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CRÍTICA DE CINE

'Touch Me Not': El cuerpo como la cárcel de los miedos

7/06/2019 - 

VALÈNCIA. Hay películas que pueden resultar indigestas, incluso insufribles, que te llevan al límite de la resistencia como espectador por farragosas, pretenciosas y que contienen en su interior una tediosa trascendencia que satura y aburre. ¿Pero qué pasa si, aunque el conjunto es fallido y no funciona en su totalidad, se pueden encontrar elementos lo suficientemente interesantes como para que compense su visionado?

Algo de eso le ocurre a Touch Me Not (No me toques), inesperado y polémico Oso de Oro de Berlín el año pasado, ópera prima de la cineasta rumana Adina Pintilie que despertó filias y fobias por su manera de adentrarse en la intimidad de los personajes desde una perspectiva tan provocadora como autocomplaciente, pero, al mismo tiempo, muy tierna y cercana.  

En la película, varios personajes intentan romper las barreras de sus propias inseguridades. Laura (Laura Benson), una mujer británica de 50 años rechaza el contacto físico. Tomas (Tómas Lemarquis) se ha construido una coraza tras la separación de su pareja y Christian (Christian Bayerlein), aunque tiene una discapacidad (atrofia muscular severa), es el único que ha aprendido a aceptarse tal y como es y a disfrutar plenamente de su vida a pesar de sus limitaciones. Por último, encontramos a la propia Adina Pintilie, que a través de un estudio filmado intenta acercarse a ellos para investigar en torno a la culpa, la represión y los traumas del pasado.


Ya desde el primer plano de la película, la directora se muestra interesada en los cuerpos como materia de estudio. Por eso los recorre con detenimiento, escrutando los surcos de la piel, los lunares, los órganos sexuales, cada uno de los pliegues, el vello, los tatuajes, las huellas que ha dejado el paso del tiempo. Cada cuerpo es un mapa que define a la persona. Una cáscara que dice mucho más de lo que parece. Para unos es una prisión, para otros una manera natural de expresarse.

La directora intenta acceder a la intimidad de los personajes a través de dos formas: mediante la palabra como acto confesional y terapéutico y a través de la filmación de los cuerpos, sin duda lo que adquiere una mayor entidad ya que para ello recurre al elemento sensorial, al fin y al cabo, una de las claves para entender el sustrato de la película, es decir, de qué manera despertar nuestros instintos reprimidos a través del placer y la liberación de los tabúes.

Mientras que los parlamentos resultan demasiado artificiales y solo se preocupan en subrayar conceptos, las partes físicas se convierten en una expresión mucho más rotunda de la interioridad de los personajes, mostrando sus fobias, sus miedos en una pulsión eterna entre el Eros y el Tánatos.

Pintilie arriesga en muchos aspectos, aunque no siempre le salga bien la jugada (¿exceso de ambición?), como a la hora de superponer capas representacionales entre ficción, documental e incluso derivando hacia ciertos aspectos del videoarte, el videoensayo y el cine experimental, de donde en realidad procede. La directora utiliza la frialdad expresiva para acercarse a sus objetos de estudio, encerrados en sus apartamentos impersonales o en la sala blanca e impoluta de un hospital donde no tenemos elementos disponibles a simple vista para poder conocerlos mejor.


El espacio que separa la distancia del contacto se convierte en el elemento conceptual fundamental de la película. Tocar, ser tocado o rechazar cualquier roce. El cuerpo como forma de acceder a la sustancia más profunda, nuestro límite con aquello que nos rodea. Sirve para encontrarnos con otros cuerpos, o para rechazarlos. Pero ¿nos sentimos realmente cómodos en nuestra piel? ¿Cuáles son las fronteras de nuestro cuerpo?

De algunas de estas cuestiones habla Touch Me Not (No me toques). El personaje de Laura se introducirá en un viaje de autodescubrimiento a través del cuerpo de otras personas: el de un hombre al que paga por masturbarse frente a ella, un travesti que la ayuda a desinhibirse y un terapeuta que la descarga de su rabia mediante el contacto. ¿Cómo salir de ese aislamiento autoinfligido? ¿Cómo liberarnos de nuestras cadenas si no es enfrentándonos directamente a la causa que las crearon?

La desnudez se convierte en una forma de hablar sobre nosotros mismos, sobre los miedos que nos atrapan y la sensación de asfixia contemporánea que, de una forma u otra, se convierte en una forma más de incomunicación.

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