generación hashtag?
-La generación hashtag ha sido la primera que ha sido educada totalmente en la era digital y para ella la cultura digital era el mundo, no hacían distinción entre la cultura online y offline. Sin embargo, ahora que están surgiendo estos problemas son conscientes de los límites y de los problemas que genera esta inmersión, de las contradicciones que supone este mundo. En este momento están buscando dentro de la selva que es el mundo digital -un mundo totalmente público y supuestamente transparente- refugios y espacios de privacidad. Ya no es la visión decimonónica entre lo público y lo privado, que estaba muy clara. Esta generación está intentando inventar una nueva privacidad a través de las redes sociales, con las contradicciones que ello supone. Este será el reto de los próximos años, cómo en la selva de Internet surgen pequeños núcleos donde uno se pueda sentir más seguro.
-Hablemos de lo viral, ¿qué peso tiene en la generación de contenido cultural?
-La metáfora de lo viral tiene el inconveniente de tener una connotación de enfermedad, de verlo como algo negativo y poco duradero. La mayoría de información o artefactos culturales que se difunden por internet no se viralizan ni tienen efectos posteriores. La clave no es tanto que un mensaje o producto se viralice, sino que después del reflujo suscite cambios sociales, que suponga una transformación social. La inmensa mayoría de viralizaciones no conllevan esto. Para constatar si hay cambios o no, la investigación social debe ejercer su función. Hubo muchos intentos de 15M pero solo hubo un momento en que se hizo masivo y tuvo efectos sociales y políticos, que no se pueden valorar en tiempo corto. Para que ‘un virus’ tenga efecto debe haber transformaciones sociales, debe conectarse con los poderes públicos y democracia.